miércoles, 18 de junio de 2008

UN RETROCESO VESTIDO DEL RITUAL DE LA VICTORIA

Los masivos cacerolazos de anteanoche fueron una construcción mediática. La Sociedad Rural movilizó caceroleros en Flores, Lugano, La Matanza y Quilmes. Las retenciones a la soja son una medida ideal, y la única, para frenar la inflación del costo de los alimentos. Brasil, Chile y Uruguay se parecen al infierno comparados con el paraíso kirchnerista de la Argentina. Las sangrientas luchas del trágico pasado argentino constituyen la única explicación a los problemas del presente... El matrimonio presidencial redujo ayer a esos conceptos, notables por su grado de aislamiento, la profunda crisis política, social y económica por la que atraviesa la Argentina. Cristina Kirchner salvó las cosas del ridículo, entre tanto desvarío mutuo con su esposo, cuando anunció el envío al Congreso de la decisión sobre las retenciones. Retrocedían envueltos en las banderas de una revolución que nunca hicieron y con la impronta de un ejército vencedor que, en rigor, se estaba replegando. El tratamiento legislativo de las retenciones es un viejo reclamo de las entidades agropecuarias. Adiós, entonces, al aumento de las retenciones tal como se lo conoció el 11 de marzo último. El PJ está en estado de deliberación interna, a pesar del paisaje de tranquilidad partidaria que pintó ayer Néstor Kirchner, como para que el oficialismo pueda contar sin esfuerzo con los votos que necesitará la ratificación a libro cerrado de aquel aumento de las retenciones. La decisión tiene el claro objetivo de conservar dentro del redil de la disciplina oficial al vicepresidente, Julio Cobos, que amenazaba con hacer su propio camino, y a muchos gobernadores y legisladores peronistas que protestaban ya en voz alta por la conducción cerrada, inconsulta e inapelable de la crisis por parte de los Kirchner. Esa medida casi desesperada para fugarse del laberinto tendrá un efecto económico claro: probablemente, la mayoría de los cereales seguirán, más allá de la decisión de las entidades rurales, sin comercializarse. Muchos productores no entregarán ahora sus cosechas porque sencillamente saben cada vez menos cuánto terminarán pagando en concepto de retenciones. La convulsión social desatada tras el conflicto con el campo los lleva a creer, además, que las retenciones tienen más posibilidades de bajar que de conservar el aumento dispuesto en su momento por el entonces ministro Martín Lousteau. El conflicto, en su médula más dura, no ha concluido. Ni Néstor ni Cristina Kirchner hicieron alusiones directas al fenómeno de los cacerolazos del lunes. Ignorar una manifestación social de esa magnitud es una pésima receta política. Las referencias indirectas que hicieron se limitaron a culpar de la sublevación social a Cecilia Pando, a la Sociedad Rural y a los medios. Dejemos a la señora Pando a un lado, porque deberíamos analizarla de otro modo si por sí sola fuera capaz de promover semejante levantamiento de la sociedad. Sólo la paranoia política fue capaz de agrandar de esa manera a un adversario ciertamente menor. Pero ¿no era Luciano Miguens, presidente de la Sociedad Rural, el "dirigente más racional", según lo dijo muchas veces el propio jefe de Gabinete, Alberto Fernández? Entramos en el terreno de la ideología. Es más fácil hablarles a las módicas bases sedientas de venganza de la Sociedad Rural que de la Federación Agraria cuando se trata de individualizar a un enemigo. Los dos Kirchner han recurrido ayer a un discurso divisionista e ideologizado de la sociedad, separando a "oligarcas y populares" o a "estancieros y pobres". Ellos también (o él más ella) habían promovido en los últimos días momentos de extrema tensión entre sectores sociales. En la misma noche del lunes, sólo cinco o seis cuadras separaron a los caceroleros espontáneos de las organizaciones kirchneristas apostadas en la Plaza de Mayo. Néstor Kirchner cree que esos caceroleros son facciones políticas movilizadas a propósito para desestabilizar a su esposa. "El caceroleo no fue espontáneo", se ufanó ayer. Es perceptible una sociedad crispada y dividida. Ayer, en un bar céntrico, casi lincharon a un parroquiano que intentó un tímido aplauso al discurso de la Presidenta. Sólo la inmediata reacción pacificadora de los mozos evitó que los hechos terminaran en sangre. Sabemos que la Argentina tiene un pasado amargo, en el que no faltaron las muertes injustas, el autoritarismo de gobiernos elegidos, el militarismo, la acción violenta y sanguinaria de grupos insurgentes y una represión ciega e ilegal. Todo eso es cierto. Pero los problemas urgentes de la Argentina están en su presente y no en su pasado. Los Kirchner no pueden, definitivamente, abandonar el liderazgo épico, ni la emergencia, ni la recurrencia a una visión sesgada de la historia. La normalidad no les sienta bien ni les resulta cómoda. El propio Néstor Kirchner confundió a vastos sectores sociales con un grupo reducido de enemigos, que, por lo tanto, merecen ser batidos en un campo de batalla. En eso se pareció demasiado al discurso del día anterior de su "amigo" (la calificación pertenece al ex presidente) Luis D Elía, con quien aceptó sólo el disenso por el trato a Irán. Reconoció, al mismo tiempo, que tienen visiones parecidas para salir en "defensa de la democracia". El discurso de Kirchner fue, en última instancia, una versión más prolija de la conferencia de prensa de D Elía el día anterior. D Elía espanta al peronismo. Gobernadores tan cercanos al kirchnerismo como el sanjuanino José Luis Gioja habían adelantado que nunca irían detrás del piquetero y jefe de las fuerzas de choque del kirchnerismo. Kirchner debió ayer correrlo del medio a D Elía para poder seguir con el acto de hoy. Cada acto del kirchnerismo se ha convertido en un retroceso vestido del ritual de la victoria. Primero echaron mano a las modificaciones del decreto de las retenciones; luego sucedió el anunció público de Cristina Kirchner sobre el destino que le darían a la diferencia de recursos entre las retenciones que había y las que hay, y ayer debieron recurrir al Congreso, cuando se sabía que ése era un ámbito al que no querían ir. De igual modo, el ex presidente debió tomar distancia de las llamadas organizaciones sociales (que no son, en algunos casos, más que ex piqueteros dispuestos a recurrir a la fuerza) para conservar la adhesión, aunque fuera simbólica, de los principales dirigentes del peronismo. Esposa y marido dedicaron la mitad de sus discursos de ayer a vapulear a la prensa como el instrumento maléfico de sus desgracias políticas. Cristina fue más prolija que Néstor, como Néstor fue más prolijo que D Elía. Las ideas que subyacen son las mismas. El ex presidente dio la primera conferencia de prensa formal de su vida, pero permitió pocas preguntas, maltrató a los periodistas y en algunos casos los ninguneó. "Sé para qué lo mandan a preguntar eso", le respondió a un periodista; no entiende el periodismo sino como un colectivo de ganapanes al servicio de unos pocos dueños de medios. Por su lado, la Presidenta se quejó porque el periodismo no elogia su decisión de no firmar, hasta ahora, ningún decreto de necesidad y urgencia. Vale una aclaración entre tanta confusión: el periodismo pierde su razón de existir cuando deja de ser crítico.
Escribe Joaquin Morales Sola,publicado en el Diario La Nacion

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