miércoles, 26 de enero de 2011

EL PAIS QUE NO PUDO SER

Escribe Adrian Freijo


Corrian los primeros meses del año 1976; año difícil para el país que se desangraba en violencia y enfrentamientos..
En el anterior -1975- mi libro "Lecciones de nuestra historia reciente" había ganado el Premio Nacional de Ensayo que ese año patrocinaban Editorial Sudamericana y el Diario Clarín que celebraba los 30 años de su fundación en 1945.
Tras un proceso bastante escandaloso -del que me enteré algún tiempo después por una carta de Enrique Pezzoni, aquél brillante e inolvidable crítico literario que era además gerente editorial de Sudamericana- la empresa decidió retirarle el premio a quien en primera instancia lo había ganado (por piedad y respeto prefiero omitir el nombre) al descubrir que era pareja de uno de los jurados y empleado del otro.
Esto catapultó mi libro al primer lugar y ayudó mucho a que la editorial resolviese una fuerte campaña de difusión del mismo y de su autor convencida de haber sido engañada en su buena fé.
El fallo había sido dividido y para Pezzoni y José Luis Romero, sin duda los integrantes más calificados del jurado, mi obra había sido la ganadora.
De más está decir que a los 25 años me daba por satisfecho con el "subcampeonato" pero enterarme que me había convertido en el Premio Nacional más jóven de la historia argentina en lo que tenía que ver con el género ensayo fué mucho más de lo que podía esperar.
Toda mi intención era contar la historia argentina desde una óptica distinta.
Quería demostrar que en todos los gobiernos había cosas que rescatar y cosas que criticar, sin importar demasiado si esos gobiernos pertenecían o no al color político al que siempre he adherido.
Para mi era y es importante que logremos cambiar la ecuación maniquea con que siempre hemos analizado al país; conseguir una historia distinta, real y por sobre todas las cosas integrada.
Recuerdo ahora aquellas largas noches de escritura, corriendo contra un tiempo que se convertía como nunca en tirano.
Había tomado conocimiento del concurso a mediados de julio...y la fecha tope de la entrega era justamente el día de mi cumpleaños, el 30 de agosto.
Apenas 45 días para escribir la historia del país se convertía en un plazo entre exiguo e irresponsable. Pero lo intenté...y lo logré.
En la madrugada de mi cumpleaños. y telegráficamente, "Lecciones de nuestra historia reciente" estaba compitiendo por el Premio Nacional de Ensayo.
La sorpresa al conocerse el galardón fué impactante para la gente y mucho más para mi.
Nunca olvidaré que quien luego sería un muy querido amigo -y muchos años compañero de micrófono- Jorge Alfieri se hizo presente en mi casa para entrevistar al "literato" y apenas abrí la puerta me dijo "pibe...está tu papá".
No sé si logré un gran libro pero si sé que en él, pude decir lo que pensaba de mi país, y que además pude mostrar en los hechos lo que creía que debía ser el espíritu de los argentinos.
La editoria organizó la presentación en el Instituto Argentino de Cultura Hispánica de la Capital Federal. Fué a mi pedido ya que quería hacerlo bajo las dos banderas que amo: la nuestra -la mía- a la que he dedicado mi veneración y sujeción, y la de España, la tierra de mis mayores, a la que venero como todos veneramos a aquello que nos indica de donde venimos y hacia adonde vamos.
Designé padrino del libro a Mario Amadeo, mi amigo y formador, que mucho había colaborado en la corrección de los originales con la urgencia que marcaba el corto tiempo de elaboración. A él le tocó presentar el trabajo y lo hizo con palabras de afecto y respeto -exageradas en cuento a mis valores- que aún hoy me llenan de emoción al redordarlas.
Mario era uno de los intelectuales más brillantes de la Argentina; todavía recuerdo dos cosas de su vida pública que me impactaron sobremanera: tenía una oficina asignada en la biblioteca del Capitolio de los EEUU la que ocupaba un mes al año para actualizar su tratado sobre política internacional que era libro de consulta en las principales universidades del mundo.
Era además amigo personal y compañero de estudios en la juventud nada menos que del entonces Pontífice Paulo VI, con el que hablaba telefónicamente en forma periódica con la naturalidad con que usted o yo podemos hablar con cualquier amigo. El Papa, además, lo había designado Presidente de la Comisión de Justicia y Paz del Vaticano, órgano de seis civiles en el mundo entero dedicados a asesorar a S.S. sobre los problemas del mundo laico.
Amadeo, es bueno recordarlo, fué en otro tiempo el hombre encargado de sacar a Perón del país hacia la cañonera Paraguay en la que comenzaría su exilio, en un anécdota que ya he contado anteriormente.
Para madrina elegí a una persona que sabia yo iba a generar pol[emica:Mercedes Villada Achaval, la viuda del Gral. Eduardo Lonardi quien justamente derrocara al Gral. Perón el 16 de setiembre de 1955.
¿ Podía una peronista confeso y convencido cometer semejante pecado?, ¿era una traición a mis convicciones tomar semejante decisión?.
En mi opinión de entonces -que sigue siendo la actual- nada más lejano a esa realidad.
Perón había vuelto a la Argentina con una convicción casi sagrada acerca de la necesidad de abandonar los viejos rencores y abrazarnos todos de cara a un tiempo nuevo. Y no se trataba de un simple mensaje; el viejo líder encarnó en su corto tiempo en el país la imágen del dirigente integrador, desprovisto de rencores y convencido de la urgencia de la pacificación nacional.
El 12 de junio de 1974, en su último encuentro con la gente en la Plaza de Mayo, no sólamente dejó aquella frase que -como es habitual en el peronismo- fué tomada como cliche,apotegma o co mo quiera usted llamarlo y que se refería al archiconocido "llevo en mis oídos la música más maravillosa.....".
No, Perón dijo ese día cosas mucho más profundas e importantes que el "sloganismo" peronista se empecinó en olvidar.
Habló de una oposición que lo había entendido mucho mejor que sus propios seguidores...
Habló de un país que se resistía a ponerse a trabajar unido en la búsqueda de la salida a la crísis permanente....
Y llamó, por última vez, a la unidad de todos los argentinos.
En eso pensaba cuando elegí a Mercedes como madrina del libro.
Había conversado mucho con ella y lo seguiría haciendo después de aquella jornada.
Por ella supe de su afecto por Perón y del respeto que su marido había tenido por el fundador del justicialismo. Supe también del esfuerzo de Lonardi por rescatar un proyecto político del que, estaba convencido, sólo Perón debía desaparecer.
Conocí en profundidad las negociaciones entre el Presidente de facto y el constitucional, derrocado y asilado en la Embajada del Brasil, para garantizar la salida del Perón del país sin sufrir daño alguno.
Y supe también -y rompo aquí una promesa de silencio que creo superada por el tiempo- del acuerdo al que arribaron los enviados de Lonardi al Paraguay para garantizar el retorno de Perón en un plazo no mayor de cinco años.
Pacto que al ser conocido por las fuerzas armadas representó el inmediato derrocamiento del primer jefe de estado de la llamada Revolución Libertadora.
Por eso -por el dolor de una historia de traiciones, desencuentros y dolores pero que era "nuestra" historia- quise que la compañera del hombre que había terminado con aquella experiencia a la que tanto yo había amado y que, entre otras cosas, me obligó a dedicar en forma absoluta mi juventud a luchar por el retorno de Perón dejando de lado diversiones y frivolidades deliciosamente propias de ese tiempo de la vida, fuese la madrina de mi libro.
Yo sentía que así aportaba aquél grano de la arena de la reconciliación que me había pedido Perón. Sabía que al hacerlo me ponía junto a los no muchos "compañeros" que habiamos entendido su mensaje de unidad.
Y sentía que -con lo poco que podía dar- aportaba a un país de reencuentros que a poco de andar demostraría su propia incapacidad de ver la luz.
Pero, querido amigo, debo confesarle en el final que pocas decisiones de mi vida me han hecho sentir tan orgulloso como aquella.
Aunque aún hoy haya muchos que no pueden, no quieren o no saben entenderla......

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