No existen recetas mágicas ni medidas salvadoras en economía. Los
acuerdos-congelamientos de precios son una herramienta más de la política
económica.
Por Alfredo Zaiat
Es una iniciativa que necesariamente debe ser complementada con otras, al
tiempo de ir ajustándola según los obstáculos que se vayan presentando.
Para ello tiene que haber una intensa y efectiva intervención del Estado en
diferentes frentes tras el objetivo de lograr la desaceleración de los aumentos
de precios de alimentos y bebidas. Este es el rubro principal para atender el
problema de la inflación, porque esos bienes integran la canasta básica que
los hogares de ingresos medios y bajos destinan gran parte de su
presupuesto para adquirirla. El impacto inicial de un control de precios
es indudablemente una mejora del poder adquisitivo de la población con
ingresos fijos. Así lo demuestran las experiencias de congelamientos
en Argentina como también muchas otras en la historia económica mundial,
entre las que se destaca la de Estados Unidos, liderada por John Kenneth
Galbraith, uno de los más grandes economistas del siglo pasado, encargado
del control de precios en Estados Unidos durante los años cuarenta del siglo
pasado.
Conociendo el resultado del congelamiento en la preservación e incluso
aumento del poder de compra ha sido extraño el descreimiento, la crítica
o la indiferencia de dirigentes sindicales debido a que son las mismas
observaciones que expresan analistas y economistas del establishment.
Mencionan las dudas sobre lo que puede pasar el “día 61”; afirman
confundidos que los controles nunca funcionaron; que al final pierden
los trabajadores; o que es una medida compleja porque el Estado
quedó disminuido en su capacidad de intervenir en la vida económica
del país.
La explicación de la ortodoxia a esta reacción apunta a que los sindicalistas
saben que los controles no funcionan y, por ese motivo, actúan como si
no existieran para presentar sus demandas de ajustes salariales.
Reclaman entonces por la inflación pasada y estimada, que eso ya es
todo un juego sombrío por la inconsistencia del índice de precios al
consumidor del Indec y de las consultoras privadas. Así los dirigentes
sindicales quedan atrapados, algunos involuntariamente y otros en forma
entusiasta, por la lógica de grupos conservadores que protegen
intereses del poder económico. De acuerdo con la evolución del salario
de los trabajadores formalizados y de los aumentos acordados en
las paritarias en los últimos años, los ingresos reales fueron
positivos en relación con cualquier índice de precios, oficial o privado.
El factor que ha alterado la dinámica de la puja distributiva –a favor de
los trabajadores– fue el anuncio del congelamiento de precios debido
a que ha colocado a la defensiva a la ortodoxia, que rápidamente
planteó problemas de desabastecimiento e instaló interrogantes
sobre lo que puede pasar el día 61. Si el sindicalismo duda sobre
la efectividad del control, la estrategia esperable en defensa de
los intereses de los trabajadores es exigir mejoras en su
implementación en lugar de debilitarlo con los tradicionales
cuestionamientos del mundo empresario. El dato distintivo
es que las empresas involucradas prefirieron el silencio como
resistencia, comportamiento comprensible porque son las afectadas.
En esta oportunidad tienen como aliados, además de sus voceros
tradicionales, el escaso entusiasmo de dirigentes sindicales
en la defensa del congelamiento.
Organizaciones sociales y políticas vinculadas con sectores
vulnerables tampoco han mostrado mucho activismo en apoyar
una medida que han reclamado en más de una oportunidad.
Este vacío político a una herramienta de mejora de los ingresos
por parte de quienes son los principales beneficiarios es un misterio
del actual escenario político-mediático.
El Gobierno tiene su cuota de responsabilidad porque no ha
convocado a agentes sociales y sindicales como socios
en esta puja, que es política y también de poder con los
formadores de precios. De ese modo corre riesgos, porque
se trata de una medida que no puede ser reiterada
inmediatamente si no tiene efecto positivo. Tampoco ha
diseñado ni publicitado listas de precios orientativos, y no ha
formalizado el congelamiento ni definido políticas coordinadas
con otras áreas de la gestión económica para articular una
estrategia de intervención sobre las expectativas sociales,
ámbito donde se desarrolla con intensidad la actual disputa
política-mediática. Varios son los determinantes de los precios
de la economía como para pensar que la inflación puede ser
atendida por una sola persona o enfrentada exclusivamente
con un esquema de congelamiento de precios.
Son muchos los antecedentes de programas de control de precios.
Algunos fueron exitosos (por ejemplo, el israelí en la década
del ’80) y otras comenzaron con resultado favorable para
culminar con saldo negativo (el Plan Austral de Alfonsín). Otros
controles aplicados por gobiernos peronistas tuvieron un inicio
positivo y luego por factores políticos tuvieron un recorrido
sinuoso no atribuible a los acuerdos de precios, como explica
el sociólogo Artemio López, detallando las experiencias de
1952, 1973 y 2006. Varios países y diferentes proyectos
económico-sociales decidieron en algún momento aplicar
una fuerte intervención del Estado en el mercado con el
objetivo de frenar la inercia inflacionaria. El congelamiento no
es un fin en sí mismo ni una medida de carácter permanente,
sino que es una herramienta de política de ingresos para ser
aplicada en determinadas circunstancias. Es un ingrediente
esencial de una estrategia económica destinada a combinar
creación de empleos con estabilidad.
La confluencia de intereses del poder político y los trabajadores
para cuidar el poder adquisitivo de la población hace necesaria
la generación de señales contundentes de que los precios dejarán
de subir. El objetivo del congelamiento es evitar la receta recesiva
de la ortodoxia para atacar los aumentos de precios, que consiste
en limitar la demanda. Por eso ha resultado llamativa la
coincidencia argumentativa de dirigentes sindicales con
representantes de la ortodoxia económica. La intervención
del Estado en el control y administración de precios es uno de
los instrumentos para evitar el abuso de empresas con posición
dominante en cadenas de producción y comercialización que
perjudican a los eslabones más débiles, siendo el último el consumidor-trabajador.
Después de tantos ensayos estudiados de congelamiento de
precios, aquí y en otros países, la conclusión es que resulta una
ilusión suponer que pueda extenderse indefinidamente. O que
sea una medida mágica. Factores internos y externos impactan en
forma permanente en la economía, lo que demanda flexibilidad
en la utilización de las herramientas que brinda la política económica.
Por eso mismo el congelamiento es necesario en una primera etapa
para detener la inercia inflacionaria, para luego pasar a una
estrategia sofisticada de administración de precios y de
coordinación de la política monetaria y fiscal. El actual cuadro
de la situación económica, con una deuda pública manejable
y contratos que no están indexados formalmente, está más despejado
que en períodos pasados, cuando la inflación era más alta y el grado de
inercia más alto. Se despliegan de ese modo condiciones para que el
congelamiento y la posterior administración de precios no sea sólo
una medida de voluntarismo político para consolidarse como una efectiva
herramienta de la política de ingresos.
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Este sitio esta destinado para manifestarse con entera libertad. El unico limite es el respeto y la honestidad intelectual.- Fundado el 4 de marzo de 2008 y editado en Mar del Plata,Argentina. Responsable editorial Alberto Castagnoli
viernes, 1 de marzo de 2013
ACUERDOS DE PRECIOS
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