viernes, 1 de marzo de 2013

ACUERDOS DE PRECIOS




130224_Precios

No existen recetas mágicas ni medidas salvadoras en economía. Los 
acuerdos-congelamientos de precios son una herramienta más de la política 
económica.

Por Alfredo Zaiat

Es una iniciativa que necesariamente debe ser complementada con otras, al
 tiempo de ir ajustándola según los obstáculos que se vayan presentando. 
Para ello tiene que haber una intensa y efectiva intervención del Estado en
 diferentes frentes tras el objetivo de lograr la desaceleración de los aumentos
 de precios de alimentos y bebidas. Este es el rubro principal para atender el 
problema de la inflación, porque esos bienes integran la canasta básica que 
los hogares de ingresos medios y bajos destinan gran parte de su 
presupuesto para adquirirla. El impacto inicial de un control de precios 
es indudablemente una mejora del poder adquisitivo de la población con
 ingresos fijos. Así lo demuestran las experiencias de congelamientos 
en Argentina como también muchas otras en la historia económica mundial, 
entre las que se destaca la de Estados Unidos, liderada por John Kenneth 
Galbraith, uno de los más grandes economistas del siglo pasado, encargado
 del control de precios en Estados Unidos durante los años cuarenta del siglo
 pasado.

Conociendo el resultado del congelamiento en la preservación e incluso 
aumento del poder de compra ha sido extraño el descreimiento, la crítica 
o la indiferencia de dirigentes sindicales debido a que son las mismas 
observaciones que expresan analistas y economistas del establishment. 
Mencionan las dudas sobre lo que puede pasar el “día 61”; afirman
 confundidos que los controles nunca funcionaron; que al final pierden 
los trabajadores; o que es una medida compleja porque el Estado 
quedó disminuido en su capacidad de intervenir en la vida económica
 del país.

La explicación de la ortodoxia a esta reacción apunta a que los sindicalistas 
saben que los controles no funcionan y, por ese motivo, actúan como si 
no existieran para presentar sus demandas de ajustes salariales. 
Reclaman entonces por la inflación pasada y estimada, que eso ya es
 todo un juego sombrío por la inconsistencia del índice de precios al 
consumidor del Indec y de las consultoras privadas. Así los dirigentes 
sindicales quedan atrapados, algunos involuntariamente y otros en forma
 entusiasta, por la lógica de grupos conservadores que protegen 
intereses del poder económico. De acuerdo con la evolución del salario 
de los trabajadores formalizados y de los aumentos acordados en 
las paritarias en los últimos años, los ingresos reales fueron 
positivos en relación con cualquier índice de precios, oficial o privado.

El factor que ha alterado la dinámica de la puja distributiva –a favor de 
los trabajadores– fue el anuncio del congelamiento de precios debido 
a que ha colocado a la defensiva a la ortodoxia, que rápidamente 
planteó problemas de desabastecimiento e instaló interrogantes 
sobre lo que puede pasar el día 61. Si el sindicalismo duda sobre
 la efectividad del control, la estrategia esperable en defensa de
 los intereses de los trabajadores es exigir mejoras en su 
implementación en lugar de debilitarlo con los tradicionales 
cuestionamientos del mundo empresario. El dato distintivo 
es que las empresas involucradas prefirieron el silencio como 
resistencia, comportamiento comprensible porque son las afectadas. 
En esta oportunidad tienen como aliados, además de sus voceros
 tradicionales, el escaso entusiasmo de dirigentes sindicales 
en la defensa del congelamiento.

Organizaciones sociales y políticas vinculadas con sectores
 vulnerables tampoco han mostrado mucho activismo en apoyar
 una medida que han reclamado en más de una oportunidad.
 Este vacío político a una herramienta de mejora de los ingresos 
por parte de quienes son los principales beneficiarios es un misterio
 del actual escenario político-mediático.

El Gobierno tiene su cuota de responsabilidad porque no ha 
convocado a agentes sociales y sindicales como socios 
en esta puja, que es política y también de poder con los
 formadores de precios. De ese modo corre riesgos, porque 
se trata de una medida que no puede ser reiterada
 inmediatamente si no tiene efecto positivo. Tampoco ha
 diseñado ni publicitado listas de precios orientativos, y no ha
 formalizado el congelamiento ni definido políticas coordinadas
 con otras áreas de la gestión económica para articular una
 estrategia de intervención sobre las expectativas sociales,
 ámbito donde se desarrolla con intensidad la actual disputa
 política-mediática. Varios son los determinantes de los precios
 de la economía como para pensar que la inflación puede ser 
atendida por una sola persona o enfrentada exclusivamente 
con un esquema de congelamiento de precios.

Son muchos los antecedentes de programas de control de precios.
 Algunos fueron exitosos (por ejemplo, el israelí en la década 
del ’80) y otras comenzaron con resultado favorable para
 culminar con saldo negativo (el Plan Austral de Alfonsín). Otros 
controles aplicados por gobiernos peronistas tuvieron un inicio 
positivo y luego por factores políticos tuvieron un recorrido
 sinuoso no atribuible a los acuerdos de precios, como explica 
el sociólogo Artemio López, detallando las experiencias de 
1952, 1973 y 2006. Varios países y diferentes proyectos
 económico-sociales decidieron en algún momento aplicar 
una fuerte intervención del Estado en el mercado con el 
objetivo de frenar la inercia inflacionaria. El congelamiento no
 es un fin en sí mismo ni una medida de carácter permanente, 
sino que es una herramienta de política de ingresos para ser
 aplicada en determinadas circunstancias. Es un ingrediente 
esencial de una estrategia económica destinada a combinar 
creación de empleos con estabilidad.

La confluencia de intereses del poder político y los trabajadores 
para cuidar el poder adquisitivo de la población hace necesaria 
la generación de señales contundentes de que los precios dejarán 
de subir. El objetivo del congelamiento es evitar la receta recesiva 
de la ortodoxia para atacar los aumentos de precios, que consiste
 en limitar la demanda. Por eso ha resultado llamativa la
 coincidencia argumentativa de dirigentes sindicales con
 representantes de la ortodoxia económica. La intervención 
del Estado en el control y administración de precios es uno de
 los instrumentos para evitar el abuso de empresas con posición 
dominante en cadenas de producción y comercialización que 
perjudican a los eslabones más débiles, siendo el último el consumidor-trabajador.

Después de tantos ensayos estudiados de congelamiento de 
precios, aquí y en otros países, la conclusión es que resulta una
 ilusión suponer que pueda extenderse indefinidamente. O que 
sea una medida mágica. Factores internos y externos impactan en
 forma permanente en la economía, lo que demanda flexibilidad
 en la utilización de las herramientas que brinda la política económica.
 Por eso mismo el congelamiento es necesario en una primera etapa
 para detener la inercia inflacionaria, para luego pasar a una 
estrategia sofisticada de administración de precios y de 
coordinación de la política monetaria y fiscal. El actual cuadro
 de la situación económica, con una deuda pública manejable
 y contratos que no están indexados formalmente, está más despejado 
que en períodos pasados, cuando la inflación era más alta y el grado de 
inercia más alto. Se despliegan de ese modo condiciones para que el
 congelamiento y la posterior administración de precios no sea sólo
 una medida de voluntarismo político para consolidarse como una efectiva 
herramienta de la política de ingresos.

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