* Alfredo Leuco
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"Perdimos la clase media porque perdimos la lucidez. No es cierto que, de pronto, la Argentina se haya llenado de gorilas. Los gorilas somos nosotros por mirar tanto al enemigo para recuperar nuestra identidad." Este diagnóstico de Julio Bárbaro apunta a Néstor Kirchner como el principal responsable del fracaso de un proyecto que hasta hace poco pensaba quedarse 16 años en el poder y que ahora se está jugando a todo o nada para ver si puede sentarse en la mesa de los que van a definir el próximo jefe del justicialismo y el candidato a presidente en 2011.
Así de alto llegaron los Kirchner y así de bajo están cayendo. "Lo que más me duele es que estuvimos muy cerca de entrar en la estabilidad institucional y por mínimos caprichos perdimos esa posibilidad." Otra vez Bárbaro da en el clavo. La sucesión de errores no forzados de Néstor y Cristina Kirchner y el autoritarismo con el que se manejaron incluso con su propia tropa fueron expulsando aliados y compañeros de ruta, sembrando odios y rencores y abriendo heridas que van a ser muy difíciles de suturar. ¿A quién votó la mayoría de los productores rurales de los pueblos del interior? A Cristina Fernández, sin duda. ¿Contra quién va a votar ahora? Contra los Kirchner, sin duda. ¿Qué pasó en el medio para que aquellos que cosechaban progreso personal y regional ahora vayan con banderas negras a repudiar cada acto oficialista? Parece que el matrimonio presidencial cree que, por arte de magia, se despertaron miles de gorilas dormidos. Es una explicación muy poco autocrítica y demasiado infantil e indulgente con sus propias responsabilidades.
Nadie puede negar los pergaminos de peronista que tiene Julio Bárbaro. Se fue del Gobierno y hoy está en su casa porque dice que Néstor Kirchner, de quien era amigo de la primera hora, no respetó su dignidad. Sostiene que la rebeldía es el parto de la política y que su tumba es el silencio. Aquí hay otra clave para tratar de explicar las inexplicables candidaturas testimoniales, además de la mezquindad y la ingratitud que los caracteriza. Los Kirchner han reducido a la esclavitud de la no expresión a muchos cuadros políticos brillantes que fueron amonestados en forma insultante cuando intentaron el debate público o expresar algún matiz distinto. Esa intolerancia llevó a abortar buenos candidatos y los obligó a apelar a amigos, familiares, favorecedores o a ellos mismos para jugar en todos los puestos de la cancha.
Es cierto eso de que con los aplaudidores profesionales sólo se pueden rellenar algunas listas pero nunca alumbrar nuevos liderazgos capaces de predicar a favor de un proyecto y diseminar mística militante para entusiasmar a los más jóvenes. Si la política se reduce a la obediencia debida, se iguala para abajo y se degrada su trascendencia, porque les da pasto a las fieras de una sociedad desencantada que repite que "todos son iguales", escalón previo al "que se vayan todos".
Cristina Fernández le dijo a Soledad Silveyra que la presidencia de Néstor era hija de 2001. Que en otra situación histórica jamás hubiera llegado. Eso es rigurosamente cierto. Lo preocupante es que durante el uso y abuso del poder que hicieron en este tiempo hayan logrado reflotar algunos síntomas nefastos de aquel abismo que se había abierto entre el ciudadano raso y los políticos.
Fue un proceso lento que comenzó después que Kirchner eyectara del Gobierno a Roberto Lavagna, quien aportaba racionalidad y conocimientos económicos y terminó en una explosión de agravios de Kirchner en las tribunas durante la guerra gaucha.
Entre otras cosas, por eso llegamos nuevamente a esta situación de fuerte fragmentación social y de incremento de la agresividad cotidiana. Esa idea del vale todo a la hora de hacer campaña termina de ensuciar aun las mejores intenciones. No es gratis, en términos de erosión institucional, la impunidad con que utilizan los dineros de todos los argentinos como si el Estado fuera un bien ganancial. Se van acumulando facturas que en algún momento estallan y se hacen preguntas en voz alta.
¿Cómo es posible que el candidato Néstor Kirchner tenga como vocero al segundo de Pepe Albistur en la Secretaría de Medios? ¿Quién le paga? ¿Todos los ciudadanos argentinos o los fondos propios del kirchnerismo? ¿No irrita que, mientras el candidato recorre los barrios pobres del Conurbano, una ministra como Alicia Kirchner vaya atrás repartiendo beneficios o el secretario de Estado José López acompañe prometiendo obras? Ni siquiera disimulan. Son demasiado burdos cuando convierten una donación a la Casa del Teatro en el primer acto de campaña de Nacha Guevara. Esos queridos artistas populares merecen la ayuda concreta del Estado. Esa entidad es solidaria, noble y entrañable. Pero, ¿justo ahora, a 35 días de las elecciones, a la Presidenta se le ocurre entregar esos 350 mil pesos "a pedido de Nacha"? ¿No hay otras formas menos humillantes para todos, incluso para los que reciben el beneficio, de hacer un spot publicitario? Y para qué hablar de los teléfonos, la infraestructura publicitaria para difundir y hacer los actos, la movilidad terrestre y aérea y todos los etcéteras que se le ocurra y que ningún fiscal por ahora parece dispuesto a investigar. Por el camino del absurdo se podrían aportar algunas ideas: un beneficio para la mutual de los judiciales y que Cristina vaya acompañada por Julio Piumato. O millones para la Intendencia de Tigre, anunciados por la Presidenta y Sergio Massa. O entregarle la cabeza de Graciela Ocaña en bandeja a Hugo Moyano en presencia de Héctor Recalde.
Ahora llegó la hora de victimizarse. Ya anunciaron la llegada del caos si perdían la mayoría parlamentaria. Ya bajaron un poco el tono de sus discursos, pero eso no alcanza. Los dibujos que hicieron para forzar las candidaturas de Kirchner, Scioli y Massa, entre otras, son tan grotescos que aun a la Justicia más adicta le cuesta encontrar argumentos para justificarlos. Lo único a su favor es que todas las fuerzas políticas hicieron lo mismo o cosas muy parecidas en esta elección y en las anteriores. Lo dicho: igualar para abajo, degradar equitativamente. en el mismo lodo todos manoseados. El tema es que ahora el Gobierno está asustado porque Ricardo Gil Lavedra es un jurista de excelencia y sus presentaciones tienen el filo de un bisturí. Por eso el matrimonio tuvo que salir al unísono al grito de: "Nos quieren proscribir". Esa palabra, proscripción, es una de la más horrorosas y antidemocráticas de la historia. Una de las que más daño hizo a la cohesión social de los argentinos. Nos costó muy caro en términos de enfrentamientos violentos la prohibición de Perón y el peronismo. Néstor y Cristina remitieron en sus discursos a esos despreciables sucesos. Pero cometen la torpeza de compararse con aquellos protagonistas. Perón fue proscripto por la orden de dictaduras que le temían al sufragio popular y por la debilidad de una oposición que no podía imponer reglas de juego claras y republicanas. En cambio, las candidaturas de Kirchner y compañía hoy están en tela de juicio en plena democracia y producto de sus propias desmesuras.
En el camino de ubicarse en el lugar de víctimas, Cristina llegó a decir en Coronel Suárez que ha "soportado insultos y agravios que nunca se habían visto en la historia de la Argentina". Otra vez esa deformación de la realidad que tienen los Kirchner de creer que la historia siempre comienza cuando ellos llegan. Es verdad que tanto ella como él han sido insultados, agraviados y ridiculizados, pero ni más ni menos que otros presidentes como Carlos Menem o Fernando de la Rúa, sin ir mas lejos. Porque si hablamos de Perón o Illia, esa comparación se cae por su propio peso. Pero hay un agravante en el caso de los Kirchner. Las descalificaciones de las que fueron víctimas Menem y De la Rúa, por lo menos en algún caso, tuvieron como victimario a Néstor. ¿O se olvidó de sus gestos primitivos remarcando la fama de mufa del riojano? ¿O no fue el mismo Kirchner el que participó del sketch de Tinelli en la intimidad de la Casa Rosada con el imitador de Fernando de la Rúa? Y si hablamos de las brutalidades que la gente del campo les dijo a los Kirchner, no se debe olvidar que fueron en respuesta a los mimos que Kirchner les hizo. Cariñitos como: golpistas, oligarcas, avaros, comandos civiles, grupos de tarea e incendiarios de campos.
Siempre cuesta ver más la paja en el ojo propio. Sobre todo cuando se retuerce el sentido común para tratar de justificar lo injustificable. Lo que superó todo lo imaginable en el plano del autoengaño o el bovarismo fue la explicación que Néstor Kirchner dio por radio sobre la malversación de las estadísticas del INDEC. Nunca se había explayado tanto en este tema, que impactó como un misil en la línea de flotación de la credibilidad del Gobierno. Dijo textualmente que "en el INDEC había grupos que dependían directamente de consultoras que trabajaban para incentivar de cualquier manera el índice de precios porque era muy importante en el crecimiento del endeudamiento argentino y eso les generaba a grupos económicos altos niveles de rentabilidad". Sincericidio feroz. Si tiene algo de verdad la excusa de Kirchner, ¿por qué no dio ningún nombre de los trabajadores o empresarios que participaban en esa especie de asociación ilícita? ¿Por qué no aporta los datos a la Justicia para que se persiga penalmente y se castigue con todo el peso de la ley a esos estafadores que lucraban con el dinero y los índices económicos de los argentinos? ¿No tiene un funcionario público la obligación de denunciar un delito de esa magnitud? ¿O fueron sólo palabras que se llevará el viento de los comicios?
Por lo menos tres economistas de prestigio, y que nadie puede acusar de enemigos del Gobierno, reclamaron esta semana que, de una vez por todas, haya un sinceramiento de las cifras. Tanto Aldo Ferrer como Mario Blejer y Eduardo Curia fueron prudentes pero firmes al plantearlo como un instrumento necesario para recuperar la seriedad. ¿Cómo saber si las tasas que cobran los bancos son altas o bajas si no se sabe cuál es la inflación real?, se preguntaron.
Las encuestas, la sabiduría y el olfato de los militantes de base señalan que -por ahora- la fotografía dice que el escenario más probable para el día después de las elecciones es de un moderado retroceso kirchnerista. Se podría llegar a cuantificar diciendo que los Kirchner van a perder entre el 15% y el 20% de su poder. Por eso Néstor dice que con un voto se gana y que puede perder algunos legisladores. Todo indica que la versión actual del kirchnerismo quedará como primera minoría en la suma total de votos en el país, y en el número de diputados y senadores. Que podría ganar la provincia de Buenos Aires con alrededor del 35% y con una diferencia de cinco puntos sobre el segundo, y que perderán distritos importantes como Mendoza, Córdoba y Capital Federal casi en calidad de papelón. Santa Fe se cuenta aparte: de ahí los dimes y diretes de los últimos días entre Kirchner y Carlos Reutemann. Kirchner quiere contar los votos del santafesino en la suma nacional para acercarse al 36%. Por eso lo elogia cada vez que puede y dice amar al Lole como a sí mismo. Reutemann huye despavorido de la cercanía de los Kirchner porque su apellido es piantavotos y una mochila de piedras en Santa Fe. De hecho, parte de la táctica electoral del socialismo es decir que son lo mismo. Reutemann ha dicho que su ruptura con el kirchnerismo es irreversible. No quiere coparticipar sus votos. Es el capital con el que piensa sentarse en la mesa de los ganadores del peronismo al dia siguiente de las elecciones. Allí estarán los gobernadores victoriosos que ahora están más lejos de Kirchner, como José Luis Gioja (San Juan), Mario Das Neves (Chubut), José Manuel Urtubey (Salta), José Alperovich (Tucuman) e incluso, tal vez, hasta Alberto Rodríguez Saá (San Luis), entre otros. Daniel Scioli y Néstor Kirchner también estarán en esa mesa. Pero el poder del jefe de la jefa del Estado ya no será el mismo ni podrá dar órdenes como tanto le gusta. Ganar por poco y perder diputados y respaldo popular en la parábola descedente suele no ser bien visto en el peronismo. Mucho menos si no ha sido generoso en el trato con ellos. Ya se sabe que el peronista de libro prefiere correr presuroso en auxilio del ganador y consagrarlo como nuevo jefe.
En esa mesa, el peronismo va a contar los porotos -como dice Reutemann- para barajar y dar de nuevo.
Falta poco más de un mes para que las urnas digan quién tendrá el as de espadas.
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