martes, 16 de junio de 2009

A 54 AÑOS DEL CRIMINAL ATENTADO EN PLAZA DE MAYO

*Roberto Bardini



En la mañana del 16 de junio de 1955, efectivos de la
marina de guerra y “comandos civiles” intentan sin
éxito copar la Casa Rosada y tomar prisionero al
presidente Juan Perón. El mandatario busca refugio
en el edificio del ministerio de Guerra y se dispone a
sofocar la rebelión. A mediodía, aviones la Armada
bombardean y ametrallan la sede del gobierno y la
Plaza de Mayo. Una de las primeras bombas estalla
en el techo de la Casa Rosada. Otra, le pega a un
trolebús lleno de pasajeros y mueren todos. Los
aviadores subversivos lanzan nueve toneladas y
media de explosivos.

Hay 350 muertos y 2 mil heridos. Setenta y nueve personas
quedan lisiadas en forma permanente. Los agresores huyen
hacia Uruguay, donde solicitan asilo político.Al día siguiente, el diario Clarín -que no se caracteriza por
sus simpatías peronistas- escribe: “Las palabras no alcanzan
a traducir en su exacta medida el dolor y la indignación que
ha provocado en el ánimo del pueblo la criminal agresión
perpetrada por los aviadores sediciosos”.Fue la segunda vez en toda la historia argentina que la ciudad
de Buenos Aires era bombardeada. La primera ocurrió durante
las invasiones inglesas de 1806 y 1807. En esta ocasión, a
mediados del siglo veinte, no existía un estado de guerra,
quienes atacaron por sorpresa vestían uniformes militares
argentinos y las víctimas fueron civiles desarmados, también
argentinos. El ataque a traición de los aviadores navales produce un terrible
impacto en la población. Durante meses no se habla de otra cosa
en los hogares de todo el país. En Dossier secreto - El mito de la
guerra sucia, el periodista norteamericano Martin Andersen cita
el informe de un analista de la embajada de Estados Unidos en
Buenos Aires, quien describe este estupor generalizado:

“El bombardeo del 16 de junio de 1955 explotó con una fuerza
cataclísmica, por tanto, sobre una población civil condicionada
por un siglo de paz y que tenía la confirmada creencia de que
semejantes cosas no ocurrían en la Argentina. Se detecta en la
gente no sólo el sentimiento de escándalo, sino de vergüenza
de que semejante matanza de civiles inocentes pudiera haber
ocurrido en el corazón de Buenos Aires”.Perón no quiere enfrentamiento entre las fuerzas armadas y,
mucho menos, entre militares y trabajadores. Aquel 16 de junio
de 1955, después del primer bombardeo a la Casa de Gobierno,
el general le ordena a un mayor del ejército que fuera a hablar
con el secretario general de la CGT:

- Ni un solo obrero debe ir a la Plaza de Mayo -le dice al oficial.
Y refiriéndose a los aviadores navales, agrega: -Estos asesinos
no vacilarán en tirar contra ellos. Ésta es una cosa de soldados.
Yo no quiero sobrevivir sobre una montaña de cadáveres de
trabajadores.

El relato de este hecho tiene una dimensión mayor porque su
autor es Pedro Santos Martínez, un historiador insospechado
de simpatías peronistas (citado en 1946-1955 - La nueva
Argentina, La Bastilla, Buenos Aires, 1988).

Los obreros salieron a la calle igual, al grito de “¡Perón, Perón!”
Muchos fueron masacrados desde el aire o al quedar atrapados
entre dos fuegos.

Martínez describe otro episodio que da una idea de las
convicciones morales de los golpistas. Por la tarde, los
subversivos atrincherados en la Secretaría de Marina despliegan
una bandera blanca que, de acuerdo a las reglas militares, sólo
podía significar dos cosas: diálogo o rendición. El general
peronista Juan José Valle y otros oficiales leales se dirigen al
lugar para parlamentar, con instrucciones de ser tolerantes con
los rebeldes. Cuando la comisión se acerca al edificio, la bandera
blanca es arriada y una ametralladora los recibe con ráfagas de
plomo.

Perón narra en su libro Del poder al exilio, citado por Martínez,
que cuando una multitud enardecida se concentró con garrotes
frente a la Secretaría de Marina, el almirante golpista que estaba
al mando envió un “dramático” mensaje al jefe del ejército:
“Intervenga. Mande hombres. Nos rendimos, pero evite que la
muchedumbre armada y enfurecida penetre en el edificio”.

Ese mismo día, después de recuperar el edificio, el general Valle
le dijo a Perón:

– Mi general, este ejército no le va a servir para la revolución
popular. Arme a la CGT.

En la noche, como reacción popular a los bombardeos, son
saqueadas e incendiadas la Catedral Metropolitana y diez
iglesias. Poco después, trasciende que Perón ha sido
excomulgado por el Papa Pío XII, quien siempre se negó a
tomar idéntica medida con Mussolini y Hitler.

Durante años, los antiperonistas repetirán que los incendiarios
de los templos contaban con la complicidad de policías y
bomberos. Y los historiadores oficiales pondrán más énfasis en
la quema de las iglesias que en la masacre de civiles perpetrada
horas antes por la aviación naval. Años después, muchos
jóvenes repetirán lo que escucharon de chicos en sus casas.

Luego del bombardeo a la Plaza de Mayo, Perón no sólo no toma
revancha contrariando el sentimiento de sus propios seguidores,
sino que busca la pacificación interna. En julio, levanta el estado
de sitio, deja en libertad a varios detenidos políticos y elimina
algunas restricciones políticas. El 31 permite utilizar la radio, el
principal medio de comunicación de la época, a dirigentes
opositores.

Perón ofrece renunciar a la jefatura del movimiento peronista
y mantener sólo el cargo de presidente de la nación. En
búsqueda de la reconciliación, el general cambia a integrantes
de su gabinete, sustituye al jefe de policía y se desprende de
Raúl Apold, su jefe de propaganda. Al mismo tiempo, designa
A John William Cooke como interventor del partido en la Capital
Federal. Sin embargo, la situación ha llegado a un punto sin retorno.
Conservadores, radicales, nacionalistas liberales, comunistas
y socialistas exigen la renuncia del presidente. El Ejército, la
Marina y la Aeronáutica conspiran abiertamente y los “comandos
civiles” se organizan. Tres meses después, Perón será derrocado
por la llamada “revolución libertadora”, un antecedente de la
ciénaga sangrienta instaurada en 1976.

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