domingo, 15 de noviembre de 2009

MANUAL DE APORTES COTIDIANOS A LA ZONCERAS ARGENTINAS DE JAURETCHE

*Eduardo Cao
www.elretratodehoy.com.ar


La sociedad cambió, aunque no tanto como hubiera querido don Arturo. Sin darse cuenta el ciudadano, se le rinde tributo cada día de una forma muy particular: engrosando su “Manual de zonceras argentinas”. Aquella realidad de principios del siglo XX que describió, ya no es la misma. ¿Ya no es la misma? Asalta la duda para dar con una respuesta certera.
“El realismo consiste en la correcta interpretación de la realidad y la realidad es un complejo que se compone de ideal y de cosas prácticas” (Arturo Jauretche)El creador de FORJA hubiera cumplido 108 años por estos días (nació el 13 de noviembre de 1901 en Lincoln, provincia de Buenos Aires) y tal vez, si viviera en esta zigzagueante y confundida actualidad nacional, su antológico “Manual de zonceras argentinas” estaría nutrido de varios capítulos más. No se espantaría, y aquí estamos especulando con su conocida forma de ser y expresarse, por los cambios habidos en la sociedad. Sí, en cambio, don Arturo Jauretche estaría al menos disgustado (enfurecido, ¿por qué no?) con la manera en que los argentinos vivimos la realidad cotidiana. En verdad, por cómo intentamos evadirla.También, y otra vez el ¿por qué no?, hasta hiciera con un dúo con Andrés Calamaro para cantar – en realidad no sabemos si entonaba bien o mal- aquello de “Caminando, caminándote, mi calle que quizá yo pueda cambiar. Esperando, esperándote, costumbres argentinas de decir no”.Dejamos las ficciones, tras este humilde recuerdo a uno de los grandes políticos- intelectuales- pensadores del siglo XX. No olvidé escribir “argentino”. Jamás encerraría en una porción de la Tierra a una persona con esos valores universales por más que Jauretche sea incluído en los libros de texto, como un arquetipo de cierto nacionalismo vernáculo. Sí volveremos a las “zonceras argentinas” ampliadas.Por estos días, mucho se habla y escribe sobre víctimas y victimarios de cortes de calles y rutas cerca y de Capital Federal – Ciudad Autónoma de Buenos Aires – Conurbano. Los hay y ocasionan problemas, malos humores, crispaciones y enfrentamientos. La sociedad y sus representantes, legales por votación y legítimos por elección, están enfrascados en la discusión sobre la manera de terminar con uno de los sufrimientos sufrimiento del ciudadano/a común. Todo bien o todo mal, según a quien responda el “victimario” que corta o la “víctima” que reclama, en sus posicionamientos políticos. “Zurdos” o “fachos”, “destituyentes” u “oficialistas” están de moda otra vez, como si las etiquetas no hubiesen tenido el papel que jugaron en las tragedias de la historia argentina reciente y, si revisamos un poco, la de otros momentos de nuestro país.De cualquier manera, no es éste el origen de nuestros males “circulatorios” en el tránsito urbano, sea a pie o sobre dos, cuatro y más ruedas. Y tampoco patrimonio de los lugares en donde están afincados los poderes de decisión y económicos de un país que se declama, sólo se declama, federal. Allí parece que no se encuentran los caminos de la normalidad y se sufre de la misma manera que no se encuentran y se sufre en el resto del país: el tránsito es más allá y más acá, una pesadilla. Una pesadilla que nos ataca y que aún no logramos entender, tiene su génesis en nosotros mismos.“El individuo se cree superior a la comunidad a la que pertenece y desprecia, y por tanto, el juicio no se traduce en propósitos de autoperfeccionamiento, sino precisamente en lo contrario (…) piensa que para vivir en esa sociedad, no hay más remedios que adoptar sus vicios”, opinaba el licenciado en Historia Héctor Ghiretti en una columna publicada en el diario Los Andes de Mendoza. Y remataba: “(…) sólo aparecen vicios sociales cuando existe una sociedad que los permite”. Sí, la sociedad de nuestras metrópolis superpobladas, permite y hasta es cómplice por acción, también de los vicios viales.Se trata, en este aspecto, de aquellas “costumbres argentinas” que mucho tienen que ver con los vicios y poco con la educación. Por más que el Estado lance, con ligereza y acuciado por trágicos múltiples accidentes, una Agencia de Seguridad Vial con el escaso control sostenido por un esporádico funcionamiento de radares.Incluso el hoy programa educativo vial en las escuelas, aunque plausible, es de dudosos resultados. Los chicos podrán aprender a futuro conducirse y conducir en el caótico tránsito, pero ¿los padres aceptan que la inocente sapiencia de sus hijos les marque la imprescindible necesidad de modificar conductas? La repuesta es obvia, si nos atenemos a los ejemplos diarios.Esto tiene un principio aunque no necesariamente un final. En todos los países comenzaron, alrededor de 1930, a lanzarse en forma masiva modelos de automóviles con el volante a la izquierda. La cultura vial hasta entonces, sentados en el asiento derecho para conducir, era circular por la izquierda y superar a otro vehículo por la derecha. Salvo en Gran Bretaña, cambió la regla: circular por la derecha, así se tenía una visión más amplia de la vía de desplazamiento, y pasar por la izquierda. Argentina se plegó a la modernidad con la llegada, y hasta fabricación, de automotores alemanes, franceses y americanos. Los británicos perdieron terreno, hasta que en los 80 cambiaron de lugar el volante. Lo llamativo es que los argentinos conductores, en su gran mayoría, insisten en el legado de sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos: van por izquierda y pasan por derecha. Cualquier coincidencia con los erráticos posicionamientos políticos de la sociedad, no es casualidad. Es una “costumbre argentina”.Hace horas, el gobernador bonaerense impulsó nuevas normas para evitar piquetes que alteren la circulación en las calles. No habrá represión, sí actas de infracción. Una de ellas será taparse el rostro en esas crispadas concentraciones para evitar un reconocimiento posterior, una actitud criticada por la mayoría de la comunidad. La misma que permite, y que la practica, tapar la patente del auto para eludir multas de tránsito. O utilizar cristales ya no polarizados sino ennegrecidos, ocultando a sus ocupantes y creando las lógicas dudas: “¿Serán los buenos o serán los malos?”. De acuerdo a una curiosa definición de incierto valor estadístico, son, los que practican estas modalidades prohibidas, los más críticos con sus propios congéneres y con el país: “Y qué querés, este país es un desastre, nadie cumple la ley; esto es una j…”. Otra “costumbre argentina” esa de burlar las normas porque el resto también las incumple.Velocidades comparables a las de la Fórmula 1 o, en el otro extremo, a las del “paso de hombre” con y sin obstáculos a la vista, irrespeto por peatones, dobles y triples filas en calles y avenidas que se estrechan, bebés en asientos delanteros, ocho personas en habitáculos donde entran cuatro apretados, motociclistas y acompañantes grandes y chicos sin casco, bicicletas haciendo piruetas entre decenas de autos detenidos o en marcha, padres y madres que intentan dejar al nene o a la nena en el aula de la escuela a bordo de sus automóviles, sin haber ojeado un párrafo del programa de educación vial que reciben sus hijos, configuran un escenario en el que sólo de a ratos se presenta “el control”. Es cierto: para cambiar la cultura general en materia de tránsito, se necesitarían miles de “controles”, uno por cada esquina, y eso es imposible por más buena voluntad y presupuesto que posea el Estado, desde hace tiempo superado por la realidad e inmerso y protagonista en y de los vicios sociales.Por último, ¿cómo ubicaría Jauretche en su “Manual de zonceras…” al uso que le damos los argentinos al teléfono móvil, sobre todo cuando conducimos? Un indudable avance tecnológico es el celular. Nos comunica desde cualquier lado (siempre que haya señal), nos acerca a cualquier lugar, profundiza las relaciones sociales. Pero no es la extensión de nuestro cuerpo, hasta que lo convertimos en necesidad impostergable, en manía. Lo que podemos comunicar dentro de diez minutos, cuando detengamos el auto que conducimos, lo hacemos ya y convertimos la charla en conferencia de varios minutos y muchas más cuadras. Está penado su uso al manejar en rutas y calles porque es potencial causa de accidentes. Pero se sigue manejando y cruzando esquinas, hablando por el aparatito. Ya no sólo es zoncera…Cambiar la calle, como canta Calamaro, parece estar en la categoría argentina de tarea “para los otros”. Sin embargo, “yo, usted y los hombres de aquí, dejemos de ser casi hombres para serlo en su totalidad” (David Viñas – “Las malas costumbres” -1963)

ecao@elretrato.com.ar

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