lunes, 27 de septiembre de 2010

LEJOS DE LA POSTAL

* Adrián Freijo
www.noticiasyprotagonistas.com


¿Qué les pasa a nuestros funcionarios?; ¿son perversos o tan sólo mediocres? ¿O tal vez creen que los marplatenses somos tan estúpidos que no vamos a darnos cuenta de que los titulares de la prensa amiga del poder y de los poderosos no representan ni remotamente la verdad con la que tropezamos día a día?
Recorriendo algunos barrios de la ciudad, uno no puede dejar de sentir el entusiasmo de los fundadores. Al alcance de la mano y de la imaginación aparece la posibilidad de poner a las calles el nombre que se le pueda ocurrir; es que encontrar un cartel indicador se vuelve una aventura apasionante, si es que por pasión entendemos la furia, la impotencia y la sorpresa.Seguramente una terminal de cruceros es imprescindible para la vida cotidiana de Mar del Plata. No me cabe duda alguna acerca de lo que representará en soluciones para el 40% de sus habitantes que se encuentran desocupados, subocupados o en negro, y que ahora van a poder pasar su tiempo embarcados por el mundo. Pero… ¿es tan difícil, mientras tanto, colocar un puñado de carteles que nos digan por dónde estamos circulando? Quien logre llegar al final de sus días con las cubiertas de su auto sanas, las puntas de eje sin curvaturas caprichosas surgidas al calor de los golpes o, en el caso de los transeúntes, sin un tobillo dislocado, podrá decir a los cuatro vientos que es un elegido de Dios.No dudo de que la urbanización de Playa Grande, con piletas, bares, saunas y palmeras permitirá que las víctimas del tránsito cotidiano se recuperen de sus lesiones óseas o hagan tiempo mientras sus rodados son arreglados. Pero… ¿es tan difícil encarar de una vez por todas el arreglo de la capa asfáltica más allá de las cercanías del micro y macrocentro turístico?El día en que los contribuyentes marplatenses observen que el dinero –no poco, por cierto- que pagan en tasas y contribuciones les es devuelto en servicios, en asistencia y en eficiencia en vez de recibir la permanente respuesta “no tenemos personal” (¡!) cada vez que necesitan algo, es posible que sientan que no están siendo tomados por imbéciles sino que son, por fin, ciudadanos a los que se les debe rendir cuentas y respeto. Hermanarnos con Ischia, Cattanzaro o Nairobi será, a no dudarlo, un antes y un después en la vida de cada uno de nosotros. Nadie duda de lo emotivo e impactante que es saber que una calle del culo del mundo lleva el nombre de “La Perla del Atlántico” o cosa por el estilo. Pero… ¿puede ser que ya estemos pagando más de 8.000 sueldos municipales y sigamos esperando que alguna vez la comuna se asome a las cosas cotidianas de nuestra vida?Hace muchos años que los marplatenses no tenemos municipalidad. En algún recodo del camino nuestros funcionarios han perdido la pasión por lo cotidiano, por las cosas de la gente y sus problemas. Todo tiene que ser grandilocuente, faraónico, fundacional. No sirve dar agua a la ciudad; hay que dar océanos. Es intrascendente dar salud; debemos derrochar inmortalidad. ¿Para qué asistencia social, si podemos llenarnos de congresos internacionales de señores que vienen a comer paella y quedar mormosos de vino blanco frío y madrugadas en Madaho’s?Todo es un “antes” y un “después”; nada llega a ser el cotidiano “durante”. No hace muchos años, al ex intendente Russak se le ocurrió que la venida de los granaderos de Friburgo era realmente importante. Durante meses y meses el municipio gastó tiempo y dinero en anunciarnos que el ilustre cuerpo suizo iba a dignarse pisar estas playas. Y un día llegaron: viejos, gordos, impresentables.En su delirio internacionalista, el bueno de Mario pidió que al desfile de aquellos granaderos asistiesen lo otros, los nuestros, los de San Martín, y preparó un coche descapotado en el que se imaginaba recorriendo la avenida Constitución de pie, custodiado por los marciales de acá y los gordos de allá.Claro que alguien debió de avisarle que el Cuerpo de Granaderos a Caballo está para custodiar tan sólo al Presidente de la República, y que a él le faltaban bastantes peldaños para merecer tal honor. Una verdadera nube de pedos.Pero la nube quedó y se aposentó sobre todos sus continuadores. Cumbres, congresos, festivales, fiestas, saraos, ágapes y agapitos, embajadores, monarcas, cocottes y vedettes entronizadas como la Virgen de la Merced, anuncios rimbombantes y proyectos desopilantes; todo y de todo… menos intendencia, baches, salud, educación, cosas de simples vecinos.Me parece que ha llegado la hora de bajar de aquella nube. Creo sinceramente que debe refundarse el criterio de ciudad (civitas non orbe) que supone la base de la pirámide democrática. Cada peso que se gasta en promover obras que sólo beneficiarán a un grupo de particulares cercanos al poder, es un peso malversado. Cada esfuerzo que se invierte en esta insoportable levedad del ser que supone pensarse Mónaco sin Carolina ni Grace mientras centenares de chicos deambulan misérrimamente por nuestras calles, es un pecado capital que no merece más que penitencia sin perdón.Afirmar estúpidamente que “estamos colocando a Mar del Plata en el mundo” cuando no sabemos cómo resolver sus graves inequidades sociales o no podemos mantener abierta una semana entera una salita de salud sin que la falta de personal, medicamentos o infraestructura la condene a la más vergonzosa de las inactividades, sería propio de orates si no fuese en sí mismo un crimen social imperdonable. Y tantas otras cosas que seguramente surgirán en la memoria del lector y que tal vez no enumeramos por la tiranía del espacio a disponer.¿Qué les pasa a nuestros funcionarios?; ¿son perversos o tan sólo mediocres? ¿O tal vez creen que los marplatenses somos tan estúpidos que no vamos a darnos cuenta de que los titulares de la prensa amiga del poder y de los poderosos no representan ni remotamente la verdad con la que tropezamos día a día? ¿Hasta cuándo veremos desfiles de patrulleros, motos, efectivos y estadísticas mientras en la ciudad verdadera nos matan como a perros?La Argentina es el reino de la publicidad y el marketing. Miles de millones de pesos se gastan día a día en este país para hacernos ver lo que no existe; lo grave es que los mismos que pagan terminan por creérselo y actúan en consecuencia.Muchas veces, en la impotencia de la incomprensión, uno tiene ganas de tomar por las solapas a algún encopetado funcionario y preguntarle entre sacudones si nos está tomando el pelo o no tiene en su familia nadie que le cuente la verdad. Pero es inútil, no nos va a entender. Ellos, los “poderosos” de hoy que serán los avergonzados de vidrios polarizados y recorridos esquivos del mañana, no están en condiciones de entender esas boberas tales como una calle arreglada, una sala sanitaria funcionando, una señal que nos diga dónde estamos o un colectivo que llegue a horario. Esas cosas, cotidianas y aburridas, no marcan un “antes” y un “después”.Un buen vecinoTeodoro Bronzini cumplía 90 años. El gobierno municipal de entonces, encabezado por Mario Russak, había resuelto que el acontecimiento pasase desapercibido. Claro que al hacerlo no contaba con que pocas semanas antes el comisionado se despacharía con aquella recordada frase de la mediocridad de los marplatenses. Entonces, el viejo enemigo debía convertirse en un aliado: sobreactuar la “alegría” por su cumpleaños demostraría a todos cuán “marplatense” era el nuevo jefe comunal.Comisionó a su entonces secretario de Gobierno para que fuese a la casa del legendario caudillo socialista para invitarlo al homenaje que en su honor se haría en el despacho que había ocupado por casi 40 años. El buen funcionario no ahorraba ditirambos para convencer al ilustre agasajado, extendiéndose en consideraciones acerca de la grandeza de haber llegado a ser un símbolo vivo de Mar del Plata, su visión de futuro y la veneración de varias generaciones de lugareños.Bronzini lo miraba con aquella pícara sonrisa que siempre anunciaba una de sus filosas frases provistas de toda la fuerza de la sencillez y el sentido común.Harto del edulcorado discurso, interrumpió al orador con un cortante “No se gaste m’hijo; para ser un buen intendente sólo hace falta ser un buen vecino”.Algo que muchos parecen haber olvidado en la actualidad.

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