martes, 19 de octubre de 2010

NO ES NUESTRA PELEA

*Adrian Freijo
http://www.noticiasyprotagonistas.com/




Con el pretexto del miedo dejado por la dictadura o la posibilidad de perder nuestro trabajo, los periodistas argentinos hemos sido cobardes, hemos silenciado la verdad y nos hemos convertido más de una vez en cómplices del autoritarismo y la corrupción.
Hace pocas horas estuvo en Mar del Plata el controversial secretario de Comercio Guillermo Moreno. Una vez más, y en presencia de la habitual tilinguería “progresista” que también florece en nuestra ciudad, ocupó un tiempo y un escenario que la gente querría que fuese aprovechado para explicar cómo va a combatirse el verdadero desmadre de precios que hoy afrontan los hogares argentinos, en explayarse acerca de la inquina oficial contra el grupo Clarín y hablar de una Ley de Medios que ya ha ingresado, antes de nacer, en el terreno de lo ridículo.Pocas horas después fue la propia Presidenta, convertida en bloggera impenitente, la que utilizó las redes sociales de Internet para seguir el mismo camino adolescente de su patético funcionario. Ambos lograron cerrar así otra semana de patética nadería e histerias adolescentes.Más allá de que algún psicólogo debería explicar a los funcionarios de este Gobierno que si bien es difícil hacer que la historia se detenga en los ’70, mucho más lo es que ellos recuperen la edad que tenían por entonces, esta estudiantina conceptual del “me peleo con la vecinita” que caracteriza a los “Kirchner Boys” se convierte en doblemente preocupante cuando uno observa el paulatino deterioro del poder político del Gobierno, y comienza a vislumbrar actitudes autistas que pueden suponer presagios tormentosos de cara al año electoral que se avecina.Si el matrimonio presidencial no toma nota de lo cercano que está el final de su tiempo personal de bonanza y poder y si, además, opta por negar la realidad, estamos en serios problemas. Pero si nosotros no tomamos nota de la necesidad de apartarnos de enfrentamientos que no nos pertenecen y no nos centramos en la tarea de construir una sociedad distinta hacia el futuro, esos problemas se convertirán en muy graves.Solía decirse hace muchos años que “ni calvo, ni con dos pelucas”. Y seguramente de eso se trata la respuesta que el conjunto de los argentinos debería tener ante alguna de las muchas reyertas que nos plantea este escenario trucho del Gobierno y sus “enemigos” de hoy. Es muy triste que esto esté pasando cuando llevamos caminado más de un cuarto de siglo en democracia. Por un lado queda en evidencia la debilidad de nuestras instituciones y la actitud irresponsable y corrupta de nuestra dirigencia. En la Argentina, mal que nos pese, la política es esto: negocios, autoritarismo y búsqueda permanente de la opinión única como forma de controlar al ciudadano. Porque con formas menos salvajes de las utilizadas por el matrimonio presidencial, en turnos anteriores también se hizo muy difícil opinar en libertad sin sufrir las consecuencias.Y si mirando hacia atrás advertimos la apatía de los argentinos frente las diferentes características del gobierno de turno, veremos que la cooptación de la opinión pública, en muchos casos, estuvo a tiro de piedra.¿O no éramos todos vehementes defensores de los derechos humanos con Alfonsín? ¿Y no nos convertimos en una sociedad ligeramente frívola durante el gobierno de Menem y una convertibilidad que nos permitía viajar por el mundo y consumir importado mientras el país se caía a pedazos y la gente se quedaba sin trabajo? Reconozcamos sin desesperación la cuota parte de responsabilidad que nos cabe en esto que nos está pasando. Y digo sin desesperación porque no somos ni la primera ni la última sociedad que se equivoca y termina saliendo adelante con el simple expediente de aprender sobre los errores cometidos.La verdad es que hoy, 27 años después del sueño democrático en marcha, estamos en el peor momento de la república. No creamos, sin embargo, que este Gobierno enfrenta a inocentes agentes sociales que pugnan por esclarecer a la gente. Los medios, en general, y alguno de los grupos afectados en particular, somos fuertemente responsables de este estado de cosas. Con el pretexto del miedo dejado por la dictadura o la posibilidad de perder nuestro trabajo, los periodistas argentinos hemos sido cobardes, hemos silenciado la verdad y nos hemos convertido más de una vez en cómplices del autoritarismo y la corrupción. Al hacerlo hemos abjurado de la esencia misma de nuestra profesión, y hemos sido serviles al poder empresario y al poder político. Poder empresario que allá por los ’90 participó de la fiesta del nuevo monopolio privado en materia de telecomunicaciones, sin que por entonces le importasen nada ni el pluralismo ni el derecho de la gente a elegir.Parece absurdo que ahora, ante los embates autoritarios del Gobierno, los argentinos tengamos que defendernos acompañando a quienes mucho se han abusado de nosotros.¿Entonces? Entonces, los principios. Principios que tienen jerarquías constitucionales, pero mucho más jerarquías morales. Principios que "los contendientes de hoy" han avasallado ayer mismo, pero que no nos pueden hacer olvidar que la libertad de expresión supone la esencia misma de la vida humana.Será importante, entonces, que nos pongamos en esta ocasión del lado de los medios atacados. Pero no lo será menos que les hagamos sentir a estos que nuestro acompañamiento tiene que ver con la necesidad que tenemos los argentinos de construir una república verdaderamente democrática y con ninguna adhesión a su comportamiento pasado o presente. Acá, en Mar del Plata, en materia de televisión por cable, el mismo grupo que denuncia al Gobierno por querer construir un monopolio estatal, tiene un monopolio privado que fija a su antojo las reglas de juego.No nos confundamos: peleamos por la libertad de opinión, contra el autoritarismo y el pensamiento único, contra el deseo de eternizarse en el poder a cualquier precio, contra la corrupción y el delito como forma de gobierno y, sobre todo, contra una clase dirigente que sigue teniendo una visión tan sólo cuantitativa de la sociedad. Pero no peleamos por Clarín o La Nación. Ni por sus políticas ni por sus negocios.Y cuando esta historia termine y logremos sacarnos de encima a los autoritarios, deberemos recordarle a las empresas y a los periodistas que la sociedad reclama fuertemente el respeto a la verdad y a la gente.No luchamos por interés alguno: luchamos por los principios de la república, que en definitiva son nuestros propios principios.Reescribir la historiaVieja costumbre argentina, reescribir la historia parece una vez más un apasionante deporte nacional. Desde aquel pecado original de convertir a Cornelio Saavedra en un torvo personaje de las primeras horas de libertad –cuando en realidad se trataba de un verdadero líder, elegido como jefe de Patricios por el voto unánime de todos sus oficiales, y de uno de los pocos integrantes del primer gobierno que no respondía a intereses facciosos- hasta las más recientes reinterpretaciones de hechos que todavía tenemos en nuestra memoria, pareciera que no somos capaces (ni lo seremos nunca) de apegarnos a la verdad de los hechos como forma de reconocernos y reconocer la realidad.Las turbas sobreexcitadas de 1955 quemaron en Mar del Plata la casa que pertenecía a Jorge Antonio. Se lo acusaba de ser el “empresario del régimen” y de haberse enriquecido en turbios negocios con el poder. Pocos años después ya era “Don Jorge”, una especie de oráculo del peronismo al que todos miraban con respeto y recorría canales de televisión explicando “urbi et orbe” el camino de la liberación.¿Cuál era el verdadero? Seguramente ninguno de los dos. Los Graiver supusieron parte de lo peor de una historia impresentable. Negociados, atropellos, dinero sucio producto del “negocio” de la muerte como forma de hacer política, vaciamiento de instituciones financieras en las que miles de personas depositaban el producto de su trabajo de toda la vida y muchas cosas por el estilo. Hoy, el Gobierno pretende hacerlos aparecer como víctimas de malvadas persecuciones y de campañas orquestadas.Por favor, basta. Ni Saavedra mató a Moreno, ni Jorge Antonio era un prohombre argentino, ni los Graiver víctimas inocentes de la maldad de los militares. Escribamos, de una vez por todas, la verdadera historia de una triste nación que, justamente por mentirse a sí misma, nunca llegó a ser una república.

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