* Jose Luis Jacobo
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Mucho se ha escrito en la crónica y la novela sobre crímenes cometidos con veneno. Fue el arma criminal utilizada por los Médici en el Medioevo, por los ejércitos enfrentados en la primera gran guerra mundial, y preferida por las mujeres a la hora de matar -“Yiya” de Murano dixit-.
Hay otros venenos, tal como dice Orlando Figes en su libro Los que susurran: el odio es uno de ellos. Señala en un párrafo: “Durante la histeria colectiva de la conspiración de los médicos, la funcionaria María Nesterova, que odiaba a los judíos, llegó a denunciar que los niños que venían al mundo traídos por médicos judíos eran azules porque los judíos les chupaban la sangre”. Los mecanismos soviético-nazis de delación que usan a testigos de identidad reservada han demostrado ser en la Argentina instrumentos de persecución frecuentes tan odiosos como María Nesterova.
Y de odio se trata toda esta historia del llamado Juicio por la Verdad, incoado cruelmente en Mar del Plata con objetivos de persecución y venganza personal. Mirta Susana Masid era el testigo clave, protegido, encubierto, ahora devaluado y en descubierto. Su madre pena por ella; la familia clama con un “¿en qué se metió ahora?” y pide piedad. Piedad para esa madre de 90 años que no entiende de qué se trata, que sufre al ver expuestas vergüenzas del pasado que creía superadas.
Mirta Susana estaba separada y era madre de dos hijos en 1974 cuando conoció a Carlos “Flipper” González, más tarde muerto a tiros en los salvajes enfrentamientos de aquellos de plomo y sangre a discreción. Mirta Susana, que hoy se autorreferencia como historiadora de la violencia de los ‘70 en nuestra ciudad, estuvo en el epicentro de aquellos acontecimientos nefastos. No sólo era la compañera de González y madre de un hijo suyo, sino que participó de reuniones en las que se relataban crímenes cometidos y planes de crímenes a cometer. En su declaración, Mirta Susana asegura que las discusiones de cómo asesinar a Daniel Gasparri se dieron en su casa, en su presencia, y nada hizo al respecto.
Masid construyó, frente a los jueces Falcone y Portela -cuya incuria comienza a brotar ahora a la vista de la comunidad- un relato de un conjunto de historias parciales, que resta saber cuáles son reales y en qué omisiones claves cayó la relatora. Por caso, su omisión en referencia a su relación sentimental con Mario Durquet, a quien se le atribuyen conductas criminales como partícipe activo del pelotón de fusileros que integró la CNU.
Durquet, en su primera declaración, negó todos los cargos criminales en su contra, independientemente de admitir haber formado parte de la CNU. Circunloquios y formalidad aparte, Durquet manifestó que meses después de la muerte de Carlos “Flipper” González, inició con Mirta Susana una relación afectiva intensa, que les había tomado mucho cariño a sus hijos, pero que, con la muerte de González en medio de la pareja, fue imposible cumplir con la expectativas de una relación que funcionara. En sencillo: a Mirta Susana se le olvidó un capítulo importante de su vida, la de su relación amorosa con quien era compañero de militancia de su antigua pareja y padre de uno de sus hijos.
No da la impresión de que sea un pequeño detalle. Durquet, que se venía desempeñando como profesor en la escuela Vucetich, apuntó que jamás admitió haber matado a María del Carmen Maggi y que jamás involucró en un hecho en el que nada tiene que ver, a Piero Asaro.
Las afirmaciones de Masid son ya una cuestión de análisis judicial, pues la temeridad de usar su testimonio para dar lugar a una cacería mediática y social es un hecho que no debería pasar como un episodio entre tantos para esta, la mayor parte de las veces, desinteresada sociedad.
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