* Jose Luis Jacobo
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Cada verano es la misma historia: la ciudad se colma de limpiavidrios, trapitos, carteristas, mecheras, una fauna que hace su verano a costa de los demás. No quiero obviar, además, la inmensa cantidad de delincuentes de toda laya que roban, saquean viviendas y lastiman por doquier. Tristemente, las autoridades parecen sorprenderse cada año con estos hechos de rutina que insólitamente se asumen cada vez con mayor naturalidad, volviéndose una rutina desgastante que mortifica a lugareños y visitantes por igual.
Este año, por caminos que no son los de la comunicación institucional, se conoció que un sujeto devenido trapito fue detenido en la zona de Colón y Güemes luego de amenazar a un turista de Quilmes. El individuo en cuestión -cuya identidad no ha trascendido- tenía en su poder $1.600 y pretendía por cada vehículo estacionado $20, a pagar por adelantado. Ante la eventual negativa, hacía saber al conductor del vehículo que si se lo rayaban no había derecho a queja.
Una conducta cívica valiente la del vecino quilmeño, que grabó la amenaza con su celular, llamó luego al 911 y permitió constituir un cuerpo de prueba que finalmente llevó a la detención del vándalo.
La noticia fue publicada el lunes por el diario La Capital, y luego se sumó a la especie El Atlántico, que sobre el punto entrevistó al titular de Inspección General Eduardo Bruzzeta. El funcionario se despachó con estos curiosos conceptos: “Cerca del 80% de los cuidacoches y limpiavidrios que desempeñan ambas actividades durante el período estival, no son de Mar del Plata sino que, en general, procederían de Buenos Aires”.
Primer dato elocuente: Bruzzeta los conoce. Tiene un registro cuando menos general del universo en cuestión, califica monto y origen. Segundo dato: Bruzzeta elude su responsabilidad, aludiendo a que se trata de “un fenómeno social” que “lamentablemente tiende a crecer cada temporada” y advierte que en el caso de los trapitos, no existe una ordenanza que regule o, mejor dicho, prohíba la actividad.
La advertencia desnuda al rey. Si bien en el caso de los trapitos no hay ordenanza que prohíba, sí la hay para los limpiavidrios. Sin embargo, la misma complacencia se extiende para ambas actividades. Decir, como lo hace Bruzzeta, que se labran infracciones pero que las características sociales del asunto lo hacen de “difícil solución”; colocar el marbete de “cuestión social” a cualquier tema es fantástico, porque así desaparecen mágicamente todas las responsabilidades públicas.
El otro aspecto es la cobardía de decir que el 80% viene “de afuera”. En varias oportunidades he dado los detalles y lugar de trapitos que presionan a marplatenses o no cualquier día del año (Ver N&P edición digital, edición 633, “Dame un pesito”, 15/11/09). En uno de los casos citados por este medio, la denuncia que hiciera un vecino luego de agresiones sufridas por parte de un trapito terminó en archivo de la causa. Por supuesto que el criterio de enviar a archivo situaciones delictivas callejeras consideradas menores contribuye a la impunidad.
En medio de trapitos, limpiavidrios, mugre por donde se mire, el intendente Gustavo Arnaldo Pulti sigue hablando de las nubes de Úbeda. Dijo esta semana: “Veo a los taxistas, a los chicos que hacen la temporada en la hotelería con mucho esfuerzo y mucho empeño”. Y sí, los vemos. Ese esfuerzo que Pulti señala no lo hace el Estado, lo hace la gente. Y la gente tiene competencia desleal: a los vándalos, el Estado y los actores políticos los protegen con su negligencia, su desidia y su interpretación retorcida de la ley.
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