Escribe Hugo E. Grimaldi para la Agencia
de Noticias DyN
La mano de póquer que están jugando Cristina Fernández y Hugo Moyano aún tiene final abierto. Los dos jugadores máximos han arriesgado apenas sus primeras fichas, se han recelado, mentido, puesto caras de piedra y redoblado apuestas. Hasta ahora han mostrado y pedido algunas cartas, pero aún no es tiempo de tirar sobre el paño todo lo que tiene cada uno, el tradicional "me juego" que lleva inexorablemente al final de la partida.
Por detrás de la gran jugada se movieron durante la semana, a una velocidad cada vez mayor, una serie de paranoias e intrigas que buscaron sacar de quicio y condicionar a los dos expertos que empuñan las barajas, a partir de declaraciones o sucesos que tienen muchos condimentos, tantos como interpretaciones. Es que lo difícil no es relatar los hechos ni imaginar un final cantado, que nunca se podría transar en un empate, sino saber por qué se dieron las cosas, cuáles fueron los pro y las contras que analizaron los protagonistas y, sobre todo, qué maniobras se ocultaron.
Igualmente, parece algo arriesgado emparejar a las figuras de Cristina y de Moyano alrededor de una mesa de final excluyente, sobre todo por la investidura de una de ellas, pero hoy ambos representan cabalmente a dos sectores que quieren ir por todo, aunque la Presidenta es quien más tiene para perder. El titular de la CGT no deja de ser un aspirante a la corona, aunque sabe que posee por detrás la llave de muchas cosas. No fue ocioso que se cantara el viernes en territorio camionero, "si lo tocan a Moyano, le paramos el país".
Si bien los recelos mutuos en la relación vienen desde mucho antes, la cronología de los hechos podría comenzar por aquel acto de hace dos viernes en la cancha de Huracán, que esta columna definió la semana pasada como "tiros por elevación" de la Presidenta dirigidos hacia quienes cuidan sus quintas en el peronismo, como son los intendentes del Conurbano o la propia CGT.
Más allá de explicitar esa tarde que era ella misma quien lideraba las corrientes kirchneristas más deseosas de terminar con las viejas prácticas, el cuestionamiento de Cristina pasó por la cerrazón de las estructuras tradicionales hacia las corrientes juveniles de izquierda, que amenazan sobre todo a los popes del sindicalismo (Unión Ferroviaria, subtes, alimentación) con nuevas formas de democracia participativa que los viejos dirigentes ni entienden ni practican.
Si bien ni las circunstancias ni los métodos son los mismos que en los años '70, en el trasfondo del escenario se está reeditando la vieja lucha por el poder entre dos facciones bien claras del llamado "campo popular". Hoy, más allá de las críticas que vienen de lejos dirigidas hacia la burocracia sindical, el problema es que los gremialistas temen que finalmente triunfe la teoría de los ultra K, aquella que dice que ni la movilización de los intendentes ni la de los sindicatos es imprescindible ni para salir a la calle ni para sumar votos. Esa misma noche ya estaban brotados en la CGT.
Para entender el modo en que el Gobierno tuvo sus propios trastornos hay que referirse a la jornada del domingo pasado en Catamarca, que bien vale caracterizar como la provincia de María Soledad Morales. Allí, los festejos por el sorpresivo triunfo de la senadora Lucía Corpacci, que le habían dado un aire triunfalista al "ya ganamos" de la Casa Rosada, quedaron empañados por la presencia de Ramón Saadi junto a su prima, la gobernadora kirchnerista electa. Una simple foto de familia se expandió hacia límites inconmensurables cuando la misma Corpacci dijo que "Saadi no es sinónimo de mala palabra", ni "un demonio" y aseguró que "el caso de María Soledad no fue como lo mostraron los medios".
El corolario de la situación fue que muchos en el Gobierno vieron por primera vez en la semana un nuevo cajón de Herminio Iglesias y ni siquiera se atrevieron a dejar que Corpacci viajara a Buenos Aires a fotografiarse con la Presidenta. Una vez más la prensa, testigo directo de las cosas, fue catalogada como la gran culpable por mostrarle a los ciudadanos los desatinos de los gobernantes.
El jueves por la mañana, un titular del diario Clarín explotó en Olivos: "La CGT sube la apuesta: ahora quiere ponerle el vice a Cristina". Las fuentes de la información eran "dos sindicalistas de trato cotidiano con Moyano", quienes nombraron al abogado y diputado Héctor Recalde como posible candidato; en tanto, la bajada de la información señalaba que "para presionar, piensan en una movilización multitudinaria durante el acto por el Día del Trabajador que harán en la 9 de Julio". ¿Presionar por la tapa de los diarios y nada menos que por Clarín? ¿El moyanismo se había unido con el enemigo para condicionar al Gobierno? La urticaria fue gigante en Olivos.
Al instante, alguien dio la orden y la maquinaria se puso en marcha. La misma Cancillería que otrora mandó al cajón muchos exhortos del juez Baltasar Garzón, ordenó internamente pasarle de inmediato a la Justicia Federal un pedido de asistencia judicial que había llegado el 9 de marzo desde la Embajada de Suiza.
Pese a que allí se decía que se trataba de "manifestaciones periodísticas", también se mencionaba sin cortapisas al titular de la CGT y a su familia en posible connivencia con los dueños de Covelia, una empresa recolectora de basura de crecimiento exponencial: "Existen sospechas de que los haberes depositados en la cuenta susodicha (la número 25491 del Standard Chartered Bank, en Ginebra) tengan por origen las actividades criminales que las autoridades de Argentina reprochan a los familiares de Hugo Moyano".
¿Qué es Covelia y por qué su dueño Ricardo Depresbiteris está enlazado con Moyano, pese a que éste ha dicho que no tiene "un carajo" que ver con él? El diputado provincial Walter Martello de la Coalición Cívica bonaerense, que ha investigado los contratos de la empresa con las intendencias del Conurbano, sostiene que ése es el modo de presión de Moyano hacia los jefes comunales: "Los intendentes no se animan a denunciar? porque tener un paro prolongado en la recolección de basura implica un costo político muy importante. Es hora de que este accionar mafioso se ponga en evidencia y se termine", señala.
Una vez llegado a los Tribunales, el exhorto diplomático entró en un sorteo para ver a qué juez federal le caía la causa y la misma fue a parar a Norberto Oyarbide, que fue quien metió preso a Juan José Zanola y detuvo a Gerónimo Venegas antes de tomarle declaración. En lo que debería haber sido fruto del azar, los camioneros vieron una nueva mano negra y elevaron la temperatura al extremo.
En este juego de condicionamientos, el sindicalismo se sintió acorralado primero por sectores de la propia interna gubernamental, aunque nunca lo dijeron explícitamente, pese a que nombraron en primera instancia a la Cancillería y luego sospecharon de la mismísima Corte Suprema, ya que la primera información de la que se hicieron eco los medios fue dada a conocer por el Centro de Información Judicial (CIJ), la Agencia de Noticias del Alto Tribunal, bajo el título "Lavado de dinero: piden información sobre causas abiertas en el país contra Hugo Moyano".
Pero bastó que se supiera que una de las periodistas que dirige el CIJ es a veces columnista del canal de cable C5N de Daniel Hadad, para que los gremialistas vieran escondida una maniobra derivada de la pelea entre los camioneros y el empresario periodístico por el manejo del Club Comunicaciones.
En su paranoia por encontrar un responsable de la situación que los había puesto en el ojo de la tormenta, el moyanismo hasta denunció que todo lo que sucedía era fruto de operaciones de "alta envergadura internacional" e hizo correr los nombres de dos embajadoras extranjeras supuestamente complotadas para desacreditar al secretario general de la CGT.
La tarde del jueves fue un aquelarre. Los camioneros se salieron de madre, hasta que Moyano juró que no estaba mencionado en el pedido suizo e hizo anunciar un cese de actividades para el lunes. Para meter miedo se dijo explícitamente que no iba a haber combustibles, ni transporte de caudales (dinero en los cajeros), ni distribución de mercaderías, ni recolección de residuos, ni diarios. Pero, además, llamó a una movilización a la Plaza de Mayo, el lugar más emblemático de la Argentina, políticamente hablando. Ni a la embajada de Suiza ni al Palacio de Tribunales, sino enfrente de las oficinas presidenciales, todo un símbolo. La apuesta subía y subía y alcanzó el tono de destemplada, a la espera de que del otro lado llegue el revire o eventualmente que el contrincante se vaya al mazo.
Entonces, comenzaron a funcionar los cerebros de los analistas detrás de cada jugador, no sólo para acotar los daños, sino para ver cómo se quedaba mejor parado ante la nueva situación, de cara a la opinión pública. Si el Gobierno no cedía iba a tener un cese de actividades que le podía traer muchos dolores de cabeza de inmediato, pero también muchos votos de clase media para octubre. Si había retroceso, era mostrar el temor que se sentía por el moyanismo. Hubo que elegir.
Para llegar a un arreglo, que a la vez dejara bien parado al Gobierno, el mismo jueves por la noche comenzaron los contactos entre las partes, mientras los gremialistas buscaban ampliar la movida de apriete a otros gremios afines, como los del transporte. La contraoperación comenzó a gestarse y ya el viernes por la mañana la actitud gubernamental fue otra, pese a que Oyarbide, quizás no avisado, salió de su casa y dijo claramente que Moyano y su familia estaban implicados en la investigación.
La Cancillería consiguió de apuro que el gobierno suizo aclarara algo, aunque la letra de un comunicado de la Embajada de ese país no fue demasiado generosa al respecto, salvo con los medios, a los que ratificó: "La instrucción está dirigida contra personas desconocidas. Hugo Moyano y su familia no están bajo investigación directa en Suiza. Se pidió información sobre posibles causas pendientes o abiertas en Argentina en relación con esas personas, tal como se mencionó en la prensa", decía el parte diplomático.
En tanto, la Presidenta jugó unas fichas y antes de que se le geste otro cajón de Herminio pidió ayuda pública el viernes al mediodía: "Sola no puedo", dijo en medio del tironeo. Luego, y con la seguridad de que la sangre no iba a llegar por ahora al río, Moyano organizó un paso de comedia para que la CGT adhiriera a su postura, la que agradeció para decir que "como somos más gente" levantaba las medidas, no sin antes volver a apostar fuerte, al añadir que el objetivo de los trabajadores es llegar al poder, mas allá de a quien "le moleste". Por supuesto, que no olvidó volver a culpar a la prensa y a pegarle extemporáneamente a Clarín, quizás para que nadie piense en la Casa Rosada que hubo connivencia.
El mambo gubernamental con la prensa volvió a ser puesto de manifiesto por el ministro Carlos Tomada, quien dijo que todo ocurrió por una "sobreactuación" mediática, como una forma de convencer a quienes pueden llegar a pensar que el transitorio cierre de la situación no significa un triunfo parcial de Cristina, que doblegó al camionero, sino que fue efecto del enorme miedo que la situación derivada del poder de Moyano le despertó al Gobierno.
En tanto, la opinión pública pareció seguir el culebrón desde la indiferencia de una buena mayoría, del genuino interés de la militancia de ambos bandos y de la preocupación de los más informados. Pese a la enjundia del ministro de Trabajo de vender gato por liebre, hay muchos también que creen que el episodio adquirió la categoría de papelón y que esto no termina aquí. Aunque suene él también algo desmedido, en verdad no se le pueden hacer cargos a Tomada, ya que siguió a pie juntillas aquella famosa máxima gubernamental que nunca se abandona: "Si hay miseria, que no se note".
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