domingo, 22 de mayo de 2011

CUANDO SE INDUCE A LA PERMANENTE CONFUSION, NI LA HISTORIA SE SALVA

Escribe Eduardo Cao
para el Retrato de Hoy


De ninguna manera podemos negar los argentinos que nos gusta ser seducidos. No, no voy a hablar de sexo. Después de todo, en esa cuestión, no nos ocurre sólo a los que habitamos estas tierras, sino a todos los que viven en este planeta. Para decirlo con pocas palabras, me refiero a otro tipo de seducción: el político, social o económico. Y qué mejor, entonces, que sintetizarlo en una de los sinónimos de la palabra seducción: embobamiento. Hasta la historia es víctima de la práctica de embobar.“Mientras más realidad enfrentamos, más nos damos cuenta de que la irrealidad es el programa principal del día” (John Lennon, 9/10/40 – 8/12/80)
Los argentinos nos ceñimos –nos limitamos- a cumplir con el “programa Lennon” día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo. Cuenta esta actitud, individual y colectiva, con ciertas complicidades. Paso a enumerar algunas, sólo algunas: la seducción que nos provocan las palabras bonitas y/o dolientes, dichas o escritas; la propensión a convertirnos, y convertir a quienes, precisamente, nos seducen, en víctimas de circunstancias infortunadas, y, sobre todo, a repetir como periquitos lo que nos dictan, cual docente de los primeros años de escuela, desde el poder, sea éste político, económico o social. Por supuesto, esto último adaptando las distintas variantes no tanto al raciocinio y conocimiento cuanto a la cuasi morbosa costumbre de no quedarnos callados nunca jamás, ni aún desconociendo de qué se trata.
“¿A cuento de qué viene la parrafada?”, se preguntará usted, con toda razón. Pues a la irrealidad de lo que presumimos como realidad, le contesto. De lo que estoy seguro, al escribir esta columna, es que no responde al escepticismo de un simple observador de las actitudes humanas (de los humanos que habitan estas tierras australes). Tampoco me mueve la pretensión de que se incluya ésta, mi sensación personal, en algún ensayo sociológico o sicológico sobre costumbres y cultura argentina.
Más le digo a usted, lectora/lector: pensaba escribir de otro tema. De un viaje por el interior, por ejemplo. Del “otro país” que recibe alabanzas de quienes, conciudadanos, reconocen, pero jamás como ejemplos a seguir, que en algunas provincias “la vida”, aún en tránsito, es más placentera y progresista que la que aceptamos como normal en los conglomerados bautizados como “conurbanos”, eufemismo cuyo significado esconde la verdadera esencia social de los bolsones que se refugian esos lugares: pobreza, miseria, indigencia, droga. Las víctimas del “clientelismo”, en fin.
Ya de regreso en Mar del Plata, una conversación fortuita, de esas que se reproducen sin cesar en cualquier café, hizo que cambiara de opinión. Formaba parte de un grupo que hablaba de política y de políticos (¿cuándo no?) y a uno de los contertulios se le ocurrió hablar de su probable “no voto”: “A ése desgraciado de … no lo voy a votar, porque él y Cavallo fueron los que se quedaron con la plata de los ahorristas y los jubilados”. Que el opinante haya decidido que el personaje en cuestión no es digno de su voto, me tiene sin cuidado. Está en su derecho. Después de todo, también estoy deshojando la margarita electoral, confundido como la mayoría.
Domingo Felipe Cavallo fue ministro de Economía de Carlos Menem y de Fernando De la Rúa. Con el peronista, hasta ayer nomás numen de las políticas neoliberales de la segunda “década infame” del Siglo XX y hoy aliado condicionado e incondicional (otra vez la irrealidad de la realidad), Cavallo puso en práctica la convertibilidad, en esta Centuria XXI, repudiada hasta para los que se beneficiaron con ella.
Con De la Rúa (ante las evidencias y la ausencia de su período gubernamental en el imaginario popular, me pregunto si existió o sólo resultó producto de mi propia pesadilla), el “Mingo” instaló el “corralito” y sumió al país en, hasta ahora, la peor crisis del nuevo siglo.
Ni De la Rúa ni Menem serán candidatos en octubre. Entonces, ¿a quién se refería el contertulio de la referida charla? Yo lo sé porque se lo escuché. Usted, que me está leyendo, tendrá que adivinar. Le doy una pequeña ayuda: el discurso oficial y su correlato en la interpretación de la historia argentina, ha prendido y mucho. Lamentable para los que pretendemos discernir antes que hablar, pero más lamentable para quienes algún día, quizá no tan lejano, se propongan terminar con la etapa de la seducción para imponerles ideas, y hagan trabajar sus propias neuronas.
Epílogo: no discuto su decisión ni jamás trataré de convencer a aquel circunstancial compañero de café de que cambie su posición política. Lo único que intento con esta anécdota, es advertir sobre algunas determinadas y peligrosas tendencias de la sociedad argentina. También la historia del país se refiere a ellas. Así nos ha ido. La pretensión es que no les vaya igual a nuestros hijos y nietos.


caoelretrato@live.com.ar

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