viernes, 12 de agosto de 2011

PRESENCIA DE MONSEÑOR ENRIQUE RAU

Escribe el padre Hugo W. Segovia
para el Diario La Capital MDP


En este año que ha vivido la llegada de un nuevo obispo se cumplen cuarenta del fallecimiento de monseñor Enrique Rau, el primero de ellos. A él se refería monseñor Marino el 4 de junio en su primera homilía: lo llamaba "el primer obispo y notable teólogo y pastor".
Muchos son los recuerdos que afloran en este 20 de agosto. He tenido la gracia de conocerlo aún antes de su consagración episcopal. Desde aquellos lejanos años de mis estudios universitarios en La Plata, su figura aparece siempre viva.
Recuerdo, por ejemplo, sus clases de teología para universitarios (entonces era vicerrector del seminario y sabíamos de su capacidad porque algunos amigos seminaristas nos hablaban de sus clases con mucha admiración y ya entonces había traducido un libro de teología para laicos de Von Rudolf, del alemán). No me olvido que una vez ya había visto un libro de la BAC en el servicio de librería que allí funcionaba. No me alcanzaba el dinero y él, que vio la escena, me lo hizo dar: no sé si había descubierto esa adicción mía a los libros que los años no han logrado menguar.
Clase práctica
Ya en 2006 escribí un artículo ("Querido monseñor Rau") en el cual contaba la experiencia que tuvimos cuando lo acompañamos a una audiencia que había concertado con el gobernador de la provincia. Nos llamó la atención que nos invitara ya que éramos adolescentes pero creo que, sobre todo, pudimos participar de una "clase" práctica de lo que es la relación de la Iglesia con el poder que siempre ha sido problemática pero que puede ser una ocasión para poner siempre delante las opciones de fondo, en este caso, él, que había sido fundador de la JOC, reiteró en todo momento lo que después el magisterio llamaría la opción preferencial por los pobres.
Sabíamos lo importante que era como teólogo y como pastor, lo sentíamos unido a esa aventura que fue la JOC y nos alegramos porque, al mismo tiempo que salía el primer número de la Revista de Teología (la primera en América latina) se conocía su promoción al episcopado. El 1 de julio de 1951 era consagrado en la catedral como obispo auxiliar de monseñor Solari y nada menos que el canónigo Cardijn, fundador de la JOC, se encontraba presente. El lo había bautizado como "el doctor de la JOC".
El episcopado le dio la oportunidad de recorrer las parroquias de la enorme arquidiócesis (en ese territorio hay ahora catorce diócesis) y ello le dio elementos concretos para continuar en la tarea de renovar la liturgia. Por citar sólo un ejemplo podemos decir que de esos años es la revista "Psallite", dedicada al canto (había dirigido el coro del seminario y en 1934 participó de la Schola que animó las memorables jornadas del Congreso Eucarístico Internacional). Muchas veces, al encontrarnos con compañeros de aquellos años, nos viene a la memoria el canto del prefacio de la misa gregoriana cuando se celebraron las exequias de de monseñor Solari: decimos que no recordamos algo tan bellamente cantado como aquel día en su voz.
Le tocó afrontar la crisis de finales de 1954. Unos días antes el Senado, vigente entonces el caduco régimen del Patronato, le dio el exequatur para que asumiese el obispado de Resistencia (en ese tiempo las provincias de Chaco y Formosa) que había quedado vacante en 1951 por fallecimiento de monseñor De Carlo. No obstante ello tuvo que suspenderse la toma de posesión hasta un año después. No es posible pasar por alto todo lo que su presencia significó en aquel difícil año: cada una de sus intervenciones lo mostró como el hombre que sabía armonizar la valentía con la prudencia en momentos en que era tan riesgoso hablar como callar. Verlo entrar en la catedral como en la iglesia de San Ponciano con su imponente figura, revestido de los ornamentos pontificiales, era la imagen de aquella "Iglesia amorosa y fuerte" de la cual hablaba Pío XII.
Breve fue su tiempo chaqueño pero no por ello menos intenso en una comunidad que estaba sin pastor desde hacía cuatro años. De ella quedó algo que siempre mostraba con entrañable amor: una cruz pectoral que los jóvenes de la JOC le habían regalado confeccionada con madera de sus bosques.
En el camino del Concilio
Los catorce años marplatenses lo mostraron en toda su dimensión. El teólogo y el pastor en una diócesis nueva y extensa (recién en 1980 le fue sacada una parte para formar la nueva de Chascomús) se manifestaron plenamente.
Por citar sólo algunas cosas pensemos en lo que significó dar el puntapié inicial para crear la universidad, la primera en Mar del Plata, que ya al año siguiente a su llegada comenzaba a funcionar y que hoy, junto con la posterior universidad provincial, es nuestra Universidad Nacional. Relacionando con ello, siempre lo obsesionó casi la idea de crear una facultad de teología como había visto en Alemania donde, no por obra de las iglesias sino del mismo Estado, funcionan tanto las católicas como las evangélicas.
El gobierno de una diócesis recién creada con todas las dificultades inherentes no fue obstáculo para que continuara con su dedicación a la liturgia cuyo fruto más notable fue la aprobación del Directorio para la participación activa de los fieles (1958), considerada una de las noticias más importantes de la Iglesia ese año y que bien podríamos ver como un paso inmediato a lo que el Concilio haría suyo. El mismo sería, durante el Concilio y después en el Consejo para la ejecución de esa reforma (elegido por Pablo VI junto con los más representativos especialistas), uno de lo más entusiastas promotores.
No es la primera vez que me refiero a su pasión por el Concilio y a la impresión que nos causó al Padre Amado y a mí verlo llegar a Roma con una salud deteriorada que fue recuperando casi milagrosamente a medida que avanzaba el trabajo en el aula conciliar. Veía que muchas de las semillas que había sembrado (sus traducciones de autores como Scheeben, Schmaus, Karl Adam y Guardini entre otros y sus libros, hoy agotados, sobre el misterio sacramental de la Iglesia, sus innumerables artículos y la publicación de revistas como las ya citadas y "Notas de pastoral jocista") se convertían en patrimonio conciliar.
Monseñor Rau fue, según algunos, promotores de obras que no tuvieron continuidad. Se ha hablado de sus escasas dotes de gobierno cuando creo que era sobre todo el hombre de lo esencial que daba a lo contingente un segundo lugar. El que había sido también un eximio profesor de humanidades podría decir con los antiguos "est nobis voluisse satis" es decir que para un hombre es ya mucho haber concebido una empresa, haberla pensado, amado y puesta en marcha. Lo que para los creyentes -y el obispo recién llegado lo recalcaba en su predicación inicial- el apóstol Pablo les decía a los cristianos de Corinto: ni el que plante ni el que riega son algo sino Dios el que hace crecer".

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