Por Gustavo Pulti (*)
Néstor Kirchner cambió la política en la Argentina. Su figura desgarbada y alta tenía ribetes quijotescos, como sabemos. Su tiempo en la vida pública del País dejó una estela de esperanzas y entusiasmos que no necesita demasiadas descripciones: Jóvenes que de nuevo creen y militan, abuelas que encuentran a sus nietos, industrias que crecen y se multiplican y una identidad reivindicada que vibra y se despierta.
Kirchner tuvo sueños, evidentemente. Aquella frase.No vengo a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno suena hoy como una advertencia, más tarde confirmada, de que no pensaba negociarlos. Los sueños de un País de pie y respetado, con trabajadores ocupados, de una política comprometida con los intereses populares entraron con él en la Casa Rosada y se multiplicaron, convocantes, entre millones de personas.
En marzo o abril de 2009 tuvimos uno de los encuentros que más recuerdo, el tiempo tenía los nubarrones y los presagios de la adversidad. Todos los que creemos en el proyecto nacional tenemos que dar la cara por él y salir a defenderlo, me dijo. La vehemencia de su impronta resultó: menos de dos meses después estábamos juntos, defendiendo el modelo (que tenía menos amigos que ahora) en una lista del Frente para la Victoria, junto a Scioli y otros.
Parece ahora increíble que haya transcurrido sólo poco más de dos años desde aquel momento. Parece un sueño que aquella derrota en las urnas haya sido el prólogo de batallas decisivas para que terminaran de operarse algunos cambios definitivos en el País y en la conciencia colectiva de los argentinos: la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Medios, la Ley del Matrimonio Igualitario, la recuperación del fútbol, el deporte más popular, en la televisión abierta fueron jalonando instancias de un proceso histórico atrapante.
A un año de su muerte, Kirchner ocupa un lugar definitivo en el afecto y el recuerdo de millones de personas. Tiene un significado histórico. Su nombre se asocia a una etapa vigente de la Argentina que pudo y supo dar respuesta a muchos desafíos y postergaciones que antes de la democracia no había dado.
Cuando pasen los años, definitivamente, y llegue el momento de los balances (si es que la vida fuera a otorgarme esa posibilidad serena), estoy seguro de que podré repasar con alegría, y nostalgia, algunas breves caminatas entregando viviendas en Mar del Plata, en Olivos junto a otros intendentes, las reuniones en las que abordamos cuestiones fundamentales de nuestra ciudad o las llamadas telefónicas a cualquier hora (por ejemplo a las 3 de la mañana del 29 de junio de 2009). Pero recordaré además, con mucho orgullo, que no fui neutral.
(*) Intendente de Mar del Plata
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