La noche del miércoles, Gabriel Mariotto, José Ottavis y los dos caciques del Movimiento Evita, Emilio Pérsico y Fernando «Chino» Navarro, se citaron para analizar la crisis bonaerense. Dos días antes, el vice se había citado con Daniel Scioli; los otros tres comensales asoman como los K de vínculo más frecuente con el gobernador.

Expresan, al menos en individualidades, buena parte de lo que se definió como grupo Vélez: el espacio al que la Presidente le encomendó que organicen el acto en el estadio de Liniers, en abril pasado, y donde se mostró la configuración que para Cristina de Kirchner tiene la «nueva etapa» K.

Los cuatro dirigentes cohabitan, además, la provincia con el sciolismo. Mariotto comparte, a los tumbos, la gestión con el gobernador; Ottavis es la figura más visible de La Cámpora en el territorio y opera como diputado-enlace entre La Plata y Olivos, mientras que Pérsico y Navarro manejan la organización social K más poderosa y masiva.

Son, además, las espadas más visibles del operativo anti-Scioli. De la charla reservada se filtró un aroma a «putsch» -la cada vez más frecuente invocación sobre la pretensión de sectores K de obligar a Scioli a ser candidato a diputado en 2013 y luego forzarlo a asumir-, pero también asomó la incertidumbre y las alternativas de un pacto de convivencia.

Dos extremos. El yin y el yang que tienen, sin embargo, un punto donde se cruzan. En la cuestión bonaerense se manifiesta a través de una pregunta: ¿qué debería hacer Scioli para que Cristina deje de mirarlo como a un enemigo? Hay una respuesta precaria porque, de hecho, nadie puede afirmar que la Presidente quiera cambiar su enfoque sobre el gobernador.

Así y todo, entre los K bonaerenses y dentro del núcleo sciolista que patrocina una convivencia pacífica con Olivos se tejen hipótesis sobre el giro que tendría que experimentar el gobernador para dejar de generar desconfianza en Cristina de Kirchner. Surgen, de ahí, plazos y temarios. A saber:

Este diario ya contó, la semana pasada, cuál es la frontera temporal del gobernador: en tres meses, como mucho, si no media una asistencia nacional, la provincia tendrá que pagar sueldos desdoblados. El recurso de los Bogar o del Banco Provincia son variables de última instancia, quizá más como efecto dinamita: rematar los bonos o empujar a la crisis al segundo banco más importante del sistema argentino no son jugadas sin costo para la Nación. El kirchnerismo midió, de hecho, esos elementos y le arrebató a la entidad que preside Gustavo Marangoni fondos de la ANSES. El ahorro que anunció Scioli significa, para lo que queda del año, un ahorro de 1.100 millones de pesos. Así y todo, el déficit anual no baja, en ningún cálculo, los 10 mil millones. Hasta ahora, la Nación sólo giró 1.600 millones. La reforma impositiva aportaría 1.000 millones extra. La variante de ponerles el cartel de «en venta» a propiedades ociosas, con atractivo comercial o inmobiliario, posibilidad a la que se opuso Mariotto, es apenas menos simbólica que el anuncio de convertir los terrenos que administra el ONABE en barrios urbanizados.

El frente económico es, en el ajedrez Cristina-Scioli, el menos flexible: quizá el gobernador consiga reconfigurar el permiso de endeudamiento externo en posibilidad de bono interno para saldar alguna deuda con proveedores -a los que ya se advierte que si dejan de prestar servicio, quedarán afuera del circuito oficial-, pero al igual que los 2.000 millones de Letras que tiene, todavía para colocar, son instrumentos para tiempos menos turbulentos. Ya no hay mercado externo, en poco tiempo podría no haber mercado interno para la provincia. Diez días atrás lo comprobó Silvina Batakis: no pudo renovar el volumen de Letras que se vencían.

En cambio, está en revisión el escenario político. Desde el sciolismo más explícito admiten que una pauta histórica está, en estos tiempos, en discusión: la que advierte que un estallido bonaerense tendría, de inmediato, una reacción en Plaza de Mayo. El antecedente que se cita, como ejemplo testigo, es aquella célebre columna que arrancó de Moreno, con Mariano West a la cabeza, rumbo a Casa Rosada en los días terribles de diciembre de 2001. Hay una diferencia notable: en aquella ocasión, el peronismo estaba refugiado en la provincia mientras tambaleaba Fernando de la Rúa. Ahora mandan dos peronistas y los intendentes, la guardia que puede encabezar una oleada hasta la Capital, reporta antes a Cristina de Kirchner que a Scioli. No importa si eso responde a temor, necesidad o simpatía. Es lo que ocurre. Por eso, en la cercanía del gobernador, admiten que el imaginario de que una explosión bonaerense rebota, de inmediato en Plaza de Mayo, hoy no está vigente.

¿Cuál es, entonces, el menú de condiciones que Scioli debería cumplir para dejar de ser arrinconado por la Presidente? Los kirchneristas bonaerenses enumeran varios puntos: desde la ruptura explícita con Hugo Moyano hasta una postura política explícita y pública respecto de los crímenes de lesa humanidad, pasando por convertirse en un cruzado K contra determinados medios de comunicación. Tres pistas, de un decálogo mucho más extenso que, según los K, demostraría que Scioli acepta la conducción de Cristina de Kirchner y se aviene a ser kirchnerista en todos sus términos. Eso implicaría, claro, dejar de ser Scioli y, además, hacerlo a propio riesgo: ese kirchnerismo y el sciolismo acuerdista advierten que si el gobernador hace ese movimiento, debe hacerlo a ciegas, sin ninguna garantía de que le reportará la gracia presidencial.