Las nuevas culturas juveniles se entremezclan en el panorama urbano con las pandillas violentas. Floggers, “Emos” y el cliché del mundo cruel.
Encendidos juveniles
Bajo el lema que remite a que las condiciones que plantea el sistema capitalista no son igualitarias, se crea una construcción subjetiva que maneja un universo de significados distante de los parámetros que rigen la dinámica urbana relacional y laboral.
Se encienden, en el medio de las grandes ciudades, nuevas formas de presentación de las culturas juveniles. Las cuales, no son privativas de tal o cual clase social.
Porque de un tiempo a esta parte, los códigos de referencia así como la elección de una estética que diferencie a un grupo de otro y al mismo tiempo de ese resto que siente que no los comprende, entiéndase sociedad de consumo, se ha convertido en un desafío al interior de algunos sectores de las nuevas generaciones y de las ya existentes.
Con lo cual, la contención de la familia como célula de la sociedad y la educación en el marco institucional se ven desbordadas ante los nuevos planteos contestarios frente al orden social establecido.
De hecho, un país como Argentina, colapsado en todas sus esferas y embebido de la importación voluntaria de problemas, aparece como un espacio propicio para la creación de otras formas de agrupación. Sean nativas o bien, emergentes del arribo extranjero.
Tanto es así, que la proliferación de la violencia en cualquiera de sus formas representa ese colapso. Aunque también el hastío forma parte de esta profunda crisis de identidad que muchas sujetos creen sobrellevar mediante la edificación de nuevos modelos “culturales”. Modelos por los cuales, ingresan en una lucha demencial de conversión a prototipos o paradigmas imperantes.
Los floggers
El caso de los floggers no es la excepción a una tendencia sostenida de diferenciación. Individuos que se reúnen para compartir sus mismos miedos, carencias, gustos e idear planes para adquirir notoriedad y destacarse.
Son la nueva modalidad de vínculos que emerge de los beneficios filosos que la modernidad, conjuntamente con la globalización, ha aportado a la vida de consumo.
El uso indiscriminado de internet ocasionó varios problemas al respecto.
De hecho, en ese espacio casi impersonal, individuos entablan relaciones para luego conocerse. Entonces, a partir del vínculo personal y con un bagaje de conocimiento virtual del otro referente, el diagrama de grupo comienza a tomar forma.
Los floggers, categorizados hoy como una nueva tribu urbana, conformados por adolescentes de sectores que nada tienen que ver con la marginalidad y ávidos de ser famosos, utilizan, entre otros puntos de encuentro, la zona del Abasto.
Inofensivos en apariencia y aún no estigmatizados socialmente como las pandillas juveniles que se disputan en lucha el dominio del barrio, los floggers, comenzaron a demostrar días pasados que la violencia no les es ajena. Que forma parte de sus tantas maneras de presentarse ante el mundo y que pueden violentar todo aquello que les estorbe para alcanzar sus fines. Así fue como los destrozos en el Shopping del Abasto y en las inmediaciones no se hicieron esperar.
Jóvenes que publican sus fotografías en los fotologs y que se dividen, según fuentes, en “Los cabezas” y “Los Chetos”. Con lo cual, allí se entremezclan sectores que convergen en un mismo sitio. Eso no significa que los primeros sean peores que los segundos o viceversa. Simplemente, confrontan a causa de la demencia que comparten por la fama y los espacios digitales.
Chicos que adolecen de perspectivas y proyecciones se imponen estilos y auto imponen presencias llamativas en el panorama que presentan las calles de la ciudad. Buscan, inquietantemente, llamar la atención de los transeúntes, generando expectativas, temores y estado de alerta a la reacción que puedan tener si alguien los mira con asombro.
Desencantados
La rebeldía que los jovenes presentan colectivamente es mayor que la rebeldía individual. El conjunto los provee de un poder que al igual que el de las pandillas juveniles dedicadas al delito es ficticio pero eficaz dentro de las sociedades.
El poder existe en tanto y en cuanto la manipulación que ellos ejercen sobre los ciudadanos se exacerbe.
Los floggers, los pandilleros en otro contexto y las tribus urbanas adquirieron notoriedad a través de la difusión de los medios de comunicación y el voyeurismo. La sociedad y los medios, implícitamente, terminaron de darles identidad a estos chicos que bajo la premisa del desencantamiento que tienen sobre el mundo que les toca vivir hacen cualquier barbaridad.
Es decir, lejos de superarse, las bandas juveniles que emplean la violencia como práctica en el corto, mediano o largo plazo no son más que una profundización de ese mundo desencantado.
Ahora bien, existe una moda de emulación de tribus e incoherencias. Tal es así, que cualquier excusa es “relevante” para armar una tribu. Los “Emos” son un ejemplo de ello.
Representan a un conjunto de chicos que visten ropa de color negro con algún toque de color fuerte para diferenciarse de otras agrupaciones en las que el negro predomina. Tienen, algunos de ellos, un mechón rojo en su cabellera.
Son jovenes que participan de ese cliché de angustia que el mundo les produce.
Según indica una nota publicada en el Diario La Nación del domingo 9 de marzo, varios “Emos” “se autoflagelan para mostrar su dolor, rechazan a sus padres y a la sociedad”.
Se reúnen en la zona de la Plaza Rodríguez Peña para mostrar su dolor y tristeza ante la realidad. Actuaciones lamentables de chicos con sus neuronas a la deriva que buscan, fundamentalmente, molestar a sus padres porque los límites que puedan ponerles estos últimos, en ese subuniverso creado que busca marcar un antes y un después, significa incomprensión.
Las consecuencias del tiempo
Sucede, que con paso del tiempo y bajo los parámetros de la sofisticación de las comunicaciones, las agrupaciones originadas en la web pueden enmascarar operaciones vinculadas al delito con sus deseos de fama estética.
Es decir, del mismo modo que empíricamente se revela que algunos pandilleros trascendieron la pandilla y como consecuencia el barrio, los floggers también, pueden ir más allá del estilo del fotologs e ingresar al circuito de los secuestros virtuales así como al armado de encuentros que desatan la barbarie.
Antecedentes se encuentran, por ejemplo, en Rosario.
“La Fabela” y “Los Ninios Populares”. Estas bandas de adolescentes tiene como modalidad el manejo de internet para intercambiar amenazas.
Ambas pandillas estarían compuestas por chicos que asisten a la escuela pero que tienen formas de actuar, pensar y sentir violentas.
Entre pintadas, golpes y una competencia que tiene que ver con una rivalidad entre integrantes de colegios, estos chicos tienen como medio de expresión los avances de la tecnología. Es por ello que se manejan con computadores.
Desde blogs, fotologs y otros espacios acuerdan lugares de encuentro y elucubran venganzas. (Ver nota Pandillas en Argentina)
Con lo cual, el estado de alerta existe y la metamorfosis al interior de las tribus, pandillas y/o bandas no es una instancia que deba descartarse.
Laura Etcharren
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