Néstor Kirchner cree estar encontrando la ansiada oportunidad de saldar una antigua deuda con su conciencia por no haberse animado a participar de manera más activa en la lucha armada de los ‘70. El conflicto con el campo serviría, extrema distorsión mediante, para armar su pequeña guerra revolucionaria.
No es muy conocido por el gran público, pero quienes alguna vez se adentraron un poco en la historia de la actuación política del ex presidente en funciones, quizás se hayan sorprendido por no encontrar prácticamente ningún antecedente sobre las posiciones que hoy parecen ser reflejo de la lucha de toda una vida. No hay casi ningún hecho que hable, ni en la intendencia de Río Gallegos ni en la gobernación de Santa Cruz, de un compromiso tenaz con la defensa de los Derechos Humanos, como más de uno podría erróneamente imaginar. Tal vez su esposa podría incorporarse al concepto, aunque, sin dudas, Néstor es el Kirchner que llevaba las riendas.Incluso, la permanente condena al gobierno que durante diez años encabezó el compañero Menem fue apareciendo en sus discursos recién a partir de su propia llegada a la morada de los presidentes. Abundan los videos, grabaciones y recortes de diarios en los que la pareja real se deshacía en elogios al mandatario riojano.Hay que reconocer, sin embargo, que estas posiciones oportunistas distan de ser las únicas en el paisaje político de entre casa. En el peronismo, particularmente, es casi una marca de origen el hecho de acomodar las ideas y los decires según la coyuntura del momento. La ideología de los partidarios del fenecido general es la no-ideología. O la ideología del poder, si se prefiere.De ahí que Néstor Kirchner conteste con los vientos de la hora. Rápidamente incorporó a su discurso la verba que la izquierda autóctona, mitad romántica y mitad ingenua, quería escuchar. Aunque sea, simplemente, para sentir que estaba ante la presencia del largamente esperado proyecto nacional y popular “que acabaría con la oligarquía cipaya y con la dominación de los grandes monopolios del capitalismo foráneo”.Esa misma corriente pseudo intelectual que atraviesa transversalmente –pero mediante una fina línea que ni llega a ser franja, por su escaso número-, sumada a la osamenta de la organización justicialista que por momentos parece desvencijada, alcanza con que se la lubrique con el líquido que hoy abunda en las arcas oficiales para que se sacuda el óxido y rápidamente se ponga al servicio del patrón de turno. Ese conjunto constituye el colchón sobre el que se recuesta el poder de un hombre que, cree, tiene la oportunidad de reivindicarse ante aquellos sobrevivientes de su generación que saben que nunca puso el cuerpo para las luchas de los tiempos de sangre y fuego.
El campo y los sectores de la sociedad que los apoyan son, de alguna manera, enemigos de entonces y de ahora. Las clases medias y altas –esta última de la que el matrimonio K, irónicamente, es integrante- son el verdadero enemigo. Incluso más que los dirigentes del agro, a los que sí se puede señalar como tales porque, en particular en la presente coyuntura, son mucho más atacables políticamente que aquellas ya no tan amplias como otrora franjas sociales.Pero a diferencia de las otras batallas de jardín que los K vienen dando en el último lustro, contra enemigos virtuales incapacitados de provocar daño alguno, como los militares, la cúpula eclesiástica, los economistas ortodoxos o el FMI, en esta oportunidad las hostilidades se desataron contra un grupo de argentinos que no sólo es mucho más numeroso que los anteriores sino que además no está aún lo suficientemente habituado a arrodillarse a rogar algunos mendrugos a los propietarios de la caja fuerte –sí lo hacen industriales, banqueros o hasta los otrora combativos piqueteros de D’Elía- ya que producen con su trabajo lo suficiente como para no depender de ello. Dicho de otra forma, el gobierno se topó con uno de los pocos -¿el único?- sectores de la sociedad que todavía no perdió completamente la dignidad. Y el riesgo mayor para los K es que esa pelea del campo por no convertirse en un nuevo cliente de la caridad gubernamental, contagie a otros sectores capaces de ver que es posible plantarse ante el poder y no morir en el intento.Lo cierto es que el escenario que Kirchner busca crear es el más combustible posible. Sabe que si fuera necesario llegar a una confrontación más muscular que dialéctica, para ese terreno tiene fuerzas de choque más entrenadas, como las que conducen el camionero Moyano o el mismo D’Elía.Para eso necesita plasmar en el imaginario colectivo, o en el de aquellos sectores de la población que por coincidencia ideológica o por espanto por las alternativas consideran a su gobierno como el mal menor, la ilusión de que la lucha contra el campo y sus simpatizantes es una cruzada por la distribución de la riqueza, por un país con justicia social o cualquier otra de las consignas de fácil adhesión popular. Sólo de esta manera, y a través de dichas consignas, pueden justificarse los excesos en los que, presumiblemente, caerá el gobierno para cumplir con el objetivo declarado de poner de rodillas al campo.Los tiempos que asoman no son los mejores. El matrimonio Kirchner está lanzado con todo su poderío a conquistar lo que puede ser el último obstáculo para imponer un modelo de país que podría llegar a aislar a la Argentina no sólo del mundo desarrollado, sino de la mayoría de los países de la región más cercanos al nuestro por geografía y por historia, como Brasil, Uruguay y Chile.Pero además, muy en su interior, Néstor Kirchner cree que esta “batalla” lo redimirá por aquellas que no dio cuando sus compañeros de generación se jugaron la vida por una causa importada de otras latitudes, mientras él se marchaba al sur, junto a su joven esposa, para amasar una incipiente fortuna gracias a sus habilidades como abogados.Una peligrosa sed de venganza contra su propio pasado, tan irrefrenable que lo lleva a no medir las consecuencias que puede pagar el resto de la sociedad. Por el contrario, necesitó convencerse a sí mismo de que lucha por la argentinísima justicia social.¿Será así como llegaremos a vivir, algún día, en un país mejor?Cuesta creerlo.
Escribe Enzo Prestileo(Publicado en Semanario Noticias y Protagonistas
de Mar del Plata)
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