sábado, 30 de mayo de 2009

A CINCUENTA AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE RAUL SCALABRINI ORTIZ, UN INTELECTUAL DE LA CAUSA NACIONAL Y POPULAR

* Maria Elena Ques
Hoy 30 de mayo se cumplen 50 años del fallecimiento de Raúl Scalabrini Ortiz. Por dicho motivo, la presidencia de la Nación declaró al 2009 como el "Año de Homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz". En esta nota se delinea el perfil de este intelectual y escritor nacido en Corrientes en 1898. Activo militante político, fue un fervoroso analista de nuestra realidad económica y social.Los años 20 significaron para nuestro país una etapa de profunda renovación en el campo de las ideas, la estética y la literatura. Basta solo mencionar algunos de los hitos protagonizados por la joven generación como indicios del efervescente clima cultural vivido por aquellos años. De hecho, el joven Scalabrini Ortiz llegó a Buenos Aires, desde su Corrientes natal, para estudiar en una universidad todavía atravesada por los vientos de la Reforma.
También fueron los años en que los versos de Armando Discépolo ponían palabras al escepticismo urbano, en los que la pintura nacional se embarcaba en experimentos vanguardistas -con artistas como Emilio Pettorutti o Xul Solar- y los ecos de la Revolución Rusa y la posguerra europea generaban apasionados debates en el campo político.
Scalabrini Ortiz se vio profundamente involucrado en dicha atmósfera. No solo participó de un grupo marxista, nucleado en torno a la revista Insurrexit, sino que también fue parte de uno de los hitos que marcaron el clima cultural de la época. Un año después de publicar su primer libro de relatos (La Manga, 1923) integró el grupo fundador de la revista Martín Fierro, que reunió a un selecto grupo de jóvenes como Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Nicolás Olivari. En sus páginas, ellos marcaron con sarcasmo las distancias que los separaban de la generación anterior. Scalabrini Ortiz, como muchos de sus compañeros del grupo de Florida, cultivó la amistad de Macedonio Fernández, en quien los jóvenes intelectuales supieron encontrar un mentor y un maestro.
Aun adscripto al grupo martinfierrista, y si consideramos su trayectoria intelectual posterior, podríamos decir que autores como Scalabrini Ortiz y Roberto Arlt se ubican en un punto intermedio en la polémica entre Florida y Boedo.
Oscar Terán (2008), al referirse a aquellos rasgos de Arlt que hacen imposible identificarlo como partidario de uno de los bandos, continúa la metáfora callejera y señala que, en este caso, está mejor representado por la Avenida Corrientes. Algo similar podría decirse de Scalabrini Ortiz, quien en 1931 publica su libro El hombre que está solo y espera, donde da cuenta de sus inquietudes metafísicas. Allí incluye un texto titulado, precisamente, "El hombre de Corrientes y Esmeralda", y plantea algunas reflexiones sobre las características de la vida urbana encarnadas en ese personaje: "El hombre de Corrientes y Esmeralda es el vértice en que el torbellino de la argentinidad se precipita en su más sojuzgador frenesí espiritual. Lo que se distancia de él, puede tener más inconfundible sabor externo, peculiaridades más extravagantes, ser más suntuoso en su costumbrismo, pero tiene menos espíritu de la tierra".
El final de la década del 20, signado por la crisis económica internacional y la primera irrupción de las Fuerzas Armadas en la vida política nacional, marcó, entre otras cosas, el fin de aquella efervescencia vanguardista. Devino la Década Infame, caracterizada por el fraude electoral y la represión de los movimientos populares.
En el caso de Scalabrini Ortiz, su trayectoria intelectual supo dar un giro: por entonces comenzó sus investigaciones sobre las consecuencias del imperialismo británico en el Río de la Plata y asumió un mayor compromiso político. Bajo el gobierno de Agustín P.Justo, Scalabrini participó en 1933 de una rebelión junto con otros intelectuales, entre ellos Arturo Jauretche, con quien más tarde integraría Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA).
El fracaso del movimiento lo obligó al exilio. Llamativamente eligió vivirlo en Alemania, que ya estaba bajo el poder de Adolf Hitler. En ese país publicó los primeros artículos del libro que aparecería en 1936 bajo el título Política británica en el Río de la Plata (Cuaderno de FORJA). En esta obra, como en otros trabajos, se puede apreciar la influencia de los historiadores nacionalistas enrolados en el revisionismo histórico.
A lo largo de su vida, Scalabrini Ortiz denunciará incansablemente los abusos de los capitales extranjeros y de las élites políticas locales asociadas. “Todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo es extranjero o está sometido a la hegemonía financiera extranjera. Extranjeros son los medios de transportes y de movilidad. Extranjeras las organizaciones de comercialización y de industrialización de los productos del país. Extranjeros los productores de energía, las usinas de luz y gas. Bajo el dominio extranjero están los medios internos de cambio, la distribución del crédito, el régimen bancario. Extranjero es una gran parte del capital hipotecario y extranjeros son en increíble proporción los accionistas de las sociedades anónimas.” (Política británica en el Río de la Plata, 1936)
Supo dedicar extensas investigaciones al tema de los ferrocarriles controlados por los británicos, a los que describió como una “inmensa tela de araña” que aprisiona a la república (Historia de los Ferrocarriles Argentinos, 1940). Asimismo, fue un animador activo de numerosas revistas, donde escribía vehementes notas críticas sobre el endeudamiento externo, la cuestión del petróleo y el rol político y cultural de los grandes diarios.
A contramano de la mayoría de los escritores e intelectuales de su tiempo, que se encolumnaron en la causa de los aliados y se opusieron tenazmente al gobierno peronista, Scalabrini Ortiz defendió en los años 40 la posición neutralista. Con el surgimiento del peronismo, abrazó decididamente su causa, al igual que Arturo Jauretche y Leopoldo Marechal.
De hecho, uno de las frases más recordadas de su pluma es la que describe los acontecimientos del 17 de octubre de 1945 como “el subsuelo de la patria sublevado”: “Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de la Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nueva idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulos. Era el don nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón." (Hechos e ideas, 1946).
Luego de la caída del régimen peronista, Scalabrini se unió a la resistencia, que desde la clandestinidad mantuvo vivas las redes de la militancia peronista. En esa época fue mentor de varias publicaciones (El Líder, El Federalista, De Frente), todas ellas efímeras debido a la rígida censura que prohibía cualquier defensa del “régimen depuesto”.
En 1958, Scalabrini Ortiz emprendió la que sería su última participación en la esfera política, apoyando la candidatura de Arturo Frondizi, entonces aliado al peronismo. Desde las páginas de la revista Qué, dirigida por Rogelio Frigerio, volvió a plantear sus ideas en defensa de los intereses nacionales frente al capital extranjero. Sin embargo, luego del giro de Frondizi con respecto al tema petrolero, se sintió definitivamente desencantado y se retiró de la vida pública.
A 50 años de su muerte, recordar la figura de Scalabrini Ortiz supone una invitación a interrogarnos sobre los vínculos conflictivos que, a lo largo de nuestra historia, han existido entre los intelectuales y la política. Su nombre se inserta en una noble tradición de nuestra cultura: la de los hombres y mujeres que, desde diversos orígenes sociales e ideológicos, se propusieron cambiar la sociedad con la fuerza de las ideas y mostraron un coraje singular asumiendo compromisos públicos para llevarlas a la práctica. Asumir y actualizar el legado de los apasionados debates que protagonizaron es el mejor homenaje que podemos rendirles.

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