domingo, 30 de enero de 2011

HUMANAS, TAMBIEN HUMANAS

Escribe Cristina Vañecek (*)



La historia nos demuestra que jamás fuimos vistas igual. Que la mirada masculina antepone el simbolismo femenino al simple hecho de ser personas, seres humanos iguales a cualquier hombre, con los mismos derechos. En cualquier libro de historia general, literatura o cultura pueden encontrarse muchos más términos para describir a una mujer que a un hombre. Estos términos van de un extremo al otro.
Desde la Biblia, las mujeres pasamos a ser santas, brujas, prostitutas o simples incubadoras, sin otra oportunidad de pensamiento o sentimiento propio. Creamos la vida, pero sin derecho a opinión o intervención alguna. Ser silenciosas o obedientes era nuestra mejor virtud.
Fuimos objeto de intercambio. Nuestros padres nos utilizaban para obtener bienes, (en algunos lugares de Asia esto aún se realiza). Programaban los matrimonios siempre y cuando obtuvieran un título nobiliario, tierras o ganado. Tener hijas mujeres era visto como una desgracia, porque había que cuidar "el honor de la familia", siendo permanentemente vigiladas, estigmatizadas. El cinturón de castidad no fue una fantasía literaria, existió, y sólo provocaba enfermedades e infecciones, que tal vez provocarían una futura esterilidad, lo que luego era visto como un defecto físico ya que la función prioritaria era la maternidad. De hecho, la esterilidad de la esposa de un rey inglés fue crucial para la historia ya que Enrique VIII rompió con la iglesia católica, impuso la posibilidad de divorciarse para volver a contraer nupcias, sólo porque su primera mujer no concebía un hijo varón que lo sucediera en el trono.
Fuimos perseguidas por nuestros conocimientos. La caza de brujas impuesta por la Inquisición terminó con la vida de miles de mujeres que sólo tenían un punto de vista diferente al de la iglesia dominante. También hubo hombres, pero las mujeres, como cosa "distinta" sufrieron la mayor persecusión. El sólo hecho de ser hijas de Eva, nos hacía sensibles a la tentación demoníaca y sólo la muerte nos concedería la gracia divina del perdón. Una muerte lenta y cruel, ya que el sufrimiento liberaría nuestros pecados, a través del arrepentimiento y el dolor.
El tiempo hizo que las mujeres comenzáramos a ocupar ciertos espacios, creciéramos y, por primera vez, comenzaramos a ser vistas como lo que somos, personas.
Sin embargo, aún cargamos en nuestras espaldas estigmas históricos. Aún sufrimos los golpes del machismo violento. Aún debemos defendernos de las calumnias e injurias que nos hechan en cara, demostrando una inocencia sin manchas. Aún la sociedad nos juzga ferozmente ante los mismos pecados que cometen los hombres, que son bien vistos y aplaudidos cuando ellos los cometen.
Y en un retroceso histórico, nuevamente el homicidio como método de imposición a lo que nosotras no deseamos. Ya no alcanza el golpe o el abuso. Ahora, como en la época medieval, nos queman vivas para demostrarnos que ellos pueden más. Que muchos hombres aún no nos consideran personas iguales y para imponerse en una discusión, nos rocían con alcohol y con un fosforo solucionan todo. Para algunos hombres, las mujeres continuamos siendo un objeto que sólo les proporciona placer y desahogo, sin derecho a opinar, decidir ni decir.
Las mujeres debemos aprender a cuidarnos. Los hechos de violencia doméstica ocurridos durante el último año han sido más violentos a raíz de la nueva modalidad: quemar vivas a las víctimas, ocultándose detrás del "accidente". Una forma de violencia que nos devuelve a la raíz de los tiempos y debemos combatir.



Publicado en el blog Una Mirada Comun

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