jueves, 6 de enero de 2011

Y AHI ESTABA EL GENERAL......

Escribe el Periodista e Historiador Adrian Freijo

La puerta que separaba el sector privado de la casona de Gaspar Campos se abrió ligeramente para dejar pasar a un peque;o grupo de personas que conversaban nerviosamente entre ellas.
Y de pronto, nítida y contundentemente, apareció la figura inconfundible de Perón.
Recuerdo que el primer impacto visual me devolvió la imágen de un hombre gigantesco -al que seguramente mi admiración volvía aún más grande- que transmitía una presencia tan potente como no he vuelto a ver en mi vida.
A lo largo del pasillo, apretados y nerviosos, una decena de dirigentes esperaban el momento en el que el líder estrechara sus manos. Perón se acercó a cada uno y tras mirar fijamente a los ojos de sus interlocutores los saludaba con aquella clásica y corta reverencia que lo acompañaba como una gestualidad incorporada a su simpatía y don de gentes.
Al llegar a Mario Amadeo, al que abrazó con marcado afecto, le dijo:" Doctor Amadeo...yo no me olvido que estoy acá con usted gracias a usted", en obvia referencia a aquella jornada de setiembre de 1955 cuando el flamante canciller del gobierno de facto acompañó al Preidente depuesto hasta la cañonera paraguaya en la que emprendería su largo exilio de dieciocho años.
Mario me había contado muchas veces esa anécdota; pero escucharla -unos minutos después- de boca del mismo Perón fué para mi realmente impactante; una más de las veces en las que agradecí a la vida el poder ser testigo de cosas irrepetibles de nuestra historia.
¿Qué hacia yo allí?....en el mejor sentido de la palabra me había "colado".
Resulta que en aquél mes de agosto de 1973 Perón ya estaba en campaña para las elecciones del 23 de setiembre. Entre sus actividades había convocado a una reunión con dirigentes juveniles del FREJULI en la que, entre otras cosas, reclamó a los mismos bajar el nivel de confrontación y atenerse a las directivas emanadas de su conducción.
Amadeo era presidente de un pequeño partido nacionalista llamado Acción Nacional que integraba el Frente. Un día antes del encuentro me dijo:"Vea Adrián, usted sabe que el mio es un partido de gerontes que no tiene sector juvenil alguno. Si usted quiere puede acompañarme al encuentro con Perón como representante de esa juventud inexistente; eso si no supone para usted un compromiso".
Mi respuesta fué la única posible."Vea Doctor....si para estar cerca de Perón tengo que ir en representación de las p.... nacionalistas me maquillo y voy".
Y allí estaba, estrechando la mano de aquél hombre al que había dedicado los mejores momentos de mi juventud y al que admiraba, seguia y respetaba como sólo se lo hace con los verdaderos líderes, aquellos en los que uno cree y a los que uno entiende.
Perón, ya lo he dicho, impactaba con su presencia. A lo largo de esa hora en que estuvimos reunidos me sorprendería por una agilidad física que poco tenía que ver con su avanzada edad.
Terminada la ronda de saludos invitó a Mario Amadeo a tomar un café en su despacho doméstico "...para recordar algunas viejas historias", dijo.
Pasamos a un amplio estar que daba sobre el jardín exterior de la señorial pero sobra casa que en Vicente López había comprado el Partido Justicialista para que habitara el General tras su retorno a la Argentina.
Fué entrar, cerrar la puerta y encontrarnos con un Perón distendido, de buen humor y con muchas ganas de conversar.
Vestía un traje gris claro de una tela satinada, con medias de seda de un gris aún más claro y zapatos abotinados negros que resaltaban en un par de piés gigantescos. Una camisa blanca impecable, corbata azul oscura con marcados lunares celestes y un pañuelo blanco que sobresalía del bolsillo superior del saco completaban un conjunto de aquella sobria elegancia que lo caracterizó toda su vida.
Recuerdo que una de las cosas a las que mayor atención presté fué a su gestualidad; Perón hablaba con las manos. Y ese compañamiento era parte de la atracción que su presencia despertaba.
Pero seguramente fué su mirada -fria, vivaz, bastante dura y sorprendentemente autónoma del resto del conjunto- lo que más me impactó. La cara de Perón poseía una inusual capacidad para mostrar el estado de ánimo que en él despertaba lo que decía o lo que le decían...sus ojos quedaban sin embargo inmutables en una visión atenta y escrutadora de todo lo que ocurría a su alrededor.
Habló mucho, estaba realmente animado y se notaba que aquél repaso por tiempos difíciles y peligrosos de alguna manera lo llenaba de satisfacción.
Como dije antes MARIO ME HABÍA HABLADO MUCHO DE LOS PORMENORES DE AQUELLA PRIMERA JORNADA DEL LARGO EXILIO. ESCUCHARLO AHORA DE BOCA DEL PROPIO pERÓN ME SERVÍA PARA CORROBORAR QUE MI VIEJO Y ADMIRADO AMIGO NO HABIA EXAGERADO NI UN ÁPICE.
Aquella destemplada mañana del 20 de setiembre 1955 Amadeo había llegado hasta la residencia del Embajador del Brasil con precisas instrucciones de Lonardi de asegurar la salida del mandatario depuesto del país.
En las calles de Buenos Aires -sobre todo en las aledañas al puerto en el que ya esperaba la cañonera "Paraguay" para trasladarlo hasta Asunción- miles de argentinos seguidores de la Revolución Libertadora esperaban poder avalanzarse sobre Perón y "hacer justicia" por mano propia.
El presidente de facto temía que Rojas estuviese detrás de la intentona y buscaba por todos los medios evitar que coronara con éxito el magnicidio.
Salió entonces del lugar una caravana compuesta por varias motos de la Policia Federal, autos de custodia, un camión del ejército repleto de soldados y el automóvil oficial del embajador brasilero en el que debía viajar el exilado.
Pero en realidad...este estaba vacío y su interior cubierto por cortinas que hacían imposible visualizarlo.
Perón, Amadeo y un chofer salieron por una puerta trasera en un automóvil sin identificación ni custodia que se dirigió rápidamente hacia otra entrada del apostadero porteño.
Al llegar, sin embargo, quedaron varados en medio de una multitud que gritaba su voluntad de asesinar al fundador del justicialismo.
Mario siempre me decía: "Pensar Adrián que hay gente que pretendió siempre que Perón era un cobarde. Cuando quedamos atrapados entre esa multitud que ni se imaginaba quien iba dentro del auto, Perón con absoluta tranquilidad me dijo "vea Amadeo...usted es funcionario de este gobierno y no le van a hacer nada. Si esto se pone feo cuide usted de su vida que por la mia respondo yo".Y recordaba..."me lo dijo con una tranquilidad que me dejó pasmado. Yo estaba aterrorizado...a Perón la situación no parecía afectarlo"...concluía.
Una vez destrabada la situación llegaron al puerto y de allí partieron en un bote hacia la cañonera. Es entonces cuando se produce aquél recordado incidente del tropezón de Perón del que Amadeo solía recordar: " Era un atleta; decir que le salvé la vida al tomarlo de la manga de su perramus es una estupidez....si se caía al agua lo más seguro es que se nos escapaba nadando".
Y allí estaba yo, sentado a un escaso metro de los dos protagonistas de aquella parte de la historia.
Recuerdo que compartía la reunión Jorge Diaz Cordero, jóven y brillante abogado correntino que, como yo, integraba esa mañana la "juventud" de Acción Nacional y también nos había acompañado.
Perón y Amadeo conversaron animadamente durante un largo rato. El General estaba muy preocupado por la situación que se vivía y no dejaba de afirmar la necesidad de un gran pacto entre todas las fuerzas políticas que permitiese que el país saliera de lo que él definió como "quedantismo irresponsable" (sic).
"Vuelvo después de dieciocho años y todo está exactamente igual. Mientras el mundo avanza nosotros estamos parados en cosas que no tienen sentido alguno", dijo con una dósis indisimulable de amargura.
Recuerdo que hizo hincapié en su acercamiento a Balbín y sostuvo que si el ejemplo que ellos estaban dando no era entendido por todos se iba a perder, tal vez, la última oportunidad.
Si debo decir que me quedó la sensación de que todavía no evaluaba en toda su magnitud el problema de la violencia entre sectores juveniles; más bien Perón parecía creer -o al menos lo decía- que ese era un tema que se resolvería apenas él llegara al poder.
Como sostenía más arriba la potencia física que emanaba de la figura era sorprendente. Estaba sentado en un sillón individual de estilo colonial inglés que por cierto parecía muy bajo para albergar aquél metro noventa que caracterizaba a Perón.
Una de sus características más notorias -y que mucho tuvo que ver con su muerte- era su compulsión de fumador.
En una pequeña mesita redonda apoyada contra el ventanal que daba al exterior estaban sus Particulares Suave de marquilla verde claro. No menos de cinco veces se levantó ágilmente de su sillón para tomar un cigarrillo y encenderlo. Me llamó la atención que en cada caso la primera pitada que daba se convertía en una ceremonia de abstacción en la que parecía concentrarse tan sólo en el humo.Era, sin duda, un hombre que fumaba con placer.
Por el deterioro de su salud tenía muy controlada la cantidad de cafe (confesó que era una de sus debilidades) que tomaba por día.
Para evitar ese control llamaba cada vez a una persona distinta a la que le decía "tenemos a los muchachos "de a pié (sic)" sin siquiera darles un café. Retire el servicio que quedó de la visita anterior y traigales uno....yo los acompaño", y nos guiñaba el ojo para comentar luego "si en el baile en que me hemetido me sacan el café...la música se me va a hacer demasiado pesada"...y concluía.."los médicos ccreen que saben de mi más que Perón" lanzando esa carcajada corta y pastosa que fué siempre uno de sus signos determinantes.Repitió la "trampa" en tres oportunidades...y vaya a saber cuántas veces lo hacía por día.
En el medio de la reunión entró Isabel. Venía a avisarle que ya salía para una misa a la que asistiría con las mujeres de los tres comandantes. Se sentó en el brazo del sillón y pasó la mano por detrás de la espalda del general al que también reconvino simpáticamente por el café y el cigarrillo. La imágen que daba el matrimonio era realmente de mucho afecto y dulzura; de hecho Perón le recordó que se abrigara y que la esperaba para almorzar.
López Rega ingresó dos veces al salón y a todos los presentes nos quedó en claro la sequedad y hasta el desprecio con que Perón lo trataba.
Esto ya me lo había anticipado Amadeo -había visitado a Perón en Puerta de Hierro en más de una ocasión- y me lo corroboraría´años después Jorge Antonio con decenas de anécdotas que mostraban inequívocamente el poco valor que el General le daba a quien sin embargo llegaría a tener la suma del poder público.
El Brujo, fingiendo una simpatía meliflua y chocante, pretendía dar por terminada la reunión bajo el pretexto de que Perón tenía que descansar.
"Vaya López...quiero charlar con el Dr. Amadeo"..lo cortó secamente el anfitrión.
Lo cierto es que pasó aproximadamente una hora que para mi fué y será inolvidable.
¿Yo que hacía?...NADA...ESCUCHABA...no quería perderme palabra y me parecia un sacrilegio cada vez que sonaba otra voz que no fuera la suya.
A lo largo de ese tiempo sólo intercambiamos en forma directa unas pocas palabras: "Usted es demasiado jóven para ser de "estos" nacionalistas"...me dijo divertido..."Ya va a ver que cuando lleguen a Maritain se pelean"...rió.
Sólo atiné a contestarle..." General...en realidad yo sólo soy peronista" a lo que dijo, mirando a Amadeo, "vió Doctor, estamos en todos lados".
La reunión llegó a su fin; Perón nos acompañó hasta la puerta del salón excusándose por no salir hasta la calle.
"Estoy acostumbrado hasta a los frios de Navalcerrada (España) pero Buenos Aires siempre ha sido muy traicionera".
Nos dió la mano e insistió a Amadeo en reiterar ese encuentro." ¿Qué nos queda a los viejos que no sea recordar cosas pasadas y que los más jóvenes aprendan algo?..Al menos que sepan que nosotros llegamos antes", dijo despidiéndonos con una sonrisa amplia y sincera.
Y se alejó por la misma puerta por la que había entrado.
Por cierto no hubo otro encuentro; la vorágine de los acontecimientos se llevaron su tiempo, su salud y su vida.
La próxima vez que viera a Perón sería el 12 de junio del año siguiente, también junto a Mario, pero esta vez en la plaza, con tanto frio como aquél día de agosto y desde lejos.
La voz ya no era la misma, la amargura era ahora visible y la vida se le escapaba a pasos agigantados.
"Llevo en mis oídos...." dijo aquella última vez.
Yo llevo en mi alma -y llevaré por siempre- aquél día de agosto en que una puerta se abrió y...ahí estaba el General.

No hay comentarios: