por Agustín Marangoni
para 0223.com.ar
La puerta cerrada. Un hombre que golpea. No hay un cartel ni alguien que brinde información. Otro hombre intenta mirar para adentro entre los afiches. Se acumulan quince o veinte personas. Todas hacen la misma pregunta. Todas responden lo mismo, que no hay nadie, que la función de Los fantasmas del Teatro se debe haber suspendido. Se supone. Todos suponen. Media hora después la suposición, por cansancio, se vuelve una certeza. La gente se va disgustada: padres e hijos, domingo 28 de octubre, cuatro y media de la tarde. Adentro, en la sala del Teatro Colón, la central eléctrica del escenario no funciona. Apenas quedan encendidos unos tubos fluorescentes.
El día anterior el problema fue el mismo. La Orquesta Sinfónica Municipal, en el Concierto Homenaje a Carlos Guastavino, tocó iluminada por la luz fría de los tubos fluorescentes. Los técnicos del teatro intentaron encontrar una solución pero no hubo caso, era necesario llamar a un electricista especializado. La instalación completa del escenario –cables y tablero– había dado su último respiro. Hubo quejas, muchas en voz alta, otras quedaron estampadas en el libro de sugerencias. De inmediato todas las miradas apuntaron a Ernesto “Maestro” Parise, el director del Colón. Asumió el 29 de diciembre del año pasado. Y parece que desde ese día las cosas no andan bien.
En 1996, cuando Mar del Plata recuperó el Festival Internacional de Cine, se realizaron tareas profundas de mantenimiento en la sala del teatro. Pintura (de pared y detalles en dorado de los palcos), revoques, escenario, butacas, alfombra, carpintería e instalaciones sanitarias. De ahí en adelante se fueron haciendo, poco a poco, otras tareas, las que el espacio fue pidiendo. El uso diario desgasta. Y el desgaste exige atención. Ernesto “Maestro” Parise sube a su oficina a las diez de la mañana y baja a las seis de la tarde. No es de hablar, no intercambia opiniones, ni siquiera tiene demasiado contacto con los artistas que pasan por la sala. Igual que con la prensa: su relación es casi nula. En más de diez meses al frente del Colón las notas que le realizaron se pueden contar con los dedos de una sola mano.
La semana pasada, por ejemplo, no había papel higiénico en los baños. La Asociación de Amigos se encargó de comprarlo. Más notorio es lo que sucede con las butacas, piezas originales de principios de siglo XX, trabajadas en hierro forjado y terciopelo verde. A medida que se van rompiendo, en lugar de arreglarlas, se desmontan y se reemplazan por las sillas de madera de los palcos.
Veinte días atrás, el intendente Gustavo Pulti lo llamó para preguntarle cómo avanzaba la programación de la temporada de verano. Parise le comentó que estaba ajustando detalles. Pero la verdad es que no había escrito una sola línea. Armar la temporada implica un conocimiento en detalle, no es cuestión de repartir compañías y conciertos en distintos días y horarios. Hay que conocer el público que asiste a cada obra (cantidad y franja etárea), analizar minuciosamente los requerimientos técnicos, saber si la función tiene venta numerada, estar en contacto directo con los elencos, entre otras cuestiones fundamentales. Un espectáculo mal programado, además de bajar la venta, se desmerece. La programación se piensa integralmente, lo cual requiere tiempo. Recién en la última semana –después del llamado del intendente, lógicamente– la grilla de actividades comenzó a tomar forma. Todavía sin confirmaciones, ni anuncios. Lo cual es poco. Falta un mes y medio para que comience la temporada. O menos.
También hay problemas con el borderó. Propuestas clásicas como la Orquesta Municipal de Tango, que los sábados de función convocaba, hasta hace siete meses atrás, unos 450 espectadores, está llevando poco más de 200. Un ensamble musical muy conocido, que era uno de los puntos más fuertes del Colón, vendía cerca de 500 entradas en abril. En su última presentación, hace un mes y medio, vendió menos de 150. Hubo espectáculos que vendieron catorce entradas. El problema, señalan los artistas –que poco dicen por la entendible necesidad de no exponerse– es la falta de una estrategia de comunicación que, por ejemplo, durante la gestión de Willy Wulich sí existía. Wulich tenía una agenda con el contacto de todos los medios radiales, gráficos y televisivos. Ni bien percibía que un espectáculo estaba ausente en la difusión o que había bajado la venta, él mismo se ocupaba de alertarlo y pedir que se refuerce la presencia. Estaba minuto a minuto detrás de cada necesidad, y, más que nadie, conocía la dinámica del teatro.
En el costado político la situación es todavía más áspera. La relación entre Parise y el secretario de cultura, Luis Reales, es muy filosa. Literalmente, no se dirigen la palabra. Las discusiones han llegado a oídos del intendente, quien tuvo que intervenir para poner paños fríos. A pesar de estos problemas, Pulti intenta seguir adelante. Días atrás elevó al Concejo Deliberante el proyecto que contempla los gastos de alquiler de ese escenario para 2013: serán 144 mil pesos a lo largo del año.
El lunes por la tarde un equipo de especialistas analizó el estado de la instalación eléctrica. Cortó la luz de todo el teatro durante tres horas para hacer distintas pruebas pero el inconveniente no se pudo solucionar. El próximo paso será armar un presupuesto y poner en marcha un operativo de actualización de componentes. Sea lo que sea, es una falla técnica y se soluciona con dinero. El problema de base es otro, más complejo, más político y más caro. Mucho más caro.
La puerta cerrada. Un hombre que golpea. No hay un cartel ni alguien que brinde información. Otro hombre intenta mirar para adentro entre los afiches. Se acumulan quince o veinte personas. Todas hacen la misma pregunta. Todas responden lo mismo, que no hay nadie, que la función de Los fantasmas del Teatro se debe haber suspendido. Se supone. Todos suponen. Media hora después la suposición, por cansancio, se vuelve una certeza. La gente se va disgustada: padres e hijos, domingo 28 de octubre, cuatro y media de la tarde. Adentro, en la sala del Teatro Colón, la central eléctrica del escenario no funciona. Apenas quedan encendidos unos tubos fluorescentes.
El día anterior el problema fue el mismo. La Orquesta Sinfónica Municipal, en el Concierto Homenaje a Carlos Guastavino, tocó iluminada por la luz fría de los tubos fluorescentes. Los técnicos del teatro intentaron encontrar una solución pero no hubo caso, era necesario llamar a un electricista especializado. La instalación completa del escenario –cables y tablero– había dado su último respiro. Hubo quejas, muchas en voz alta, otras quedaron estampadas en el libro de sugerencias. De inmediato todas las miradas apuntaron a Ernesto “Maestro” Parise, el director del Colón. Asumió el 29 de diciembre del año pasado. Y parece que desde ese día las cosas no andan bien.
En 1996, cuando Mar del Plata recuperó el Festival Internacional de Cine, se realizaron tareas profundas de mantenimiento en la sala del teatro. Pintura (de pared y detalles en dorado de los palcos), revoques, escenario, butacas, alfombra, carpintería e instalaciones sanitarias. De ahí en adelante se fueron haciendo, poco a poco, otras tareas, las que el espacio fue pidiendo. El uso diario desgasta. Y el desgaste exige atención. Ernesto “Maestro” Parise sube a su oficina a las diez de la mañana y baja a las seis de la tarde. No es de hablar, no intercambia opiniones, ni siquiera tiene demasiado contacto con los artistas que pasan por la sala. Igual que con la prensa: su relación es casi nula. En más de diez meses al frente del Colón las notas que le realizaron se pueden contar con los dedos de una sola mano.
La semana pasada, por ejemplo, no había papel higiénico en los baños. La Asociación de Amigos se encargó de comprarlo. Más notorio es lo que sucede con las butacas, piezas originales de principios de siglo XX, trabajadas en hierro forjado y terciopelo verde. A medida que se van rompiendo, en lugar de arreglarlas, se desmontan y se reemplazan por las sillas de madera de los palcos.
Veinte días atrás, el intendente Gustavo Pulti lo llamó para preguntarle cómo avanzaba la programación de la temporada de verano. Parise le comentó que estaba ajustando detalles. Pero la verdad es que no había escrito una sola línea. Armar la temporada implica un conocimiento en detalle, no es cuestión de repartir compañías y conciertos en distintos días y horarios. Hay que conocer el público que asiste a cada obra (cantidad y franja etárea), analizar minuciosamente los requerimientos técnicos, saber si la función tiene venta numerada, estar en contacto directo con los elencos, entre otras cuestiones fundamentales. Un espectáculo mal programado, además de bajar la venta, se desmerece. La programación se piensa integralmente, lo cual requiere tiempo. Recién en la última semana –después del llamado del intendente, lógicamente– la grilla de actividades comenzó a tomar forma. Todavía sin confirmaciones, ni anuncios. Lo cual es poco. Falta un mes y medio para que comience la temporada. O menos.
También hay problemas con el borderó. Propuestas clásicas como la Orquesta Municipal de Tango, que los sábados de función convocaba, hasta hace siete meses atrás, unos 450 espectadores, está llevando poco más de 200. Un ensamble musical muy conocido, que era uno de los puntos más fuertes del Colón, vendía cerca de 500 entradas en abril. En su última presentación, hace un mes y medio, vendió menos de 150. Hubo espectáculos que vendieron catorce entradas. El problema, señalan los artistas –que poco dicen por la entendible necesidad de no exponerse– es la falta de una estrategia de comunicación que, por ejemplo, durante la gestión de Willy Wulich sí existía. Wulich tenía una agenda con el contacto de todos los medios radiales, gráficos y televisivos. Ni bien percibía que un espectáculo estaba ausente en la difusión o que había bajado la venta, él mismo se ocupaba de alertarlo y pedir que se refuerce la presencia. Estaba minuto a minuto detrás de cada necesidad, y, más que nadie, conocía la dinámica del teatro.
En el costado político la situación es todavía más áspera. La relación entre Parise y el secretario de cultura, Luis Reales, es muy filosa. Literalmente, no se dirigen la palabra. Las discusiones han llegado a oídos del intendente, quien tuvo que intervenir para poner paños fríos. A pesar de estos problemas, Pulti intenta seguir adelante. Días atrás elevó al Concejo Deliberante el proyecto que contempla los gastos de alquiler de ese escenario para 2013: serán 144 mil pesos a lo largo del año.
El lunes por la tarde un equipo de especialistas analizó el estado de la instalación eléctrica. Cortó la luz de todo el teatro durante tres horas para hacer distintas pruebas pero el inconveniente no se pudo solucionar. El próximo paso será armar un presupuesto y poner en marcha un operativo de actualización de componentes. Sea lo que sea, es una falla técnica y se soluciona con dinero. El problema de base es otro, más complejo, más político y más caro. Mucho más caro.
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