domingo, 13 de julio de 2014

Y UN DIA LLEGO EL FINAL...









RIO DE JANEIRO, Brasil

Por Marcelo Pasetti para el
Diario La Capital de Mar del Plata
Hay rostros de tristeza. Jugadores que esconden algunas lágrimas. Allá en las
 tribunas, muchos argentinos, con sus camisetas, sus banderas, se quedan
sentados, mirando sin mirar. 120 minutos atrás, todo era distinto. Como en
 cada partido de la Selección, los argentinos se convirtieron en locales. Los
 cánticos, la pasión, contagiaron y sorprendieron a todos. Fueron ellos
 contra todos. Contra los simpatizantes rivales, y contra los brasileños, que
 antes fueron belgas, suizos, holandeses y ayer alemanes.
Muchos gastaron todos sus ahorros para poder estar presentes. Miles llegaron
en autos, en micros, a dedo. Los menos, en avión. Durmieron donde pudieron,
 vendieron cervezas en Río de Janeiro para tener reales para la comida, y
 siempre desplegaron optimismo ante una Selección que, después de 24 años
 había logrado, por fin, volver al sitial de los mejores del mundo.
Fue conmovedor ver el esfuerzo que hicieron miles de argentinos para poder
 estar acá. La playa de Copacabana fue testigo de banderazos y fiestas, de
carpas de todos los colores y tamaños donde los nuestros recuperaron fuerzas
 con pocas horas de descanso. Lo más parecido al recital de los Redondos
 en Mar del Plata.
Alemania le ganó por segunda vez una final a la Argentina. Tras haber humillado
 a Brasil, con esos siete goles que redimieron a los castigados protagonistas del
 Maracanazo del 50, los alemanes, que sin dudas fueron el seleccionado más
 parejo durante la Copa, se dieron el lujo de festejar en el Maracaná
Se terminó el sueño. Un sueño que fue creciendo durante un mes en este país
 fantástico, lleno de contrastes.
Debe resaltarse por último el gran Mundial de una Selección Argentina que
 encolumnó a todo un país detrás, para creer y vivir una fiesta en las calles
 de cada pueblo, de cada ciudad. Con tristeza nos vamos de Río, una ciudad
 espectacular donde no fue nada difícil sentirse como en casa.
Queda el sabor amargo de saber que se estuvo muy cerca.

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