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La designación de Hernán Mourelle como nuevo
secretario de Hacienda del municipio de
 General Pueyrredón en reemplazo de Gustavo
 Schroeder puede ser sorpresa para no entendidos.
 La decisión estaba tomada desde hace 15 días,
y se resolvió en extensa reunión del intendente
 Carlos Fernando Arroyo con el ministro de
Economía de la provincia de Buenos Aires
Hernán Lacunza.
La situación estaba bastante tensa entre
Schroeder y Lacunza, y no menos tensa
entre Schroeder y el intendente Arroyo. Las
 razones son varias, y las personalidades no
 son un dato menor en esta cuestión. Lacunza
es parte del PRO, y participa de la idea
maximalista de gestión basada en mérito
y eficacia. Así como fue tensa y muy mala
 la relación con Reinaldo José Cano, no lo
fue menos con Schroeder, que nunca hizo
 pie ante los requerimientos de La Plata
para ordenar el desquicio de las cuentas
públicas de la ciudad.
Mourelle, que evitó hablar con los medios, llega
 con un equipo que es para Mar del Plata un salto
 de calidad, toda vez que por primera vez un
economista se hará cargo de la gestión del
 presupuesto de esta ciudad que equivale a
 dos provincias argentinas. Gustavo Schoeder
 estaba de salida, en lo personal y en lo
 profesional. Era mirado con recelo en la
Privada, toda vez que se le atribuían las
filtraciones al diario de Aldrey. Era mal
vista su relación con Marcelo Pasetti y su
abogar para bajar el nivel de enfrentamiento
 con los medios del emprendedor galaico. En
lo profesional se le cuestionaba no haber
presentado nunca un plan integral para acotar
 el gasto público e iniciar así un camino de
 saneamiento de las cuentas públicas.
Schroeder, por su parte, estaba agotado. Nunca
 tuvo química con el intendente, y la relación de
 Arroyo con Matilde Ladrón de Guevara y Carlos
 Irazoqui lo ponía de malas. ¿Por qué? No es
 evidente, pero forma parte del folklore interno:
 con Ladrón de Guevara, porque asume roles
 más allá de la lógica del cargo, y con Irazoqui,
 porque “lleva y trae”. Obvio es que el que lo
 permite es el propio intendente.
Sin embargo, lo que le habría llenado el cartón
al ex secretario de Hacienda de Katz y Arroyo
 fue una advertencia del Tribunal de Cuentas
por el uso fuera de norma del descubierto
 bancario. Nada grave porque no se trataba
de un desvío de fondos, sino de una llamada
de atención por usar el descubierto en más de
 diez días. Schroeder decidió no minimizar el
 acto, y contrató para que lo represente a uno
 de los abogados administrativistas en La Plata.
Lo que viene debería ser sensatamente
esperanzador. La relación entre Mourelle y
Lacunza debe, por su propia factura de buena
leche, reducir costos superfluos que vienen de
 vieja data, entes con responsabilidades
superpuestas, locales en alquiler y áreas
 que deben repensarse por el impacto de
 las nuevas tecnologías.
Hernán Mourelle no la tiene fácil: la gestión
 se devora a sus hijos dilectos. Y a lo visible
 se debe agregar que la planta de funcionarios
 no cobró aún los salarios de agosto, con lo
que ya casi suman dos meses de retraso. Nadie
 se queja, todos soportan como pueden. Que
 cambie es algo más que una aspiración política
 declamada en campaña.