El golpe de estado destituyente (que comenzó visiblemente el 25 de marzo de 2008) se ha anotado un triunfo es sus objetivos obstruccionistas con la vergonzosa votación en el Senado, decidida mediante el penal que el propio vice-presidente pateó en contra de lo que él denominó hipócritamente mi gobierno. Vergonzosa porqué dos legisladores sufragaron contra las retenciones porque de ese modo ganaban mas dinero con sus (sojeros) emprendimientos y porqué el voto de otro fue volcado mediante el cerco de amenazantes hombres armados alrededor de la casa de la propia madre del legislador. Si hubiera sido una ley impulsada por la positiva, quedaba claramente ilegitimada. De las fuerzas teóricamente defensoras del orden republicano y la calidad institucional no brotó voz ninguna para denunciar semejantes anomalías. De todos modos, la historia no ha concluido y los conjurados van por más; al tiempo que el gobierno se apresta a (re) fortalecerse entre las franjas más pobres de la población, su verdadera base de apoyo. Lo destacable es que pese a la derrota, el proyecto nacional sigue sosteniendo sus banderas fundamentales; sin reducirse al triste papel de durar en el ejercicio del poder político, omitiendo modificar en lo sustancial la estructura de la distribución del ingreso. No es preciso recorrer el hipócrita cinismo de parte de las clases medias urbanas que salieron a cacerolear en PRO de la oligarquía y contra la política de los derechos humanos impulsada por el gobierno para extraer lecciones de la batalla perdida. Tampoco es necesario asombrarse por la demencial presencia de banderas rojas trotsquistas en un acto en una distinguida zona porteña en apoyo de los terratenientes golpistas. El mejor remedio para la izquierda senil y boba es dejarla languidecer en su imbécil insignificancia. Lo decisivo- nos parece- es sacar al menos algunas conclusiones y enseñazas útiles de cara a las batallas por venir. La primera es la profunda impronta- que por cierto no medimos en su adecuada dimensión- secuelada por casi tres décadas de derrotas básicamente culturales sufridas por nuestro pueblo frente al enemigo globalizado y neoliberal. Tal es el sustrato que le permite al poder manipular a las masas desde el discurso antipolítico, individualista y vacío de contenidos sustanciales, que convierte a los ciudadanos en (aspirantes a) consumidores. La segunda es que se pretendió oponer al arsenal massmediático de la derecha (que contaba con sofisticadas armas de última generación) algunos pertrechos equivalentes tecnológicamente a garrotes de piedra, arcos con flecha, ballestas y como mucho mosquetones. Y además no se los utilizo como era menester, dada la magnitud y profundidad del ataque. La tercera es que deberá medirse con mucha precisión todo paso que comprometa las posiciones y la preponderancia de algún factor de poder; ya que la reacción será igualmente virulenta. Queda claro que la derecha no vacilará- como demuestra el pasado histórico y la realidad presente en Nuestra América- en poner en riesgo tanto la supervivencia del gobierno, como el entero orden institucional. No decimos que no hubiere que dar el paso de marras. Sólo que es preciso mensurar las fuerzas propias y las más que probables deserciones que se registrarían; como demostró la reciente derrota. La última enseñanza que nos deja el revés sufrido es que debemos tomar nota de la persistencia y consecuencia del poder para insistir una y otra vez con sus contenidos; buscando centralmente la instalación de un sentido común presentado de modo naturalizado a la población como único rumbo posible. No es una noverdad afirmar que el espacio en el cual se libra tal lucha es el massmediático. Se pueden extraer más conclusiones. Sólo que estas nos parecen las más significativas. Si somos capaces de comprender debidamente algunas de tales lecciones, podremos librar las inminentes batallas por venir en mejores condiciones que durante la derrota de julio.
Editorial de la Revista Redaccion Popular
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