lunes, 15 de septiembre de 2008

DESDE EL ALMA

Un tren único en su tipo en el mundo lleva atención de salud gratuita a poblados aislados de la Argentina y, por primera vez, llegó a la cordobesa localidad de Lucio V. Mansilla.
En esa salida del Ferrocarril Belgrano Cargas, andén 6, Terminal de Retiro, se rompió la rutina. A su formación habitual engarzaron las 180 toneladas de los tres vagones acondicionados del emblemático "Tren Hospital Alma", el que marcha por los rieles argentinos desde 1980, para prestar, en forma gratuita, servicios clínicos de atención primaria, odontológica y de educación sanitaria a niños de hasta 14 años.
Desde abril a noviembre (para contar a las maestras como aliadas) este tren único en su tipo en el mundo realiza entre cinco y siete visitas a parajes ubicados en Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, Santa Fe y, por primera vez, en su misión número 162, llegó a Lucio V. Mansilla, en el noroeste de la provincia de Córdoba.
Un cálculo aproximado arroja la cifra cercana a 80 mil niños examinados en los tres mil días de atención, desde el momento en que comenzó su tarea hasta la fecha, con casos de tres generaciones de pacientes de la misma familia.
Entre embalajes de medicamentos, libros, folletos y cepillos de dientes a granel, más enseres hospitalarios varios, una decena de profesionales voluntarios (principiantes o reincidentes) más dos cocineras y jefe de mantenimiento, se dispusieron a afrontar una travesía de 40 horas en trocha angosta...
Una pionera. En agosto, a la hora de la siesta, con viento norte y sequía de meses, Lucio V. Mansilla se asemeja estéticamente al "Lejano Oeste". Este pueblo del departamento Tulumba ubica a la mayoría de sus 1.200 habitantes en una franja media entre las Salinas Grandes a la izquierda y la ruta nacional 60. Por un puñado más de kilómetros estaríamos en Catamarca.
Allí nos recibe Olga Oldrizola, coordinadora del Servicio Social del Tren Hospital Alma, en el estribo del vagón de cola, estacionado en una vía muerta paralela de la Estación Mansilla, sitio que por esos días del tren sanitario fue una sala de espera a cielo abierto.
Avanzamos hacia el interior del famoso tren, con dificultad caminamos por los pasillos repletos de gente. En el inicio, una asistente social recibe a las madres con la apertura de una ficha de cinco páginas. "Este vagón es el Hospital propiamente dicho –explica Olga–, aquí están los dos consultorios pediátricos, la sala de rayos X, odontología, laboratorio, enfermería y dos baños... En el vagón medio tenemos nuestra vivienda, dos profesionales por camarote, comedor, y en el de cabecera está la sala de máquinas y la cocina".
Entrevistar a los trabajadores del Tren Hospital Alma no es fácil. En el día de nuestra visita tienen una lista de 100 pacientes de zonas rurales: Tuscal, San José de las Salinas, Agua Hedionda, La Isla, Campo Alegre, Recreo.
Olga Oldrizola nos muestra el "Mapa del Alma": "Fíjese dónde estamos, y todas las marcas que hay son pueblos que atendemos. Yo empecé en 1982. Ya perdí la cuenta de los viajes que hice. Pero cada uno es único... No le voy a dar mi edad, pero ponga que tengo muchos años, con la suerte de haber sido colega de Martín Urtasun, el creador del Tren Alma, un hombre increíble que nos perseguía para que aceptáramos viajar en el tren como voluntarias".
El creador. Urtasun es cirujano pediatra, vecino del porteño Parque Lezama, con vasta trayectoria en los hospitales Argerich, Pirovano, Elizalde y Alvear. En este último se recuerda su particular armado de una sala modelo de internación infantil masiva. A fines de los años ’70, cansado de que los chicos llegaran a Buenos Aires desahuciados, pensó en ir a buscarlos adónde vivieran y, de ser posible, prevenir. Dicen que golpeó puertas hasta que logró que le donaran tres vagones, que estaban para desguazar en Tafí del Valle y resucitaron gracias a las manos de ferroviarios tucumanos, para partir reciclados a curar por las rutas del Belgrano Cargas.
Urtasun dejó de operar a los 60 años por un Parkinson evidente, pero se sumó como coordinador del Tren Hospital hasta el viaje número 100. Hoy, a los 81 años, es el presidente honorario de la Fundación Alma. "Este tren perdura en el tiempo por ser ecuménico, aconfesional y apolítico y, lo que más deja es tranquilidad y esperanza a muchas mamás", dice Olga.
Voluntarios en acción. Salvo el caso de la coordinadora, todos los voluntarios que prestan servicios en la misión Lucio V. Mansilla lo hacen por vez primera, aunque lo deseaban por años, cada uno con su particular historia de vida; abandonan por 10 días familia, trabajo, estudio y casa, para prestar ayuda sanitaria de manera gratuita e incondicional. Tal el caso de Omar Pomar, técnico laboratorista del Hospital Santojani, quien relata: "No conseguía el permiso para viajar, así que me pedí las vacaciones y aquí estoy... En el laboratorio del tren pueden hacerse todos los análisis básicos y se entregan en el acto para que los médicos evalúen. No hubo hasta ahora ninguna patología detectada como grave, pero me llamó la atención el bajo peso de muchos chicos".
"A mí me reconocen los días –dice Gisella Emack, trabajadora social del Patronato del Liberado bonaerense–, yo elaboro la ficha de ingreso que es muy completa, allí se detectan muchas cosas, como si hay antecedentes de Chagas... Comprobamos que la mayoría de la gente vive de planes sociales, son grupos familiares grandes, pero no constatamos situaciones traumáticas extremas. Es cierto que sería necesario mucho más tiempo para que salgan; de todos modos, si surgiera algún caso preocupante, lo recomendaríamos a la gente del hospital de Mansilla, que apoyó con tanta fuerza nuestra visita".
Susana Alberti, médica de Cutral Co recientemente jubilada, resume con muy pocas palabras: "Casi todos los chicos que revisamos en Mansilla vinieron para control y, los que tenían algo, eran producto de la falta de alimentación. Con una correcta nutrición casi todas las patologías desaparecerían. Los chicos desayunan y almuerzan en la escuela, pero hay muchos que no cenan y es evidente cómo pierden peso en vacaciones; aunque se les sigue asistiendo con alimentos, éstos van al consumo de todo el grupo familiar".
Virginia Borro, pediatra del Hospital Güemes, recibió en el tren a un contingente de chicos con problemas crónicos y relata: "Ninguno está grave, pero muchos tienen problemas a nivel respiratorio".
Mientras mide la talla a un pequeño, la enfermera Ana María Pereyra, flamante jubilada del Tornú, cuenta: "Para mí estar aquí es el premio mayor a 36 años de trabajo; siempre quería sumarme al tren, pero se me dio recién ahora".
"Yo estoy ejerciendo mi profesión en el tren con una emoción enorme –cuenta Claudia Figueroa, técnica radióloga–. No puedo trabajar en lo mío en Mar del Plata porque son pasantías o pago en negro, así que prefiero trabajar aquí gratis. Me tocó hacer placas de cadera, tórax, sacro, columna y cráneo, pero no encontré evidencia de malos tratos".
Las últimas en dejar la ardua jornada de trabajo son siempre las odontólogas, con dos sillones y equipamiento completo (que funciona permanentemente gracias al generador de energía propio del tren) atienden a destajo. Vanina Pérez, odontóloga de Cosquín, única cordobesa del contingente, relata: "Es muy común que lo odontológico no exista como servicio a los niños; al no haber prevención ni hábitos de cepillado, nos encontramos con muchas bocas que, por ejemplo, de 20 dientes tienen 15 con caries, todas absolutamente prevenibles con productos específicos. Aquí les hicimos a todos tratamientos con flúor, algunas extracciones de piezas temporarias que estaban en interferencia con las permanentes y les dimos a todos cepillos y libros didácticos para cuidar la dentadura".
Alfredo Yud es ferroviario santafesino y viaja en el Tren Alma como encargado general de mantenimiento: "Me ocupo de que no falte luz, agua, heladeras, aparatos del hospital, aire acondicionado, tanque de agua". Mientras ayuda en la cocina a Rosita, a preparar el pollo a la mostaza con hierbas finas, comenta entusiasmado: "Estar aquí es algo muy especial, yo hace 15 años que voy y vengo en todos los viajes, dejo a mi mujer, hijos y nietos por esto. Y usted me pregunta por qué, y yo no se lo puedo explicar, sólo le digo que todos los años me prometo que va a ser el último, pero llega la hora y me meto con los fierros a lucharla por estas vías casi destruidas. En algunos tramos vamos a 10 kilómetros por hora. Ahora esperamos que venga la locomotora desde Jujuy cargada de azúcar y pido el enganche... Que quiere que le diga, es muy gratificante ayudar a tantos pibes; creo que no se compara con nada".
Escribe Bibiana Fulchieri

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