Carlos Pagni
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La obediencia incondicional que el PJ bonaerense ha venido ofreciendo a Néstor Kirchner quizá revele en los próximos días un límite terminante. Tres dirigentes principales de la provincia, los intendentes Pablo Bruera (La Plata), Gustavo Pulti (Mar del Plata) y Cristian Breitenstein (Bahía Blanca) han vuelto a rechazar esta semana una muy fuerte presión de las más altas figuras del oficialismo para que encabecen las listas de legisladores provinciales de sus respectivas secciones electorales. En las últimas 48 horas, Bruera, Pulti y Breitenstein se han conjurado para no allanarse al método de las candidaturas testimoniales, que parece prosperar en el conurbano.
Tanto en Olivos como en La Plata pretenden que este trío compense, con su destacada popularidad, las dificultades que presenta la figura de Kirchner en las localidades donde se concentra el electorado de clase media urbana. Esa sociología ya le fue esquiva a Cristina Kirchner en 2007: perdió en las tres ciudades frente a Elisa Carrió. Daniel Scioli, en cambio, ganó. Ahora, el deterioro del matrimonio es peor. El esposo de la Presidenta registra en las tres ciudades niveles de adhesión que oscilan alrededor del 15%. Por eso, la apuesta del Gobierno es que, convertidos en candidatos seccionales, esos tres intendentes, cuyo prestigio ronda el 60%, sostengan la lista que encabezará Kirchner, no sólo en el área urbana, sino en la zona de influencia rural de Mar del Plata y Bahía Blanca.
La estrategia de involucrar a Bruera, Pulti y Breitenstein tiene varias semanas de antigüedad. La ideó Sergio Massa, que fue el primero en recibir una negativa cuando propuso su ardid a los tres intendentes.
El último en reclamar la complicidad de esos jóvenes no fue más exitoso. Se trata de Scioli, que en tres encuentros individuales repitió los mismos argumentos: "Hay que poner el cuerpo. Lo estamos haciendo todos. Yo lo conozco a Néstor y sé que está esperando ese gesto de ustedes. Además, ya saben la capacidad de daño que tiene el «hombre»". Pocas veces, Scioli formuló un ultimátum de ese tipo. Su afinidad con Kirchner amenaza con trasladarse a los modales.
El rechazo de Bruera, Pulti y Breitenstein se conoció enseguida en Olivos. Cuando terminaron las gestiones de Scioli, comenzaron las llamadas de José López. El secretario de Obras Públicas comunicó a cada uno de los rebeldes que los actos públicos para anunciar nuevas inauguraciones quedarían suspendidos hasta que ellos comunicaran que integrarían las listas. Tal vez, sin proponérselo, López les estaba dando una buena noticia: ninguno de los intimados daba demasiado por una foto con el ex presidente. Además, es vox pópuli, entre los caudillejos del PJ, que el Gobierno carece de fondos para realizar las obras que promete. Delicado
La relación entre estos intendentes y el dúo Kirchner-Scioli quedó en un punto delicado. En Mar del Plata, Bahía y La Plata, vive más de un millón de electores. Si se agregan las secciones electorales en las que esas ciudades están inscriptas (la 5», la 6» y la 8»), ese caudal llega a casi 2 millones de votantes. Entre esa gente, las listas testimoniales recogen un rechazo de más del 80%. "Si tenemos el éxito que tenemos, es porque no nos prestamos a este tipo de juegos", le explicó uno de los intendentes a Scioli. Pero el gobernador le contestó: "No me importa. Acá hay que jugar o jugar".
La situación de cada intendente es, sin embargo, distinta de la de los otros dos. Pulti ni siquiera es peronista, pero tiene una relación amistosa con Scioli, o, por lo menos, la tenía hasta que, en las últimas conversaciones, el gobernador mostró una aspereza que nadie le conocía. Desarrollista de cuna, Pulti llegó al gobierno de Mar del Plata como candidato de su propia unión vecinal, Acción Marplatense.
Bruera, en cambio, es peronista. Pero tampoco hay que confundirlo con un aparatchik del partido. Capturó la intendencia de la capital bonaerense al frente de un partido local, Progreso Social, y después de una larga disidencia con su antecesor, Julio Alak. El puente entre Bruera y Olivos fue poco convencional: su amistad con Ofelia Wilhelm, madre de la Presidenta y ex militante sindical.
Hasta ahora, el intendente de La Plata ha eludido las exigencias de Kirchner y de Scioli postulando a su hermano como candidato a legislador provincial. Pero ahora deberá enfrentar un duelo complicado: las autoridades del PJ sospechan que Bruera está detrás de una unión vecinal llamada Frente Renovador Platense, que le serviría para capturar votantes que no simpatizan con Kirchner. Es posible que desde Olivos dispongan que esa agrupación no compita el 28 de junio.
El bahiense Breitenstein es, en cambio, un peronista sin escapatoria. Sin embargo, parece decidido a no deteriorar la excelente imagen que tiene en su ciudad postulándose para un cargo que jamás asumiría. Como sus otros dos colegas, pertenece a una camada de líderes posduhaldistas, que tiene su base electoral en sectores que han sido remisos en votar al PJ. Como explicó uno de ellos: "Nos sentimos contenidos por el kirchnerismo, siempre y cuando comprendan nuestro modo de hacer política y no quieran conurbanizarnos".
Será interesante detectar qué procedimiento encuentra Kirchner para vencer la resistencia de estos mosqueteros. Si insiste en las presiones usuales hasta ahora, tal vez provoque una reacción inesperada: un pronunciamiento público sobre la deformación que significa el ardid de las listas testimoniales, que pondría al PJ al borde de una ruptura delicada en plena campaña. Hay otro motivo por el cual conviene mirar con qué grado de sutileza se maneja el esposo de la Presidenta: no vaya a ser que ,por no comprender la razonabilidad de su insubordinación, termine por echar a Pulti, Breitenstein y Bruera en brazos del peronismo disidente.
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