sábado, 21 de agosto de 2010

LA PERLA, SIEMPRE LA PERLA

* Adrian Freijo
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En los últimos meses, decenas de comercios han sido asaltados violentamente por personas que saben que La Perla es zona liberada. Nada se resuelve, ningún ilícito se aclara. Y si algún vecino se atreve a hablar o a reconocer a los delincuentes, recibe inmediatamente la visita domiciliaria de los mismos (o sus cómplices) para convencerlo puntillosamente sobre las ventajas del silencio.
El barrio La Perla es uno de los más conocidos de Mar del Plata. No sólo en la ciudad, sino en todo el país. Conocido y a la vez querido. Sólo los puristas de la historia oficial pueden desconocer que en sus calles transcurrieron aquellas cosas que hicieron de esta ciudad lo que hoy es en el recuerdo y el imaginario de los argentinos.Alfonsina, los primeros balnearios populares, los pequeños hoteles residenciales y pensiones, el primer edificio en propiedad horizontal, Santa Cecilia y Pompeya, los hoy amenazados árboles de la avenida Libertad, los caballitos y calesas de paseo que partían de la plaza París… Todo, todo ayudó para que este barrio se convirtiese como ningún otro en sinónimo de lo marplatense.Tal vez por eso, cuando alguien resolvió que nuestra ciudad debía convertirse en estandarte de la decadencia (porque hay pocos negocios que sean más rentables que la decadencia), La Perla fue elegida para representar la imagen misma de la pérdida de los valores que la hicieron refugio y solaz de generaciones de ciudadanos.Sus calles trocaron paz por prostitución, familiaridad por tráfico de drogas, y su serenidad por desaforados gritos de travestis y proxenetas que contaron, desde entonces, con la más absoluta complicidad de quienes lucran con la miseria humana y los derechos ciudadanos. Porque de ambas cosas se trata.La miseria humana que obliga a hombres y mujeres a vender lo único que les queda para subsistir. La misma miseria que trafica “polvos mágicos” que permiten a esos mismos despojos soportar el doloroso destino de mercancía al que han quedado reducidos y convencerse de que es lo que les gusta o eligen. Y la que olvida que detrás de unos y otros, victimas y victimarios, se esconden derechos cívicos que son pisoteados o ninguneados según sea la ocasión.Porque hay mucha gente que se beneficia con este estado de cosas. Los que en forma directa ganan fortunas con lacras ajenas y pululan noche a noche en búsqueda de juntarse con su cómoda rentabilidad. La policía –siempre la policía-, que sigue siendo el regente principal de estas laceraciones sociales que nos aquejan. La justicia –cada vez más ciega-, que pretende seguir mirando para el costado con el pretexto de que la prostitución es sólo una contravención, olvidando que hoy ha quedado circunscripta a un pretexto que se utiliza para traficar drogas, evadir impuestos, trampear habilitaciones de “hoteles familiares” y esconder privaciones ilegítimas de la libertad y comercio de vidas humanas. Esa misma que ya nunca nos sorprende: asesinos y traficantes son hoy sus protegidos y nada que los afecte puede ser implementado desde el “shopping judicial”, que tarda décadas en responder a los ciudadanos comunes y sólo segundos en resolver los problemas de los delincuentes.Pero están también los derechos de miles de ciudadanos que mes a mes pagan sus impuestos y reciben como respuesta del Estado un barrio lleno de inseguridad, oscuro y descuidado, en el que no pueden transitar a partir de la caída del sol por la presencia de ese submundo que en los últimos años se ha apropiado del lugar. Ciudadanos que observan impotentes la descarada relación entre los uniformados –que teóricamente están para garantizar la seguridad- y todos los que pululan en torno a la prostitución.Es importante dejar en claro que esta queja no se basa en cuestiones de liviana moralina. A esta altura de los acontecimientos, cada uno es dueño de hacer con su vida lo que quiera y ninguno está en condiciones de convertirse en juez del otro.Por el contrario, la intención de quien escribe está centrada en poner al descubierto el incumplimiento cómplice por parte del Estado y la vinculación que existe entre estas cuestiones y quienes tienen la obligación de custodiar el interés general.¿Puede condenarse a un barrio y a sus habitantes a vivir en estas condiciones? ¿Puede soslayarse la existencia de una “zona liberada” en Mar del Plata? ¿Será esto posible por los muchos miles de pesos que día a día se recaudan promoviendo la prostitución desde las páginas del principal diario de la ciudad?Todo es posible. Lo cierto es que el viejo barrio de La Perla se ha convertido en uno de los más inseguros de la zona urbana. No importa que de tanto en tanto se escenifique algún operativo tendiente a combatir este estado de cosas; los vecinos bien saben que la presencia policial y periodística en tales circunstancias es sólo un pretexto para que todo siga igual.En los últimos meses decenas de comercios han sido asaltados violentamente por personas que saben que La Perla es zona liberada. Nada se resuelve, ningún ilícito se aclara. Y si algún vecino se atreve a hablar o a reconocer a los delincuentes, recibe inmediatamente la visita domiciliaria de los mismos (o sus cómplices) para convencerlo puntillosamente sobre las ventajas del silencio.En tanto, pareciera que desde el municipio no toman nota de este viejo problema. La Perla es, sin duda alguna, uno de los barrios peor iluminados de la ciudad. Como si una complicidad implícita formase parte de todo este andamiaje perverso.Los marplatenses estamos acostumbrados a que acá los problemas llegan para quedarse.En las últimas décadas son muy pocas las cuestiones que nos afectan y que se han solucionado. Un día la pesca comenzó a caerse, y nadie hizo nada. Perdimos miles de turistas hartos de los abusos a los que eran sometidos, y lo arreglamos mintiendo estadísticas y publicando tapas espectaculares que hablaban de una ciudad llena. Miles de personas se quedaron sin trabajo, y terminamos convirtiéndolas en una estadística y una muletilla. Inventamos el término “conurbanizar” para esconder la desidia y la irresponsabilidad con que se manejó por décadas el dinero público que debió ser destinado a obras de infraestructura en vez de ir a enriquecer a inútiles y corruptos de aquellos que portan “tarjeta con escudito”. Y este caso no podía ser la excepción.Alguien, hace mucho tiempo, condenó a La Perla a convertirse en una “zona roja liberada” y ya nada ni nadie podrá cambiar esa historia. El Obispo, que vive en el lugar, parece no ver lo que pasa. La orden es terminante: “por la casa del cura no pasa una sola prostituta y mucho menos un travesti”. Y Dios no ve nada…Si la reencarnación fuese tan sólo volver el tiempo atrás, es posible que Alfonsina, emergiendo de las aguas en las que buscó su discutible paz, mirara a su alrededor y ante semejante carnaval de comercio humano consentido se preguntase atónita: ¿y yo me inmolé por mis tristezas? Lo cierto es que, en las actuales condiciones del barrio, hubiese sido imposible que aquella madrugada circulase hasta la playa sin que alguien se le acercara para asaltarla, ofrecerle un gramo o preguntarle cuanto costaba “un completo”.Este es el estado de cosas con el que tienen que convivir cada día aquellos que alguna vez soñaron con asentarse en el tradicional barrio de “La Perla”, otrora símbolo de una ciudad tranquila y feliz. ¿Sirve para algo esta nota? Seguramente para nada. Pero al menos los mercaderes de vidas humanas que festejan burlonamente el haberse apropiado de una zona de Mar del Plata sabrán que siempre habrá alguien que les recuerde que nada es gratis en esta vida. No importa si son traficantes, policías, proxenetas o funcionarios.Sobra un botón… ¿o falta?Dice el saber popular que “para muestra, sobra un botón”. Ocurre que, a veces, falta.Una madrugada cualquiera de esta semana que pasó, en el terreno (bien resguardado por empalizadas de obra) de la esquina de Avda. Libertad y Catamarca, dos patrulleros con sus respectivas dotaciones descansan –como cada noche- de los trajines diarios.Suponen –equivocadamente- que tras semejante parapeto nadie va a verlos.Mientras tanto, a pocas cuadras del lugar, tres delincuentes violentan la puerta de un comercio y durante más de dos horas se entretienen en desvalijarlo. Una vecina del lugar llama al 911; nunca llegarán los custodios del orden: están descansando.Por la mañana, el propietario del local afectado y esa misma vecina recriminan a las “fuerzas del orden” (¿?) su desidia. La respuesta es la de siempre: “hagan la denuncia”.Dos horas después, aquella vecina que cumplió con su obligación de llamar a quienes podían evitar un delito, recibe en su domicilio la visita de un señor que, pistola 9mm en mano, le indica la inconveniencia de “meterse en donde no la llamaron”. Y todo queda igual. Como quedó cuando tres días antes, cuatro personas con armas de grueso calibre entraron en el almacén que existe a pocos metros y amedrentaron y maltrataron a dueños y clientes. O cuando las mismas personas robaron por dos noches consecutivas el polirrubro de la esquina.Muy cerca de allí, los integrantes de un patrullero conversan animadamente con un par de travestis que, apenas unos segundos antes, depositaron en sus manos unos papeles que, a lo lejos, parecían dinero.

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