* Enzo Prestileo
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No habían transcurrido más de tres semanas de la muerte del ex presidente Kirchner, y ya se conocían los primeros cimbronazos en importantes sectores de lo que la comunidad política considera como “la oposición”. El deceso sirvió para dejar al descubierto la fantochada que se agrupa debajo de la pretenciosa denominación de “Peronismo Federal”.
En realidad, los reacomodamientos verbales se iniciaron apenas horas después de conocida la noticia de la muerte de Néstor Kirchner. Bastó con que un micrófono se pusiera a distancia suficiente de la boca de dirigentes como Carlos Reutemann, Felipe Solá o Francisco de Narváez, para que la construcción más pour la gallerie que real de ese oportunista frente llamado “Peronismo federal” se resquebrajara como una hoja reseca.
Con las disculpas del caso, el cronista no puede evitar la tentación de la autorreferencia. Recuerda el artículo que en esta misma página se tituló “El peronismo es uno solo”, hace exactamente dos meses. Millonésima prueba al canto, bastó que se abriera una puerta lateral en la Casa Rosada para que buena parte de los peronistas que se llenaban la boca hasta el 26 de octubre pasado asegurando que no compartirían ni un sándwich con el kirchnerismo, ahora hablen de repensar, rever y replantear. Todos los “re” que acudan en su ayuda para intentar disimular lo enclenque de sus posiciones previas y lo falso de sus “disidencias”.
Disquisiciones periodísticas al margen, lo que resulta innegable es que este reacomodamiento tiene impacto en un sector nada despreciable de la opinión pública. ¿O es que a aquellos peronistas que no comulgaron nunca con la doctrina kirchnerista les da lo mismo que Reutemann se pare de un lado o del otro del río? ¿Y qué hay de Solá? ¿Y De Narváez? ¿Qué significó su enigmática “comprensión” del planteo de Reutemann? ¿Que está dispuesto a cruzar de nuevo el charco con él, pero ahora para mojarse los pies en la playa K? Lo cierto es que los futuros votantes escuchan este palabrerío y registran estos movimientos. De ahí lo previsible de que los sondeos de las encuestadoras registren algunos cambios respecto a los relevamientos de uno o dos meses atrás.
En todo caso, cabe plantearse a quién o quiénes beneficia más el nuevo escenario. A priori, está bastante claro a quién perjudica: al peronismo autodenominado “disidente”, sin duda. ¿Cómo retomar un discurso fuertemente opositor después de tanta duda? Aun los votantes peronistas, tan acostumbrados a que los dirigentes de su partido cambien de silla con una velocidad más propia de Sebastian Vettel que de un político, se rascan la nuca pensando si realmente valdrá la pena votarlos cuando llegue el día.
Los beneficiados son, de antemano, todos los demás integrantes del arco político. Algunos, es de suponer, en mayor medida que otros. Y entre los más favorecidos está el oficialismo. Por razones difíciles de explicar pero fácilmente verificables en las estadísticas, los peronistas tienden a votar peronistas; incluso cuando algunos de sus candidatos huelan tan a podrido como un pescado luego de dos días sin frío. En todo caso, si como ha venido ocurriendo desde comienzos del nuevo siglo, tienen más de una opción, elegirán la que les parezca menos mala. Pero difícilmente saquen sus pies del plato peronista.
Eso explica mucho mejor cierto repunte de las posibilidades de lo que formalmente se conoce como el Frente para la Victoria. Las repetidas especulaciones acerca de las simpatías póstumas de que sería receptor el difunto ex presidente y, por obra y gracia de la transitividad, su esposa y cualquier otro eventual candidato kirchnerista. Cuesta demasiado creer que quienes no soportaban a don Néstor en vida hace veinte días, ahora lo añoren tanto como para querer perpetuarlo en su viuda. O que los festejos por el Bicentenario de la Patria hayan cambiado los ánimos de esa misma gente, o que tantos otros “o que” más.
Por cierto, parece muy aventurado suponer que Cristina ganará en primera vuelta por efecto de esas nuevas supuestas empatías. Y hasta parece aventurado también asegurar que ella será indubitablemente la representante de ese espacio político para la próxima elección. Todavía está en carrera por el mismo lugar el Gobernador bonaerense; como ya fuera planteado en este espacio, bajo determinadas circunstancias podría convertirse en el paraguas ideal para que todos los peronistas queden a cubierto de una eventual tormenta política.
Porque está claro también que, muerto Néstor, los sectores ideológicamente antagónicos de la facción que él aglomeraba van a enfrentar una durísima convivencia. Ya empieza a generar comezón en propios y extraños la cada vez más acuciante situación judicial del camionero Moyano. Y es que ha dado pruebas de que su poder de fuego extorsivo es lo suficientemente grande como para que quien piense en meterlo en problemas, lo piense dos y hasta tres veces antes de hacerlo.
El resto de los opositores también se ha beneficiado con el resquebrajamiento del peronismo no kirchnerista. No caben dudas de que la felicidad que denota el rostro desbigotado de Mauricio Macri no refleja únicamente su nuevo estado civil; por el contrario, trasluce la conciencia clara de haber pasado, casi de la noche a la mañana, a ser el único referente serio de la centroderecha en Argentina. De ahí a una supuesta polarización con los K hay un trecho más largo que la muralla china; pero no está mal, pensará el ingeniero, como primer paso. Además, pese a que nadie lo reconocerá hasta avanzado el proceso preelectoral, dejó a muchos de aquellos peronistas disidentes en la casi forzada necesidad de apoyarlo; siempre que se resistan a mimetizarse nuevamente con sus archienemigos del gelatinoso movimiento.
En menor medida, también recibirán algunas simpatías más los integrantes del elenco panradical. Desde Cobos hasta Lilita, pasando por Alfonsín (h), Stolbizer y, por qué no, los socialistas de Binner, todos tienen algo más para repartirse de lo que han abandonado los peronistas opositores. Carrió parece ser la posible receptora de los mayores beneficios en este espacio. Inteligentemente, es la que mejor supo mantenerse claramente en la vereda de enfrente cuando la noticia fúnebre ablandó muchos corazones radicales y socialistas.
De aquí en más, es tiempo de reagrupar y ponerse a contar. Todavía hay tiempo suficiente como para adecuar estrategias.
Escaramuzas parlamentarias
No se puede dejar pasar. Por lo menos, es preciso comentar el patético show que los integrantes del Parlamento argentino le han brindado a sus delegadotes de poder, es decir, a la ciudadanía en general, con motivo de la discusión de la que se da en llamar la “Ley de leyes”, el presupuesto nacional.
Las triquiñuelas del oficialismo para embarrar la cancha, por la necesidad surgida del resultado de las últimas elecciones generales que lo dejaron en minoría en la Cámara de Diputados y en situación de empate en la de Senadores, han alcanzado un nuevo nivel de chapucería.
Si son ciertas (todo parece indicarlo así) las cuantiosas denuncias acerca de intentos de torcer la voluntad de diputados opositores mediante el ofrecimiento de dádivas varias, personales o políticas, asombra el ya nulo interés del oficialismo por esconder siquiera sus métodos. Si no lo fueran, la patraña de escándalo claramente estaría intentando dejar en segundo plano el objetivo de que no exista ley de presupuesto para el próximo año. Y así, se podría gobernar con una prórroga del ridículo proyecto del año en curso que, para botón de muestra, contempló una inflación de 6,1 por ciento. Algo así como la cuarta parte de la verdadera medición.
Tal maniobra dejaría al Gobierno con un excedente de recaudación sin fines específicos de unos setenta a cien mil millones de pesos. Teniendo en cuenta que el próximo año es electoral, y que se pondrá en juego la continuidad o no del proyecto que el kirchnerismo puso en marcha hace siete años, disponer de esa cifra para hacer política discrecional le daría al Gobierno una ventaja a todas luces extraordinaria. Por si nadie se tomó el tiempo como para hacer cuentas, sólo ese dinero de libre disposición (habría que agregarle muchos miles de millones de obra pública otorgada “a condición”) representa algo así como siete a diez mil pesos para “regalar” a diez millones de argentinos a los que se quiera convencer de las bondades de este modelo.
El kirchnerismo logró imponer durante siete años sus proyectos a libro cerrado, sin tomarse siquiera la molestia de averiguar qué pensaban los opositores de ellos. Ahora, en minoría, utiliza los mismos modales autoritarios para impedir que los proyectos de la oposición avancen.
¿Cuánto tiempo más seguiremos tolerando, los argentinos todos, esta metodología de gobierno?
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