Por Horacio Chitarroni Maceyra, para la Revista Zoom
El país virtual que crean los medios de prensa hegemónicos y los economistas del establishment esconde al país real. El notable crecimiento y la mejora de millones de argentinos dan por tierra con las zonceras propuestas a diario por lo agoreros de apocalipsis constante.Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero a fuerza de evidencia, aún los opositores más cerriles al Gobierno nacional no pueden sino reconocer que la economía va bien y que no se avecina ninguna catástrofe.
No pueden sino aceptar que el crecimiento de los últimos años no tiene parangón en la historia (al menos desde que hay datos registrados). Pues aunque no se le crea al INDEC, también ese crecimiento se advierte en los datos provenientes de las cámaras empresarias o de las consultoras privadas.
Y nadie puede discutir que el desempleo dejó de ser un tema central de la agenda: aunque se decidiera recelar una vez más de lo que dice el INDEC, basta con ver los carteles en las vidrieras pidiendo personal o los avisos clasificados. O con palpar la realidad cotidiana: en los noventa el desempleo “se veía en la calle” y todos tenían algún amigo o familiar cercano en esa situación. Todo el mundo temía perder su trabajo y los sindicatos no pedían aumentos de sueldos: ahora en las paritarias se negocian los salarios a cara de perro...
Tampoco se puede discutir que los sueldos subieron: justamente porque los sindicatos han recuperado su lugar en la negociación, en el caso de los trabajadores en blanco. Y en el caso de los no registrados, porque en un clima de alta demanda de fuerza de trabajo, no queda alternativa que pagar más si se quiere retener al personal.
Puede objetarse, eso sí, que la inflación se come una parte de los aumentos, y se puede recelar también de las cifras oficiales de la inflación. Pero los acuerdos salariales que se suelen alcanzar en las paritarias se sitúan bastante por encima de ellas.
Y a ello hay que sumar los aumentos en las jubilaciones y la ampliación de la cobertura de las mismas, dando cabida a quiénes no pudieron aportar regularmente al sistema debido a la precarización laboral y al desempleo del decenio pasado. Esto tampoco puede discutirse, como tampoco se puede desconocer la Asignación Universal por Hijo, un programa de transferencia de ingresos de magnitud sin precedentes.
Y es imposible negar que la pobreza retrocedió espectacularmente, por obra de todos estos factores, puesto que había alcanzado al 57 por ciento en 2002 y ahora, las estimaciones más pesimistas y extremas de las consultoras privadas la sitúan alrededor de 30 por ciento (otras estimaciones más atinadas señalan que se ubica por debajo del 25).
Pero en vista de todo ello, queda un argumento, sobre el que cierta prensa bate el parche en forma permanente y que -curiosamente- es aceptado y repetido por muchos economistas: la distribución del ingreso no mejoró nada. Todavía más: cada vez es peor, porque los poderosos se quedan con la mayor parte de la torta. Este gobierno no hizo nada por cambiar eso...
¿Será cierto? Pues no lo es: los datos desmienten terminantemente esa aseveración. Hay tres indicadores que se suelen emplear comúnmente para medir la evolución de la distribución de la riqueza.
El primero es el coeficiente de Gini, un índice que varía entre los valores teóricos de uno (en un contexto de extrema desigualdad) y cero (en una situación de igualdad total). Pues bien, este coeficiente, que valía 0,56 en 2002, pasó a 0,49 en 2004 y a 0,44 en 2009, evidenciando una innegable mejora en la distribución de los ingresos corrientes de los hogares.
El segundo es la brecha de ingresos medios entre el 10 por ciento de los hogares más ricos y el 10 por ciento de los más pobres. Se trata del ingreso per cápita, es decir el que dispone, en promedio, cada miembro de los hogares situados entre estos extremos. Y bien, esa brecha era de 47 veces en 2002, había bajado ya a 24 veces en 2004 y apenas excedía de 20 veces en 2009.
Por fin, el tercer indicador es de otra naturaleza. Se trata de la distribución funcional del ingreso, que refleja la participación de la masa salarial en el PBI. El mítico 50 y 50 del peronismo originario, recuperado brevemente en 1974. Esta participación, que era de 42 por ciento en 2001, antes del colapso de la convertibilidad, pasó a 35 por ciento en 2002, subió al 36 en 2004, alcanzó al 41 en 2008 y a 43 por ciento en 2009. Esto es lo que reflejan los datos provenientes de las cuentas nacionales, y no hay otras fuentes que permitan hacer tales estimaciones.
En definitiva, pues, la evidencia demuestra que el argumento de la desmejora distributiva es una falacia, repetida de mala fe por muchos y creída de buena fe por otros muchos. También en este terreno decisivo los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández han logrado significativos avances.
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