Escribe Rosanna Gonzalez Pena para el
Semanario Noticias y Protagonistas
Según estimaciones de UNICEF, unos dos millones de niños de entre cinco y quince años son introducidos anualmente en el comercio sexual en todo el mundo. El fenómeno de la explotación sexual infantil, en los últimos años, está experimentando un notable incremento también en América Latina.
En nuestro país, la provincia de Misiones es un área de reclutamiento de mujeres para su posterior explotación sexual y laboral. Según investigaciones judiciales, por una mujer se paga entre 100 y 5.000 pesos; el precio depende de la zona, la edad y la “calidad” de la mujer. Misiones es la gran proveedora de la Triple Frontera, una suerte de paraíso de organizaciones criminales que se dedican a la explotación sexual infantil. Operan en red y buscan menores para “exportar” a otras provincias y a otros países, en especial a Brasil y a Paraguay. No sólo hay una ruta de tráfico de niños interna, sino que también hay una internacional.
Se estima que en la zona de la Triple Frontera y en sus alrededores hay más de 3500 menores de 18 años que sufren algún tipo de violencia sexual, desde abusos en sus casas hasta explotación comercial en lugares cerrados.
Por lo general las captan con mentiras, pero también está probado que se utiliza el secuestro, particularmente en ésa zona del país. Las provincias de destino más comunes para las mujeres explotadas son Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, Santa Cruz, Chubut, Tierra del Fuego y por supuesto Buenos Aires. Esta última no sólo es el destino final para esta actividad delictiva, sino que también es un lugar de tránsito, ya que puede representar una escala para luego partir hacia el sur del país, en especial hacia ciudades portuarias o a zonas de frontera.
La explotación sexual infantil es una forma particular de abuso sexual; se distingue por su móvil, eminentemente comercial, y por la intervención de una tercera persona además del niño o la niña y del abusador: el explotador. El “derecho” a utilizar sexualmente al menor se adquiere mediante el pago de una cantidad determinada de dinero. Suele también presentar ciertas características que ayudan a distinguirla del abuso sexual. En primer lugar, suele producirse fuera del lugar de origen del niño, a diferencia del abuso sexual que es más frecuente en el entorno familiar. En segundo lugar, afecta más a los adolescentes que a los niños y niñas de menor edad, mientras que el abuso sexual es más frecuente en la infancia.
A los niños y niñas explotados se les sigue considerando a menudo como delincuentes. Los medios de comunicación siguen acudiendo al sensacionalismo; así, rostros y nombres sirven para identificar a las víctimas, mientras que los culpables se ocultan tras siglas anónimas. La sociedad da la espalda al problema y se muestra indiferente ante un mundo cada vez más deshumanizado.
Algunos de los proxenetas que explotan a las menores suelen manejar hasta 30 mujeres, a las que “alquilan” a distintos locales del país para luego moverlas a otros puntos del mapa.
Se sospecha que la trata de personas genera ingresos anuales por más de 32.000 millones de dólares en todo el mundo; sólo en América Latina y el Caribe capturó 100.000 víctimas durante el año 2008, según un relevamiento de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En los prostíbulos, los menores de edad usan documentos falsos que los hacen pasar por mayores, pero cuando esa confusión resulta insostenible son retirados a tiempo gracias a los sistemas de “protección” que alertan en caso de inspecciones judiciales. De vez en cuando alguna casualidad desbarata las protecciones, como hace ya unos años en el caso del detenido traficante de mujeres Vicente Serio, que explotaba a más de 100 chicas compradas en Paraguay, algunas de 14 años, en tres cabarets del gran Buenos Aires, para lo cual pagaba 18 mil dólares mensuales a autoridades políticas y policiales.
En general, las menores son captadas a través del engaño, de la seducción o de la persuasión, aprovechándose de su vulnerabilidad social. Cuando las toman ya es difícil salir, porque muchas veces las encierran en prostíbulos y las hacen vivir ahí, sin contacto con el mundo exterior. Además, las rotan de ciudad por si alguien las está buscando o para que no se hagan amigas entre ellas y comploten en contra de sus secuestradores. Esto sólo es posible gracias a las complicidades de policías y funcionarios.
La violencia doméstica, el maltrato infantil, el abuso sexual y la ruptura temprana del vínculo familiar suelen ser los elementos desencadenantes de la explotación sexual infantil. Entre los factores culturales cabe mencionar, además del consumismo y la falta de respeto de los derechos de la niñez, la consideración de la mujer como un objeto y una propiedad. En el ámbito político, la corrupción policial y de los funcionarios públicos encargados de reprimir esta lacra, junto con la falta de leyes o su débil aplicación, son los factores más comúnmente citados; aunque quizá el más nefasto de ellos sea simplemente la negación de su existencia.
Del lado de la demanda, son otros factores, de tipo externo, los que ayudan a explicar el aumento de la prostitución infantil en América Latina. Se puede citar una represión más severa de la prostitución infantil en el sudeste asiático y el endurecimiento de las penas por abuso y explotación de menores en esos países, lo que conduce a los llamados “turistas sexuales” a buscar otros destinos. También el abaratamiento del turismo y el espectacular aumento de pornografía infantil en Internet y el SIDA, que impulsa a los “clientes” a buscar los servicios sexuales de mujeres cada vez más jóvenes.
Desde el Ministerio del Interior de la Nación se creó una brigada integrada por psicólogos y trabajadores sociales cuya misión es recorrer las calles de la ciudad de Buenos Aires para combatir la prostitución de niños y niñas mediante la disuasión del eventual cliente y la orientación de las víctimas.
La brigada “Niños y Niñas” forma parte de un programa coordinado por la psicoanalista Eva Giberti denominado “Las víctimas contra la violencia”. Los puntos clave del recorrido son plaza Once, plaza Constitución y las calles del Bajo Flores, donde los miembros del equipo actúan en aquellas situaciones en las que se violentan los derechos de los niños víctimas de las redes de prostitución. El acento está puesto fuertemente en el cliente, es decir, en el sujeto que está por cometer el delito o ya lo cometió; al que se le labra además un acta por violar una contravención, lo que representa una entrada policial. Luego se informa al Departamento de Delitos contra el Menor, dependiente de la Policía Federal.
El instrumento jurídico internacional básico y más importante para la defensa de los niños y las niñas es la Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada en 1989 y ratificada por 187 Estados, entre los que se encuentra el nuestro. Allí se señala explícitamente que los Estados deberán adoptar las medidas necesarias que impidan la explotación sexual infantil y protejan a los niños y las niñas frente a semejantes violaciones de sus derechos.
Es bueno recordar también que en agosto de 2003 Argentina aprobó el Protocolo Relativo a la Venta de Niños, la Prostitución Infantil y la Utilización de los Niños en la Pornografía, documento que complementa la Convención de los Derechos del Niño y que señala que todo Estado parte deberá castigar ese delito con penalidades adecuadas a su gravedad.
Niñas de lujo
Esta actividad abarca desde chicas de la calle que aprenden a vestirse, calzarse y relacionarse con otros al ingresar en la prostitución, hasta adolescentes sofisticadas reclutadas para los negocios de la noche y la droga. Por supuesto que por ser menores, no son ellas las culpables por el estilo de vida que llevan.
En los últimos tiempos hemos tenido, a la vista de todo el mundo, la comprobación de la utilización de jóvenes prostitutas de lujo por parte del Primer Ministro de Italia; no sólo menores de edad sino también “flojitas de papeles” en el tema inmigración, ya que al menos dos de ellas proceden de países del Magreb. El caso más sonado es el de la adolescente de 17 años que se hace llamar Rudy y cuyo verdadero nombre es Karima el-Mahroug, que lejos de ser ayudada para salir de este estilo de vida, por estos días mudó su capacidad de escándalo a la muy conservadora sociedad vienesa gracias al cariño brindado por otro europeo, también entrado en años y con muchísimo dinero.
Ruby llegó a Austria del brazo del magnate Richard Lugner, un patético señor de 78 años dedicado a la construcción. El anciano en cuestión la invitó a participar del tradicional Baile de la Opera de Viena, que se realiza desde 1877, con anterioridad a que ésta fuera dirigida por el mismísimo Gustav Mahler, que seguramente en sus tiempos también habrá visto alguna “nietita” de dudosa procedencia. En Viena todo el mundo se había puesto de acuerdo para que la joven prostituta marroquí pasara inadvertida, incluso se le habían dado instrucciones a las cadena de TV para que no la enfocaran.
Pero la realidad sobrepasó las buenas costumbres austríacas. La nena, que evidentemente aprendió muy bien su triste papel, ni bien llegó al evento aseguró con cara de pocas neuronas: “yo no sé nada sobre el vals”; pero aclaró “sólo sé bailar la danza del vientre”. Obviamente los aristócratas austríacos se desmayaban al ruido de las joyas y los abanicos. Esto no afectó a la joven, que por la molestia le había cobrado al señor Lugner unos módicos 55.000 dólares.
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