domingo, 4 de septiembre de 2011

DEMASIADA SANGRE

Por Jose Luis Jacobo
Director de Noticias y Protagonistas


En una suerte de continuum aterrador, la vida de los marplatenses se sigue llenando de miedo y dolor. Pulti se muestra a diario construyendo un relato que lo exhibe mirando postes de alumbrado público y frentes de trabajo para reparar calles, para obras “nunca vistas en 40 años”, pero la seguridad es una materia que esta administración se lleva a marzo de vaya uno a saber qué año.
La vida y la muerte transcurren a su propio ritmo, sin pausa y con prisa. No salíamos aún del impacto de la muerte de Jonathan Herrera (14), quien junto a otros dos levemente mayores (16 años) atacaron arma en mano a un sargento de la Bonaerense de civil para robarle la moto, que la crónica ya citaba otro hecho de sangre. En la madrugada del sábado 27, Raúl Alberto Ibarra esperaba el colectivo para ir a su casa luego de una larga jornada de trabajo, cuando fue asesinado de un tiro por un criminal que junto a otros dos venía de ser expulsado de una whiskería en el puerto.
Está detenido señalado como autor material Juan Carlos Cajal (a) “el gringuito”, aunque la familia de éste sostiene que a Ibarra lo asesinó otro partícipe de esa noche trágica, Orlando Rodríguez.
Dos muertos en menos de 24 horas. Recientemente, un oyente me señalaba que en 2010, en Mar del Plata, asesinaron a 64 personas, y en lo que va de este año, 46. ¿Pulti? Bien, gracias, buscando cerrar a como dé lugar el negocio de los GPS para los taxistas de Donato Cirone.
Relata un vecino del barrio Libertad: “Tuve la oportunidad de conocer a Jonathan desde los 8 años y ayudarlo en muchas oportunidades (llevarlo a plazas, al zoo, vestirlo y alimentarlo, mostrarle algo diferente), ya que su familia lo tenía abandonado en diferentes hogares, de donde siempre se terminó escapando. A partir de que se hizo más grande empezó a ser reclutado en el barrio por los Chávez (los famosos Chávez de la droga, los de la pelea con los Sotelo, los de los autos 0 km, los de las ametralladoras); lo utilizaban de mula, lo tenían dentro de sus casas tomadas vendiendo droga. Como era menor, no había problema, lo hacían robar en las paradas de colectivo, a los remises… Su fin ya estaba escrito. El verdadero culpable es Matías Chávez, al que denuncié infinidad de veces, pero sigue libre“. Un testimonio, una verdad de puño que el poder ignora patéticamente.
Admite Sebastián Wessemberg, delegado de personal del Centro Provincial de Atención a las Adicciones (CPA) que en los centros se reciben personas con problemas de adicciones desde los 18 años, pero no hay nada previsto para la atención de menores. Y ello ocurre en una provincia en la cual el discurso de los agentes del sistema de justicia señala que el delito es la consecuencia de la inequidad en la distribución de la riqueza. Siguiendo al ministro de la Corte Eugenio Zaffaroni, solicitan que se actúe frente al consumidor de drogas como una víctima y no un victimario.
En este esquema, la víctima -el consumidor- debe recibir la atención del Estado, pero resulta que, tal como Wessemberg señala, no hay presupuesto, no hay planes, y no hay decisión política de hacer nada. Entonces, ¿quiénes son las víctimas reales? ¿Para cuáles sí estará el Estado? ¿O no estará para ninguna? La respuesta aparece bastante clara y definida.

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