jueves, 6 de septiembre de 2012

EL 6 DE SETIEMBRE DE 1930 FUE DERROCADO EL PRESIDENTE CONSTITUCIONAL HIPOLITO YRIGOYEN

 

“A las cinco y media de la tarde, un anciano salía de una casa del barrio Cons­ti­tu­ción y entraba tra­ba­jo­sa­mente en un auto­mó­vil abierto. Alguien le echó encima de los hom­bros un sobre­todo; una mujer alcanzó uno de los bol­si­llos de su abrigo con fras­cos de reme­dios y cajas de com­pri­mi­dos. Le alcan­za­ron un pon­chito de vicuña que el anciano, con gesto can­sado, puso sobre sus pier­nas. Dos o tres per­so­nas se aco­mo­da­ron en los asien­tos. Toso esta­ban serios y calla­dos. A veinte cua­dras de allí, una columna mili­tar estaba lle­gando a la Plaza de Mayo, en medio de la cre­ciente acla­ma­ción de un público entu­siasta”. (Félix Luna, “Gol­pes mili­ta­res y sali­das electorales).
De esta manera el cau­di­llo radi­cal Hipó­lito Yri­go­yen, falle­cido en Bue­nos Aires el 3 de julio de 1933, empren­día un reco­rrido hacia la isla Mar­tín Gar­cía donde debía cum­plir un penoso con­fi­na­miento luego de ser depuesto como pre­si­dente de la Nación por el levan­ta­miento mili­tar enca­be­zado por el teniente gene­ral José Félix de Uri­buru, sal­teño, suble­va­ción que se conoce como la “Revo­lu­ción del 6 de setiem­bre del año 30’”.
Yri­go­yen, nació en Bue­nos Aires en 1852, y antes de ser polí­tico se desem­peñó como maes­tro de escuela. Siendo joven reci­bió for­ma­ción cívica por parte de su tío y maes­tro Lean­dro N. [Nicé­foro] Alem quien, por ese enton­ces, sim­pa­ti­zaba con el auto­no­mismo de Adolfo Alsina y, pos­te­rior­mente, hizo sus pri­me­ras armas en el “Club de la Igual­dad” desde 1868. Por su parte, Yri­go­yen se unía con el ideal del “Club 25 de Mayo” que tenía los prin­ci­pios que, con los años, serían ban­de­ras de la Unión Cívica Radi­cal (UCR.), tales como el res­guardo de la liber­tad civil y polí­tica, y el sufra­gio universal.
En esa época exis­tían dos par­ti­dos que domi­na­ban la escena polí­tica ver­ná­cula: los Auto­no­mis­tas lide­ra­dos por Adolfo Alsina , que abo­ga­ban la visión que la pro­vin­cia con­ser­vara a Bue­nos Aires como capi­tal; y el par­tido Nacio­nal de Bar­to­lomé Mitre, para quien Bue­nos Aires debía ser nacio­na­li­zada con el fin de que fuera sede del gobierno nacional .
En 1877 se cum­ple un acuerdo entre Mitre y Alsina, y un grupo de auto­no­mis­tas, en opo­si­ción con la pacto funda el par­tido Repu­bli­cano. Allí se halla­ban: Alem, Yri­go­yen, Aris­tó­bulo del Valle y Roque Sáenz Peña. Este grupo se reveló anti­acuer­dista e intran­si­gente, por lo que recha­zaba la unión, y se auto­ca­li­ficó como el pri­mer par­tido principista.
En su dogma, ade­más del sufra­gio uni­ver­sal, afir­maba la auto­no­mía de los esta­dos pro­vin­cia­les con rela­ción al gobierno nacio­nal, la inde­pen­den­cia de los muni­ci­pios con res­pecto de las pro­vin­cias y la auto­no­mía de los ciu­da­da­nos en los par­ti­dos. Con el naci­miento del par­tido Repu­bli­cano se acla­ran los prin­ci­pios bási­cos que die­ron sos­tén al ori­gen del radi­ca­lismo, que se inte­gró el 1 de setiem­bre de 1889 bajo el nom­bre de Unión Cívica de la Juventud.
El 13 de abril de 1890 se fundó –con la adhe­sión de 15 mil ciudadanos- la Unión Cívica, nueva agru­pa­ción pre­si­dida por Alem. Al año siguiente se escin­dió en dos par­ti­dos: la Unión Cívica Nacio­nal y la Unión Cívica Radi­cal, al que se unie­ron entre otros, Alem, Yri­go­yen, Mar­celo Tor­cuato de Alvear, Lisan­dro de la Torre, y Ber­nardo de Irigoyen.
Hipó­lito Yrigoyen
Hipó­lito Yri­go­yen, el pri­mer gober­nante electo por las mayo­rías, llegó a ocu­par la pre­si­den­cia de la Repú­blica en dos opor­tu­ni­da­des durante los perio­dos: de 1916 a 1922 y de 1928 a 1930, año en que fue derrocado.
Era un polí­tico de raza; un esta­dista que podía mirar el futuro desde el pre­sente sin equi­vo­car el camino, man­te­niendo una línea de con­ducta más allá de las con­ve­nien­cias del momento o los espe­jis­mos del engaño. “Que se pier­dan mil pre­si­den­cias pero que se sal­ven los prin­ci­pios”, decía Yrigoyen.
Él era intran­si­gente en los prin­ci­pios y un ver­da­dero ejem­plo moral. En su cesión ha dejado níti­da­mente seña­lado que la polí­tica es, ante todo, un sis­tema de leal­ta­des cuya pri­mera con­signa es no renun­ciar al pue­blo, escu­char al pue­blo, no temerle y seguir las ins­pi­ra­cio­nes que bro­tan de su espí­ritu. Así supo con­ci­liar lo nacio­nal con lo popular.
El 12 de octu­bre de 1916 cuando se diri­gía desde el Con­greso donde prestó jura­mento hacia la Casa Rosada para asu­mir por pri­mera vez a la pre­si­den­cia de la Nación un grupo de enfer­vo­ri­za­dos adhe­ren­tes desató los caba­llos del carruaje que lo tras­la­daba para arras­trarlo a pulso con amor; epi­so­dio his­tó­rico tal cual a lo suce­dido con Juan Manuel de Rosas en 1835.
Durante la cere­mo­nia de jura­mento Yri­go­yen –que llegó al poder acom­pa­ñado en la fór­mula pre­si­den­cial por rio­jano Pela­gio Belindo Luna– expresó: “No he venido a cas­ti­gar ni a per­se­guir, sino a repa­rar”, en alu­sión a sus ante­ce­so­res que habían omi­tido al cum­pli­miento de cier­tas nor­mas cons­ti­tu­cio­na­les. Su ges­tión nunca le resultó fácil en razón que debía cam­biar una cos­tum­bre enquis­tada en la vieja polí­tica intro­du­ciendo una nueva forma de hacer política.
Para sopor­tar la posi­ción de algu­nas pro­vin­cias que res­pon­dían al “régi­men” aplicó la inter­ven­ción fede­ral por decreto y sin la par­ti­ci­pa­ción del Con­greso. Salta expe­ri­mentó la forma de actuar de Yri­go­yen quien pro­mo­vió un jui­cio polí­tico al gober­na­dor Joa­quín Cas­te­lla­nos –su corre­li­gio­na­rio– quien sos­tuvo serios con­flic­tos de carác­ter par­ti­da­rios lle­gando al caso que el Poder Legis­la­tivo no sesio­naba desde diciem­bre de 1919 hasta agosto de 1921, situa­ción que se cono­ció como “huelga legis­la­tiva”. El gober­na­dor Cas­te­lla­nos –adverso al “per­so­na­lismo”- culpó de “ile­gí­tima”, “impru­dente”, y “mal inten­cio­nada” la “par­ti­ci­pa­ción de auto­ri­da­des nacio­na­les en la polí­tica local”.
Yri­go­yen, fue el cau­di­llo que logró movi­li­zar y sacu­dir mul­ti­tu­des; pro­dujo sen­ti­mien­tos y pro­vocó atrac­cio­nes. Fue el con­duc­tor que en los momen­tos espe­cia­les supo trans­mi­tir ideas, y como con­duc­tor generó ideas. Fue cons­pi­ra­dor per­ma­nente, pero nunca gol­pista por­que él enten­día que el poder ema­naba del pue­blo y por ello enfrentó siem­pre a los gobier­nos que esta­ban a espalda de aquel, inter­pre­tando que en el pue­blo resi­día la sobe­ra­nía popu­lar; por eso luchó por el sufra­gio uni­ver­sal. No fue ora­dor ni pro­nun­ció gran­des dis­cur­sos, pero su pala­bra pro­vo­caba la aten­ción cuando como llu­via sobre la tie­rra arada irri­gaba los pen­sa­mien­tos que se pro­po­nía transmitir.
Durante su pri­mer gobierno pro­dujo tres gran­des refor­mas: la social, la eco­nó­mica y la cul­tu­ral. En lo social se dictó una legis­la­ción de avan­zada; san­cionó la ley de aso­cia­cio­nes pro­fe­sio­na­les; ins­tauró el 1 de mayo como fiesta de la clase obrera; realizó estu­dió del pro­yecto de código de tra­bajo y en mate­ria de vivien­das, las leyes de pre­vi­sión social. En cuanto a lo eco­nó­mico tuvo un fuerte con­te­nido nacio­na­lista por­que él sabía que estaba al frente de los gran­des imperialismos.
Por ese motivo es que plantó la ban­dera de la sobe­ra­nía nacio­nal sobre el petró­leo y enfrentó a los gran­des truts inter­na­cio­na­les; salió en defensa de los ferro­ca­rri­les, de la carne y de los cerea­les; demos­tró res­peto hacia los sin­di­ca­tos y a la liber­tad de huelga; res­cató de la indig­ni­dad y la des­hu­ma­ni­za­ción al pue­blo tra­ba­ja­dor. Con­cluida la pri­mera gue­rra mun­dial a pesar de las fuer­tes pre­sio­nes de ingle­ses y nor­te­ame­ri­ca­nos, como de algu­nos corre­li­gio­na­rios, se negó a rom­per con Ale­ma­nia; inter­vino las pro­vin­cias de Corrien­tes, Men­doza, Jujuy, La Rioja, Cata­marca, Salta, San­tiago del Estero y San Juan.
Ale­ma­nia, durante su gobierno tuvo que some­terse dos veces. La pri­mera cuando aquel país hun­dió una de nues­tras cor­be­tas exi­giendo Yri­go­yen que la ban­dera argen­tina fuera des­agra­viada en la pro­pia Alemania.
El “Peludo”, mote des­pec­tivo puesto por el dia­rio con­ser­va­dor La Fronda alu­diendo a que Yri­go­yen no salía de su “cueva”, refi­rién­dose a su modesta casa. La crí­tica hacia el pre­si­dente que asu­mió al poder en 1928, cuando tenía 76 años, tuvo una mor­daz y viru­lenta opo­si­ción. Desde los comien­zos de su gobierno estuvo jaqueado por la calum­nia y los rumo­res, sin que reci­biera el res­paldo de sus corre­li­gio­na­rios. Su edad no le impe­día gober­nar pero sí era lerdo para tomar reso­lu­cio­nes, sus char­las eran lar­gas y difusas.
El “Peludo” está reblan­de­cido, se decía, argu­mento sos­te­ni­dos a los que ati­na­ban a adver­tir los sín­to­mas y males­tar que vivía la ciu­da­da­nía. Apro­ve­chán­dose de su estado cenil, sus alle­ga­dos les hacía impri­mir ejem­pla­res de supues­tos dia­rios para no intran­qui­li­zarlo y le lle­va­ban chi­cas de caras boni­tas para entretenerlo.
Y así ter­minó su gobierno Hipó­lito Yri­go­yen, el pri­mer pre­si­dente cons­ti­tu­cio­nal y el pri­mer pre­si­dente derro­cado por un golpe militar.



 

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