“A las cinco y media de la tarde, un anciano salía de una casa del barrio Constitución y entraba trabajosamente en un automóvil abierto. Alguien le echó encima de los hombros un sobretodo; una mujer alcanzó uno de los bolsillos de su abrigo con frascos de remedios y cajas de comprimidos. Le alcanzaron un ponchito de vicuña que el anciano, con gesto cansado, puso sobre sus piernas. Dos o tres personas se acomodaron en los asientos. Toso estaban serios y callados. A veinte cuadras de allí, una columna militar estaba llegando a la Plaza de Mayo, en medio de la creciente aclamación de un público entusiasta”. (Félix Luna, “Golpes militares y salidas electorales).
De esta manera el caudillo radical Hipólito Yrigoyen, fallecido en Buenos Aires el 3 de julio de 1933, emprendía un recorrido hacia la isla Martín García donde debía cumplir un penoso confinamiento luego de ser depuesto como presidente de la Nación por el levantamiento militar encabezado por el teniente general José Félix de Uriburu, salteño, sublevación que se conoce como la “Revolución del 6 de setiembre del año 30’”.
Yrigoyen, nació en Buenos Aires en 1852, y antes de ser político se desempeñó como maestro de escuela. Siendo joven recibió formación cívica por parte de su tío y maestro Leandro N. [Nicéforo] Alem quien, por ese entonces, simpatizaba con el autonomismo de Adolfo Alsina y, posteriormente, hizo sus primeras armas en el “Club de la Igualdad” desde 1868. Por su parte, Yrigoyen se unía con el ideal del “Club 25 de Mayo” que tenía los principios que, con los años, serían banderas de la Unión Cívica Radical (UCR.), tales como el resguardo de la libertad civil y política, y el sufragio universal.
En esa época existían dos partidos que dominaban la escena política vernácula: los Autonomistas liderados por Adolfo Alsina , que abogaban la visión que la provincia conservara a Buenos Aires como capital; y el partido Nacional de Bartolomé Mitre, para quien Buenos Aires debía ser nacionalizada con el fin de que fuera sede del gobierno nacional .
En 1877 se cumple un acuerdo entre Mitre y Alsina, y un grupo de autonomistas, en oposición con la pacto funda el partido Republicano. Allí se hallaban: Alem, Yrigoyen, Aristóbulo del Valle y Roque Sáenz Peña. Este grupo se reveló antiacuerdista e intransigente, por lo que rechazaba la unión, y se autocalificó como el primer partido principista.
En su dogma, además del sufragio universal, afirmaba la autonomía de los estados provinciales con relación al gobierno nacional, la independencia de los municipios con respecto de las provincias y la autonomía de los ciudadanos en los partidos. Con el nacimiento del partido Republicano se aclaran los principios básicos que dieron sostén al origen del radicalismo, que se integró el 1 de setiembre de 1889 bajo el nombre de Unión Cívica de la Juventud.
El 13 de abril de 1890 se fundó –con la adhesión de 15 mil ciudadanos- la Unión Cívica, nueva agrupación presidida por Alem. Al año siguiente se escindió en dos partidos: la Unión Cívica Nacional y la Unión Cívica Radical, al que se unieron entre otros, Alem, Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear, Lisandro de la Torre, y Bernardo de Irigoyen.
Hipólito Yrigoyen
Hipólito Yrigoyen, el primer gobernante electo por las mayorías, llegó a ocupar la presidencia de la República en dos oportunidades durante los periodos: de 1916 a 1922 y de 1928 a 1930, año en que fue derrocado.
Era un político de raza; un estadista que podía mirar el futuro desde el presente sin equivocar el camino, manteniendo una línea de conducta más allá de las conveniencias del momento o los espejismos del engaño. “Que se pierdan mil presidencias pero que se salven los principios”, decía Yrigoyen.
Él era intransigente en los principios y un verdadero ejemplo moral. En su cesión ha dejado nítidamente señalado que la política es, ante todo, un sistema de lealtades cuya primera consigna es no renunciar al pueblo, escuchar al pueblo, no temerle y seguir las inspiraciones que brotan de su espíritu. Así supo conciliar lo nacional con lo popular.
El 12 de octubre de 1916 cuando se dirigía desde el Congreso donde prestó juramento hacia la Casa Rosada para asumir por primera vez a la presidencia de la Nación un grupo de enfervorizados adherentes desató los caballos del carruaje que lo trasladaba para arrastrarlo a pulso con amor; episodio histórico tal cual a lo sucedido con Juan Manuel de Rosas en 1835.
Durante la ceremonia de juramento Yrigoyen –que llegó al poder acompañado en la fórmula presidencial por riojano Pelagio Belindo Luna– expresó: “No he venido a castigar ni a perseguir, sino a reparar”, en alusión a sus antecesores que habían omitido al cumplimiento de ciertas normas constitucionales. Su gestión nunca le resultó fácil en razón que debía cambiar una costumbre enquistada en la vieja política introduciendo una nueva forma de hacer política.
Para soportar la posición de algunas provincias que respondían al “régimen” aplicó la intervención federal por decreto y sin la participación del Congreso. Salta experimentó la forma de actuar de Yrigoyen quien promovió un juicio político al gobernador Joaquín Castellanos –su correligionario– quien sostuvo serios conflictos de carácter partidarios llegando al caso que el Poder Legislativo no sesionaba desde diciembre de 1919 hasta agosto de 1921, situación que se conoció como “huelga legislativa”. El gobernador Castellanos –adverso al “personalismo”- culpó de “ilegítima”, “imprudente”, y “mal intencionada” la “participación de autoridades nacionales en la política local”.
Yrigoyen, fue el caudillo que logró movilizar y sacudir multitudes; produjo sentimientos y provocó atracciones. Fue el conductor que en los momentos especiales supo transmitir ideas, y como conductor generó ideas. Fue conspirador permanente, pero nunca golpista porque él entendía que el poder emanaba del pueblo y por ello enfrentó siempre a los gobiernos que estaban a espalda de aquel, interpretando que en el pueblo residía la soberanía popular; por eso luchó por el sufragio universal. No fue orador ni pronunció grandes discursos, pero su palabra provocaba la atención cuando como lluvia sobre la tierra arada irrigaba los pensamientos que se proponía transmitir.
Durante su primer gobierno produjo tres grandes reformas: la social, la económica y la cultural. En lo social se dictó una legislación de avanzada; sancionó la ley de asociaciones profesionales; instauró el 1 de mayo como fiesta de la clase obrera; realizó estudió del proyecto de código de trabajo y en materia de viviendas, las leyes de previsión social. En cuanto a lo económico tuvo un fuerte contenido nacionalista porque él sabía que estaba al frente de los grandes imperialismos.
Por ese motivo es que plantó la bandera de la soberanía nacional sobre el petróleo y enfrentó a los grandes truts internacionales; salió en defensa de los ferrocarriles, de la carne y de los cereales; demostró respeto hacia los sindicatos y a la libertad de huelga; rescató de la indignidad y la deshumanización al pueblo trabajador. Concluida la primera guerra mundial a pesar de las fuertes presiones de ingleses y norteamericanos, como de algunos correligionarios, se negó a romper con Alemania; intervino las provincias de Corrientes, Mendoza, Jujuy, La Rioja, Catamarca, Salta, Santiago del Estero y San Juan.
Alemania, durante su gobierno tuvo que someterse dos veces. La primera cuando aquel país hundió una de nuestras corbetas exigiendo Yrigoyen que la bandera argentina fuera desagraviada en la propia Alemania.
El “Peludo”, mote despectivo puesto por el diario conservador La Fronda aludiendo a que Yrigoyen no salía de su “cueva”, refiriéndose a su modesta casa. La crítica hacia el presidente que asumió al poder en 1928, cuando tenía 76 años, tuvo una mordaz y virulenta oposición. Desde los comienzos de su gobierno estuvo jaqueado por la calumnia y los rumores, sin que recibiera el respaldo de sus correligionarios. Su edad no le impedía gobernar pero sí era lerdo para tomar resoluciones, sus charlas eran largas y difusas.
El “Peludo” está reblandecido, se decía, argumento sostenidos a los que atinaban a advertir los síntomas y malestar que vivía la ciudadanía. Aprovechándose de su estado cenil, sus allegados les hacía imprimir ejemplares de supuestos diarios para no intranquilizarlo y le llevaban chicas de caras bonitas para entretenerlo.
Y así terminó su gobierno Hipólito Yrigoyen, el primer presidente constitucional y el primer presidente derrocado por un golpe militar.
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