domingo, 17 de febrero de 2013

LAS INVERSIONES NON SANCTAS DEL VATICANO Y LA ABDICACION DEL PAPA

  

En la primavera boreal de 2009, en lo peor de la crisis, cuando
 todas las chicharras sonaban con luces rojas en el Vaticano,
 el Papa Ratzinger decidió que había llegado el tiempo de
 una reforma profunda en el aparato financiero del trono de
Pedro. Tenía sus razones: la Fiscalía de Roma y la policía
financiera italiana llevaban varios meses con los ojos puestos
en el Instituto para las Obras de Religión (IOR), más conocido
como Banco del Vaticano, después de detectar una cadena de
maniobras ilícitas, transferencias fraudulentas de fondos y
 hasta la sospecha de lavado de dinero.
Ratzinger fracasó. La reforma propugnada por él y su grupo
 de leales (más bien escaso, conducido por el influyente
cardenal Georg Ganswein) no sólo no pudo prosperar; además,
 multiplicó la ferocidad de una lucha interna –llena de conspiraciones, conciliábulos clandestinos y hasta proyectos de asesinato–
 develada, en otra manifestación de la fractura, por los
documentos secretos que el mayordomo infidente Paolo
 Gabriele le entregó al periodista  Gianluigi Nuzzi.
Cuando, en una noche de fines de mayo del año pasado, Ettore
 Gotti Tedeschi, presidente del IOR, vio entrar en su casa
de Milán a un grupo de hombres armados, estuvo seguro,
 según él mismo admitió, de que eran sicarios que iban
 a asesinarlo. Gotti habló de su alivio al comprobar que
 se trataba de policías que llegaban para detenerlo por
 fraudes bancarios. Seguramente, Gotti habrá recordado
a Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano y
 "banquero de Dios", que en 1982 apareció colgado
bajo un puente londinense después de habérsele
 comprobado delitos parecidos.
Gotti fue designado al frente del IOR por Benedicto XVI,
 y ese nombramiento fue, precisamente, una parte clave
 de su intento de reforma financiera. Gotti era un conocido
y exitoso consultor financiero e industrial al servicio de grandes corporaciones europeas, presidente de la filial italiana del Banco
 Santander y profesor de Ética de los Negocios en la Universidad
 de Turín. Su objetivo al frente del banco de San Pedro era
adecuar la contabilidad del IOR a las normas del Banco Central
 Europeo y, de ser necesario, blanquear y hasta admitir la
filtración de dinero ilícito en el Banco del Vaticano.
En definitiva: aquella partida policial que entró, armas
en mano, en la residencia milanesa de Gotti para llevárselo
 preso, da una idea aproximada de la profundidad del
fracaso de Joseph Ratzinger.
Incluso, hubo quienes sospecharon que la caída de Gotti
 obedeció a delaciones que se generaron dentro del Vaticano;
 por lo menos, sus planes chocaban de frente con franjas
 poderosas de la Iglesia. El 24 de mayo de 2012, el día en
que lo destituyeron, dijo: "Me debato entre el ansia de contar
la verdad y el no querer perturbar al Santo Padre con
 tales explicaciones". Parte de esa verdad se conoció por
los documentos que Gianluigi Nuzzi recibió de Paolo Gabriele
 y publicó en su libro "Las cartas secretas de Benedicto XVI".

EL AJUSTE QUE VIENE. Poco antes de la abdicación de
Benedicto, el presidente de la Prefectura para los Asuntos
 Económicos del Vaticano, el cardenal Giuseppe Versaldi,
 anunció que el Vaticano deberá ajustar sus cuentas
 después de haber registrado un rojo de casi 15 millones
de euros el año pasado. Versaldi anunció un nuevo
reglamento orientado a vigilar y controlar las actividades
económicas del Estado vaticano. Por supuesto, se trata
de la economía formal, la que figura en los libros, porque
 las finanzas de la Iglesia son una región oscura, demasiado
 oscura.
El secretario de esa Prefectura, el español Lucio Ángel Vallejo
 Balda, aseguró que el ajuste vaticano no implicará despidos
entre sus 5500 empleados, porque eso, dijo, iría "contra la
doctrina social de la Iglesia". No obstante, habrá recortes
salariales y en las cargas sociales.
En verdad, la crisis vaticana se anticipó a la caída de Lehman
 Brothers. Ya en el periodo 2007-2008, un informe de la
Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA)
 informaba del derrumbe de los beneficios financieros de la
Iglesia por "la brusca y acentuada inversión de tendencia en
 la fluctuación de los tipos de interés, sobre todo del
dólar estadounidense". En ese momento comenzaron cinco
 años de pérdidas continuas.
Así las cosas, ya en 2007 la curia romana aplicó ajustes
severos sobre sus trabajadores, en especial los de rango
bajo y medio, cosa que provocó malestar entre los afectados.
En noviembre de ese año se anunció un nuevo sistema de
"meritocracia" laboral. El cardenal Atilio Nicora, presidente
de la APSA, creó un nuevo "tabulador" con diez categorías
 de sueldos. En principio, la medida fue presentada como
una ventaja, pero pronto los empleados vieron desaparecer
 de sus recibos de sueldo varios rubros históricos que
representaban buena parte de sus ingresos y ahora
les eran cancelados. Además, Nicora ordenó a todos
 los jefes administrativos que no contrataran empleados
 laicos con familia, para evitar el futuro pago de pensiones.
 No obstante, la crisis no ha hecho más que avanzar.
Poco antes de su detención, Gotti, en una carta al secretario
 de Benedicto, el ya nombrado Georg Ganswein, decía que
 los peligros para Roma en el siglo XXI "no residirán en la
 expropiación de los bienes de la Iglesia sino en su pérdida
de valor (…) en el final de los privilegios y en los mayores
 impuestos previsibles sobre sus bienes".
La Iglesia, se sabe, tiene inversiones múltiples y es parte
 del paquete accionario de grandes corporaciones
(por ejemplo Beretta, uno de los principales fabricantes
internacionales de armamento). Además, tiene en todo
 el mundo decenas de miles de inmuebles que explota
comercialmente. Sin embargo, la crisis ha hecho que
 los ingresos por esa explotación disminuyeran
 drásticamente. En algunos casos se ha llegado a una
 situación de descalabro: por ejemplo, la arquidiócesis de
Filadelfia ha puesto en venta gran parte de su patrimonio
y ni siquiera encuentra comprador.



Gotti proponía, y así lo dijo en una carta que envió al secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone, organizar un organismo de control que estableciera un método para "valorar los bienes, aumentar las recaudaciones, reducir los costos y minimizar los riesgos". En otro documento, dirigido al mismo destinatario, recomendaba instaurar un sistema que introdujera "mínimos estándares, ya sea para la seguridad y el provecho de las inversiones, dado que el clero es a menudo víctima de asesores interesados, ya sea para la gestión y valorización
 del patrimonio." En esa carta, Gotti aludía además
 a la necesidad de proceder a una "revisión total"
 de la contabilidad de la Iglesia, incluidos todo tipo de bienes.
Casi enseguida, la Fiscalía de Roma "se enteró" de una serie
 de maniobras fraudulentas cometidas por Gotti y por
 el director general del IOR, Paolo Cipriani.
Así, el 21 de septiembre de 2010, las autoridades financieras
 confiscaron los activos de una cuenta del Banco del Vaticano
en la sucursal romana de Crédito Artigiano SA. Los
 investigadores explicaron que el IOR se abstuvo de informar
 sobre el origen y el destino de los fondos, cosa a la que estaba
 obligado por la ley italiana. La mayor parte de ese dinero (unos
 20 millones de euros), estaba destinado al JP Morgan en
 Francfort; el resto, a la Banca dei Fucino.
En otro caso, las autoridades sicilianas anunciaron, a fines
 de octubre de 2011, que habían descubierto una maniobra
de lavado de dinero en la que estaba involucrada una cuenta
 del IOR, abierta a nombre de un sacerdote romano.
Los investigadores aseguraron que de esa cuenta habían
salido unos 250 mil dólares –obtenidos ilegalmente–
 con destino a una empresa de cultivo de peces, a título
 de "donación caritativa". Esa empresa era propiedad de
 un tío del sacerdote, condenado por asociación ilícita. Luego,
 ese dinero fue enviado de regreso a Sicilia desde otra cuenta
 del IOR, mediante una serie de operaciones de banca
 electrónica que hacen muy difícil rastrear la ruta del dinero.
En aquel caso, antes que una maniobra con un monto
 pequeño de dinero, quedaba develado un método delictivo.
Así fue que una noche de mayo del año pasado la policía sacó
 a Gotti de su casa, esposado. Así terminaba su carrera y
 así terminaba, también, el papado de Benedicto XVI.

EL ORO DE ROMA. Según reportes confidenciales que
trascendieron el año pasado a la prensa italiana, el Vaticano
 hizo entonces compras de oro por unos 19 millones de euros,
equivalentes a casi una tonelada de metal.
De todos modos, esas inversiones forman parte de la
contabilidad "blanca" del Vaticano. Los libros secretos,
 en cambio, deben contener la información a la que seguramente
se refería Gotti cuando decía debatirse entre "la necesidad de
 decir la verdad" y el deseo de "no perturbar al Santo Padre"
con esos informes.
Si bien la contabilidad formal del Vaticano parece desmentir
las versiones sobre las riquezas de la curia, otros investigadores
sostienen tesis que parecen emparentarse con las sugerencias
 de Gotti.
Por ejemplo, Avro Manhattan, tal vez la más alta autoridad
en materia de política vaticana, fallecido en 1990, escribió en
 su libro Los billones del Vaticano que la Iglesia de Roma
tenía fuertes inversiones con los Rothschild de Inglaterra,
Francia y los Estados Unidos; en el banco Hambros y en el
 Credit Suisse de Londres y Viena. En los Estados Unidos,
indica Manhattan, se habían detectado inversiones vaticanas
 en los bancos Morgan, Chase-Manhattan, First National de
Nueva York, Bankers Trust Company y otros.
Manhattan informa también de porcentajes importantes,
en manos de la Iglesia, de los paquetes accionarios de
grandes corporaciones como la Gulf Oil, Shell, General
Motors, Betlehem Steel, General Electric, IBM, TWA y
muchas otras. En la década de 1970, sólo en Estados Unidos,
las inversiones de la curia romana sobrepasaban ya los 500
millones de dólares.
Mucho más tarde, The Wall Street Journal aseguró que el
 Vaticano era el corredor de bolsa más importante del mundo,
 con capacidad de mover un millón de dólares en lingotes de
 oro en una sola operación bursátil –es decir, en unos
minutos– sin que se conocieran los fondos que el ministerio
 petrino guardaba en la Reserva Federal norteamericana.
Otro medio financiero, el United Nations World Magazine,
calculó que el tesoro de oro sólido del Vaticano llega a
muchos cientos de millones de dólares. Más conocida
es la participación de la Iglesia en el paquete accionario
del Continental Illinois Bank, que llegó a ocupar la 14ª
posición entre los grandes bancos del mundo, y el 8º de
los Estados Unidos. La curia tuvo un sacerdote sentado
en el consejo de administración de esa entidad financiera.
En definitiva, las actividades financieras del Vaticano son
una región penumbrosa, que en el pasado derivó en el
 asesinato de un banquero y en el pedido de captura de
un cardenal, Paul Marcinkus, director del IOR y el hombre
 más influyente, por lo menos en materia financiera, durante
 el papado de Juan Pablo II. Ahora, la crisis financiera ha puesto
a la luz del sol una parte de lo que antes estaba en aquella penumbra.
Y, por primera vez en 600 años, ha hecho que un Papa decida
 retirarse a la soledad de un convento de clausura.  «

El antecedente del banco ambrosiano

El Banco Ambrosiano, cuya mayoría accionaria pertenecía al IOR,
 o Banco del Vaticano, era una institución antigua: se fundó en
 1896, y perduró hasta su derrumbe estrepitoso en 1982.
La caída del Ambrosiano develó una asociación delictiva
entre su presidente, Roberto Calvi, y el entonces titular
 del IOR, el cardenal norteamericano Paul Marcinkus.
 Y, con ellos, un mafioso de la vieja escuela: Michele
Sindona, empresario, banquero, vinculado con la logia
 Propaganda Due (P2) y con lo más selecto de la política
italiana, como, por ejemplo, el ex primer ministro
 democristiano Giulio Andreotti. Incluso, la posibilidad de
que Juan Pablo I haya sido asesinado por el entretejido
 mafioso del Ambrosiano y el IOR fue uno de los
argumentos secundarios de El Padrino III, de Francis
Ford Coppola.
Nacido en Patti, Sicilia, de padres pobres, Sindona fue
 educado por la Compañía de Jesús. Con aptitudes
 inusuales para la matemática y la economía, se graduó de
 abogado en 1942 y, a fines de los años 50, ya era amigo de
 Giovanni Montini, quien luego sería Paulo VI. En ese entonces,
 Sindona estaba asociado con la familia criminal de los Gambino,
a quienes les administraba las ganancias obtenidas por el tráfico
de heroína.
Poco después, Sindona comenzó a comprar bancos por intermedio
 de su grupo financiero, Fasco, y se asoció con la banca
vaticana, el IOR.
El 11 de julio de 1979, Giorgi Ambrosoli, el abogado que
 liquidó los bancos de Sindona cuando el grupo Fasco se
derrumbó, fue asesinado en Milán. Condenado a 25 años
de prisión, fue envenenado con un café en el penal de
Voghera, el 27 de marzo de 1986. En ese momento, su
antiguo socio Roberto Calvi llevaba cuatro años muerto:
había aparecido ahorcado bajo un puente de Londres. El
 cardenal Marcinkus, por su lado, eludía, refugiado en el
 Vaticano, un pedido internacional de captura.

El libro del escándalo y las infidencias del mayordomo gabriele

Por primera vez, al menos en la historia moderna de la
Iglesia, secretos vaticanos guardados bajo siete llaves
salieron a la luz por la infidencia del ex mayordomo del
 Papa, Paolo Gabriele, quien entregó documentos
confidenciales del papado al periodista Gianluigi Nuzzi,
quien las publicó en un libro explosivo: Las cartas secretas
 de Benedicto XVI.
En el prólogo, Nuzzi relata que Gabriele (identificado allí
con el pseudónimo "María") le dijo: "En algunos momentos
de la vida se es hombre o no se es ¿La diferencia? Viene
 dada sólo por el valor de decir y hacer lo que sabes y
 consideras justo. Mi valor es conocer las vicisitudes más
 atormentadas de la Iglesia. Hacer públicos ciertos secretos,
 pequeñas o grandes historias que no superan el portón
de bronce. Sólo así me siento libre, desligado de la
insoportable complicidad de quien, aun sabiendo, calla".
Por el texto desfilan el despido de Dino Boffo, ex director
 de Avvenire, a quien una campaña de prensa de Il Giornale
obligó a dimitir. En cartas reservadas, Boffo atribuye
 a Tarsicio Bertone una conspiración contra él por
 razones dinerarias. "El enredo es demasiado grande", dice allí.
"Santidad, la confusión reina en el corazón de la Iglesia", le
 escribe Bertone a Ratzinger en otra de esas cartas. Bertone,
entre otras cosas, había atribuido a "una ínfima minoría"
 los casos de pedofilia que le costaron a Roma el pago
de indemnizaciones millonarias a las víctimas (Bertone,
en 2011, recibió cartas amenazantes que comenzaban con
 una cita de Don Juan Bosco, fundador de la orden salesiana:
 "¡Grandes funerales en la corte!"
Ese mismo año, Bertone se vio envuelto en varios escándalos
 financieros, que no trascendieron, con la dirección contable
 de la Universidad Católica de Milán, con el proyecto de crear
 un nuevo polo sanitario y con la fusión del policlínico Gemelli,
 de Roma, con el hospital San Rafael y la clínica Niño Jesús.
 "En el centro de la atención –escribe Nuzzi– estaba el pulmón
financiero que contiene el ateneo milanés y el hospital de la
 capital: el Instituto Toniolo de Milán". El presidente del
Toniolo era el cardenal Dionigi Tettamanzi, ex director de
 la arquidiócesis de Milán, a quien Bertone quería desplazar
para poner en su lugar, cosa que finalmente logró, a un ex
 ministro de Justicia de Romano Prodi: Giovanni Maria Flick.
Bertone acusaba a Tettamanzi de haber dilapidado 8 millones
 de euros destinados a la ampliación de un colegio católico en
 Roma. Finalmente, aunque Tettamanzi había sido nombrado
por Juan Pablo II y ratificado por Benedicto XVI, Bertone lo
echó con un fax.
Más adelante, al referirse a documentos sobre el IOR, Nuzzi
 señala:
"No se sabe si fueron los bancos de las finanzas blancas del
Norte los que presionaron sobre Gotti Tedeschi, como el
banquero confía a los amigos, o si fue un sueño llevado a
cabo con obstinación por Bertone con el objetivo de crear
 un polo hospitalario controlado por el Vaticano", en una
 operación que, según el periodista, terminó con una pérdida
de 1500 millones de euros y desvíos de otros montos importantes, investigados ahora por la Fiscalía de Roma. El sacerdote Don
 Verzé, "padre patrón" del hospital San Rafael, involucrado en
 el affaire, tomó una decisión inusual en un católico: se pegó un tiro.
 Mario Cal, que había sido su principal colaborador, dijo:
"No sabemos a cuánto asciende el agujero de la estructura.
 Falta cualquier contabilidad. Caminamos en la oscuridad."
En otro párrafo, el libro dice:
"Sobre los riesgos del futuro económico del mundo occidental, la preocupación de la curia romana es muy alta. Entre temores y preocupaciones crecientes, los análisis y las propuestas que
llegan de expertos acreditados se vuelven esenciales. Tanto
 que los profesores y los economistas que ofrecen más
credenciales y confianza aumentan su poder, asumiendo
 papeles relevantes".
Era el caso, por ejemplo, de un católico conservador que en
 poco tiempo se convirtió en uno de los hombres más
 poderosos del Vaticano: Ettore Gotti Tedeschi. Ya se sabe
 qué pasó con él.

Monjas díscolas, otro problema económico

Otro problema financiero puede surgirle al Vaticano por el
 lado menos pensado: la rebelión de las monjas o, por lo
 menos, de algunas de ellas.
En los Estados Unidos ha surgido un movimiento disidente
 entre las religiosas, que ya agrupa a varios miles de ellas
. Las monjas rebeldes sostienen una propuesta de
renovación eclesiástica en puntos tan importantes
 para la Iglesia como el control de la natalidad, la
 tolerancia de la homosexualidad y, sobre todo, la
 revalorización femenina. Esas monjas se agruparon
en la Conferencia de Mujeres Religiosas (LCWR,
 su sigla en inglés) se reunieron hace poco con tres
 obispos enviados por el Vaticano. En abril de 2008,
la Congregación de la Doctrina de la Fe (sucesora
de la Santa Inquisición) dictaminó que las religiosas
 tienen "serios problemas doctrinales". La hermana
 Pat Farrell, presidenta de la LCWR, declaró ahora
que "el diálogo sobre doctrina no será nuestro punto
 de partida. Será nuestra vida religiosa." Así, en Roma
 ya calculan las consecuencias que esa postura puede
tener para las arcas clericales, pues entre los católicos
 norteamericanos están varios de los donantes más
 generosos de la Iglesia.

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