Por Adrián Freijo

La decisión de la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados de la Nación en el sentido de investigar la denuncia presentada por los abogados del Juez  Pedro Federico Hooft sobre el armado de la causa por violación de los derechos humanos que lo involucra,representa un soplo de esperanza en medio de tanta vergonzosa manipulación a la que el magistrado se ha visto condenado y que puede ser sólo la punta del iceberg de una Argentina en manos de irresponsables que utilizan un tema tan delicado para sus venganzas personales.
Ya nos hemos referido en este medio a todas las cuestiones que rodean el caso Hooft.
Hemos recordado las luchas del juez contra la corrupción policial y hemos desenmascarado –con la inestimable ayuda de la grabación en la que el ex fiscal de la causa reconoce que la misma es “armada, miserable y surgida de venganzas personales, amén de jurídicamente insostenible”- a quienes detrás o delante de los estrados están jugando no tan sólo con el honor y la libertad de un ciudadano sino con la credibilidad de toda la sociedad.
Es muy posible que en lo que respecta a Pedro Hooft las cosas comiencen a ponerse en su lugar. Y también lo es que resuelto su caso en el único sentido que puede hacerse –reivindicando la figura de un hombre al que la ciudadanía respeta y seguirá respetando en el futuro- aparezcan con meridiana claridad los nombres de los responsables de este agravio a la razón.
Pero el veneno de la duda habrá quedado inoculado en el corazón de todos nosotros, en forma de una pregunta que lamentablemente jamás tendrá respuesta convincente: ¿cuántos casos más han sido armados?, ¿cuántos de los condenados son realmente culpables y cuántos víctimas de prejuicios ideológicos, cuentas del pasado o meras venganzas personales ideadas por miserables que encontraron en la necesidad de justicia de los argentinos un camino para sus miserias?.
Hay personas que seguramente creen sinceramente en la culpa de Hooft como somos muchos los que estamos seguros de su inocencia, idoneidad y compromiso con los valores más altos de la justicia. A ninguno de nosotros se nos ha tenido en cuenta…
Conociendo al hombre y su forma de ver estamos seguros que podría haber contestado todas las preguntas, despejado todas las dudas, aclarado todo lo que hubiese que aclarar si ello fuese menester; pero a ninguno de sus perseguidores ello le interesaba en lo más mínimo.
Tal vez por ello no le dejaron aportar las pruebas en el expediente y le negaron el derecho a que protagonistas directos y reales de los hechos y el tiempo denunciados prestaran sus testimonios.
Todo ello podrá, tal vez, resolverse a partir de esta investigación legislativa; pero no será suficiente.
Hasta que la sociedad no vea el castigo a quienes han sido capaces de urdir semejante maniobra no tendrá la tranquilidad de saber que quienes están presos lo merecen y quienes están libres también.
Que de eso se trata cuando hablamos de la administración de justicia, esa que Pedro Federico Hooft honró aún en las circunstancias más difíciles cuando muchos se escondían detrás de la inexistencia de un estado de derecho o cuando otros medran con un tiempo político que los protege en su ideologismo y los arropa en su odio.
Dos temas –odio e ideologismo- que tal vez comiencen a replegarse en una Argentina que clama por ser distinta.