Por Hugo Muliero para el
Diario La Capital de Mar del Plata
El l0 de junio de 1770, el entonces gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucarelli, comisionó al capitán de navío Juan Ignacio Madariaga para que desalojara de las islas Malvinas a los ingleses que las ocupaban desde 1766, habiéndose aposentado en la parte occidental de las mismas en el lugar que ellos denominaron Puerto Egmont. El emisario cumplió con la misión encomendada atacando a los intrusos, los que finalmente tuvieron que capitular y arriar su bandera.
Pero los vaivenes de la política europea hicieron que poco tiempo después el gobierno español devolviera el enclave a Inglaterra para evitar un conflicto. Las remotas islas que de origen fueron reivindicadas como parte integrante de España, gracias a su colonia americana del Virreinato del Río de la Plata, sufrieron un abandono hacia la época de la emancipación (1810), en virtud de los críticos acontecimientos que conmovían al continente. Pero pasados los primeros años de la libertad el gobierno criollo debió enfrentar nuevos problemas.
Una de las más urgentes cuestiones a resolver era, sin duda, la ratificación de la soberanía de las islas Malvinas, donde revoloteaban constantemente las águilas de la piratería internacional. Para ello, las circunstancias exigían el enarbolamiento de una bandera que no fuera la española, ya que como vimos los acuerdos de familia en Europa le habían permitido a Inglaterra habitar las islas.
En realidad, el estado de abandono del archipiélago era completo, registrándose únicamente el asentamiento temporario de tripulaciones de buques balleneros extranjeros, dedicados a la caza indiscriminada de focas y lobos marinos.
Pero en 1820, un mercenario norteamericano al servicio del gobierno argentino, David Jewet, al mando de la fragata Heroína, navegó con el propósito de asentar nuestros derechos en ese confín del mundo. Para ello debió sortear un sinfín de inconvenientes, desde epidemias de escorbuto y serios motines de la tripulación mayormente extranjera (ingleses), hasta problemas operativos de la nave.
Con la ayuda del resto de la tripulación criolla hizo ajusticiar al cabecilla del motín, un inglés de apellido Thomas y, con decenas de cadáveres en su cubierta, víctimas de la peste, enfiló hacia la Malvinas y hasta tuvo el coraje de apresar una nave portuguesa. El desconocimiento de esos mares y un fuerte temporal, sólo le permitieron anclar a unos seis kilómetros de la costa debido a los peligrosos escollos y en medio de nuevas muertes por los embates del escorbuto.
Lo cierto es que el primer izamiento de la bandera argentina se produjo el 6 de noviembre de 1820, con la presencia de tripulaciones argentinas y británicas y de los loberos de las inmediaciones. Ya no quedaban dudas, al menos para los ingleses, de que Argentina asentaba su soberanía, casi trece años antes de la invasión británica. El hecho tomó estado público en la mayoría de los diarios europeos y fue muy sugestivo que ningún país imperialista presentara una reclamación por ese acto de soberanía. El silencio más evidente fue el de Londres, que trece años más tarde decidía violar los derechos argentinos sobre el archipiélago.
Un poco de historia
También fue muy sugestivo que el país de Hewet, Estados Unidos, enviara un buque de guerra (1831) a los mares del sur y destruyera todas las construcciones de Puerto Soledad. Todo comenzó por el abuso de los buques balleneros de este país, que se apoderaban sin límite de ballenas y lobos marinos, lo que llevó a Buenos Aires a prohibir ese tipo de pesca, encargando su cumplimiento al comandante de las islas, Luis Vernet.
Dos años más tarde, la prohibición (de difícil cumplimiento por falta de barcos), fue reemplazada por un impuesto al tonelaje de los barcos, apresándose varias naves norteamericanas a las que se retuvo como garantía. Enterado el gobierno de Washington envió la corbeta de guerra "Lexington" a rescatar sus unidades y someter a las autoridades argentinas.
Simulando ser una nave francesa ya que enarbolaba una bandera de este país, entró en Puerto Soledad, derrocó a las autoridades y secuestró a los colonos que aún permanecían en la islas, destruyendo y saqueando propiedades.
El gobierno de Balcarce protestó ante el presidente Jackson, por el acto de piratería, pero fue todo en vano porque el gobierno de ese país dijo desconocer los planes de la "Lexington". El gobierno argentino insistió en una indemnización ante el cónsul norteamericano en Buenos Aires, Mister Bailies, quien para librarse de esa responsabilidad afirmó que las Malvinas eran inglesas. Juan Manuel de Rosas declaró persona no grata y expulsó a Mister Bailies.
Animado por la negativa a indemnizar al gobierno argentino por considerar a los ingleses sus dueños, e informado de que EEUU no haría uso de la "Doctrina Monroe", Londres envió la fragata "Clío" para apoderarse de la abandonada bahía Egmont y por la fuerza declaró la soberanía sobre las islas. La bandera azulceleste y blanca izada por un mercenario norteamericano fue arriada por orden de Londres hace 181 años.
La absurda "Doctrina Monroe" también fue ignorada en 1982 por la artera y prepotente política exterior norteamericana. Aquel loable principio de "América para los americanos", transformó a la Doctrina Monroe en "América para los norteamericanos". Esta parece haber sido la intención de los creadores de la doctrina creada en los años 20 del siglo XVIII.
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