Por Dante López Foresi
Las reestatizaciones de Aerolíneas Argentinas y del sistema jubilatorio argentino no tuvieron para los grandes medios tanta repercusión como algunos episodios de inseguridad que a ciertos sectores les sirven para generar un clima pre-electoral enrarecido. Habrá que tener mucho cuidado este año con lo que se lee y consume en materia informativa. Sin embargo, esos dos actos de gobierno representan un hecho que debemos destacar: la recuperación del concepto de Estado, luego de más de una década de descalificación de su papel en la vida social argentina.
Grandes bolsones de trabajadores estatales y de la sociedad argentina en su conjunto, aún conservan dentro de sí el perverso mensaje de que lo estatal es sinónimo de ineficacia, y que el mismo concepto de “estatal” o “estadual” lleva implícita la necesidad de fosilización y estancamiento. La ideología que sostuvo durante la década del 90 “la muerte de las ideologías” como premisa para acabar con todo lo que fuera de propiedad común en la República Argentina, aún exhala un tufillo reaccionario que perdura incluso en mentes auto-convencidas de su perfil progresista.
Es que el daño producido por una cultura antinacional no se observa únicamente en las variables económicas o en los índices de desocupación, sino también en las almas alcanzadas por aquellos mensajes siniestros y en los espacios vacíos dejados por principios e ideas que fueron puntillosamente aniquilados durante más de diez años. Días atrás, escuché decir a una trabajadora estatal –desde su mejor buena fe- que si el deseo es competir y aumentar “productividad” hay que trabajar para una empresa privada. Y lo que más me llamó la atención, es que esa compañera parece ser una de las personas más esclarecidas y conscientes del daño que le produjo al país la década menemista. No notaba esta señora, que uno puede trabajar para una empresa privada, pero que justamente lo que debe asumirse es que uno trabaja en una empresa estatal. Es justamente allí donde nos vencieron: en el derecho de pertenencia.
Justamente es el carácter “estatal” de una empresa lo que debiera despertar cierta mística, y nos obligue a asumir nuestro crecimiento no solo como un paso más en nuestra carrera, sino como un verdadero desafío ideológico ante el discurso aniquilante que sostuvo ( y aún sostiene) que todo lo que provenga del Estado es ineficaz, ineficiente y espantosamente inoperante. Y quede claro que no debemos depositar esa responsabilidad en quiénes transitoriamente conducen al Estado. Es una tarea personalísima y verdaderamente revolucionaria. Hasta en los detalles mínimos e imperceptibles.
Cuestionarnos hasta cuando arrojamos las colillas de nuestro cigarrillos en un suelo estatal en lugar de los coquetos cestos privados. Son precisamente quienes trabajan en empresas estatales los que debemos recoger la bandera de 30 mil muertos y demostrarle a la sociedad que el desastre de aquella década fue producido por una verdadera asociación ilícita ideológica y planificado prolijamente para hacer desaparecer al Estado como competencia en cualquier negocio que pueda ser realizado hasta por advenedizos (en el mejor de los casos) o inescrupulosos que solo posean la memoria suficiente como para no olvidar depositar el sobre correspondiente en las manos del funcionario adecuado en el momento oportuno. Tenían que dejar claro que el Estado es ineficiente. Y vaya si lo lograron.
El Estado Nacional es la única herramienta válida que poseen los pueblos para forjarse una identidad cultural que los haga fuertes. No fue casual que el eje de la ideología de la globalización atacara primariamente las bases del Estado para luego comenzar a instalar la anarquía de los negocios sucios, donde los fondos buitres pudiesen convertirse en dueños de nuestro futuro. Así como aquel plan de destrucción de nuestra identidad comenzó desde abajo, convenciendo a la sociedad de cosas tales como “si no apoyan los indultos serán culpables de la pérdida de la paz social” o “el sistema de reparto jubilatorio está agotado y solo los privados pueden garantizarle una vejez digna”, también hoy debemos comenzar a planificar una recuperación de la mística estatal, haciendo sentir a quiénes trabajan para o en el Estado, que además de cumplir un horario por el cual perciben un salario, están cumpliendo una verdadera “misión” patriótica.
Para ello debemos retornar al sistema de premios y castigos. Premiar al talento y no a la capacidad de generar negocios, y castigar la inoperancia, imitando en ello a cualquier empresa privada que se comporta sensiblemente intolerante ante el menor signo de falta de productividad. Tal vez se trate de imitar al enemigo en aquellos gestos que el enemigo utilizó para vencernos, pero hacerlo con signo inversamente proporcional. No todo lo privado es nocivo para los intereses nacionales, como así tampoco no todo lo estatal es sinónimo de estancamiento. Debemos revertir esa sensación de que los primeros puestos en productividad están reservados únicamente para los buitres. Esos primeros puestos están esperando ser ocupados por talentos surgidos desde donde fuere, incluso de fuentes estatales.
Médicos como René Favaloro o el Dr. Maradona no esculpieron sus espíritus en clínicas privadas presididas por contadores o escribanos, sino en hospitales públicos. Los tres premios Nobel argentinos en Ciencia (Houssay, Leloir y Milstein) estudiaron en Universidades Públicas. Aún no comprendimos que para crecer precisamos del otro, es decir, que conceptualmente solo el Estado puede proveernos el rumbo para nuestra propias realizaciones, aún si trabajamos en empresas privadas. Lo eficiente y exitoso llega a serlo por talento de sus protagonistas y por esfuerzo del conjunto. Por una mancomunión surgida de una causa común perfectamente transmitida por la conducción de las empresas y rigurosamente asumida por la fuerza laboral, con la mística puesta en el bien de “la empresa” ¿Sólo los privados pueden hacerlo? La discusión por estos días no debe ser en nuestro mundo interno si re-estatizamos las empresas privatizadas. Sería saludable que antes de hacerlo, logremos re-estatizar las empresas estatales. Comenzando por cicatrizar las heridas que el sistema nos dejó en aquellas zonas del alma donde anidaban nuestros más elementales principios.
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