*Felipe Pigna
Hace 54 años el general-presidente Eduardo Lonardi, acompañado por el almirante-vicepresidente Isaac Rojas, anunciaba desde un balcón que había tenido dueño hasta hacía apenas una semana, que en el proceso político que se iniciaba, bautizado por sus autores civiles y militares como "Revolución Libertadora", no iba a haber ni vencedores ni vencidos.Terminaba una época destinada a marcar definitivamente la historia argentina. Plena en méritos y deméritos, avances inéditos en el terreno social y la mayor redistribución del ingreso de la historia argentina en sentido progresivo equiparando por primera y casi única vez la distribución de la renta entre los que la producían y los que la disfrutaban. También una época sembrada de autoritarismo, de persecución de la oposición, a la que se le impidió expresarse en los medios masivos de comunicación y a cuyos dirigentes y militantes se los encarceló y torturó.Los "libertadores", según decían, venían a terminar con aquellas prácticas antidemocráticas. No parecía un buen antecedente democrático el criminal ataque aéreo a la Plaza de Mayo producido el 16 de junio de 1955 que provocó más de 350 muertos y casi 1.100 heridos. El plan de Lonardi y el de su sector era rescatar la estructura política peronista y su base social fundando un "peronismo sin Perón". La actitud conciliatoria del presidente fue rápidamente atacada por los sectores liberales, encabezados por el vicepresidente Isaac Rojas. Lonardi fue desplazado por el general Pedro Eugenio Aramburu, representante del sector liberal del Ejército, el 13 de noviembre de 1955. El almirante Isaac Rojas conservó su cargo de vicepresidente. La segunda etapa de la Revolución Libertadora, encabezada por el binomio Aramburu-Rojas, se caracterizó en el terreno político por su decidida acción contra el peronismo depuesto. La CGT fue intervenida y fue asaltado su edificio, donde fue vejado y secuestrado y "desaparecido" el cadáver de Eva Perón. Se lanzó una persistente persecución de militantes o simples simpatizantes peronistas que incluyó el encarcelamiento de más de 4.000 personas, la tortura sistemática y el fusilamiento de 33 civiles y militares en junio de 1956. El gobierno de la llamada "Revolución Libertadora" decidió en febrero de 1956 el ingreso de la Argentina al Fondo Monetario Internacional y aplicó el "plan Prebisch", el primer programa de "ajuste" del Fondo instrumentado en nuestro país.La nueva política perjudicó a la clase obrera. Su masiva afiliación peronista la convertía en objeto de persecuciones encubiertas o abiertas en los barrios o en los centros laborales.La comisión investigadora de las cuentas de la Fundación Eva Perón no pudo encontrar irregularidades. Halló intactos los depósitos bancarios de la Fundación que sumaban 3.500 millones de pesos, unos 250 millones de dólares al cambio de octubre de 1955 (1) que no fueron depositados en las Cajas de Jubilación como se había previsto.En su dictamen la comisión "libertadora" se quejaba por los "excesos" de la Fundación Evita: "Desde el punto de vista material, la atención de los menores era múltiple y casi suntuosa. Puede decirse, incluso, que era excesiva, y nada ajustada a las normas de la sobriedad republicana que convenía para la formación austera de los niños. Aves y pescado se incluían en los variados menúes diarios. Y en cuanto al vestuario, los equipos mudables, renovados cada seis meses, se destruían" (2). Señala Alicia Dujovne Ortiz que "Una dama católica, doña Adela Caprile, que formó parte de la comisión liquidadora de la Fundación instaurada tras la caída del peronismo, nos ha confesado haber sentido una impresión similar: 'Nunca hubiera creído que se pudiera reunir semejante cantidad de raquetas de tenis. Era un despilfarro y un delirio, pero no era un robo. No se ha podido acusar a Evita de haberse quedado con un peso. Me gustaría poder decir lo mismo de los que colaboraron conmigo en la liquidación del organismo'" (3). Se dio rienda suelta a un revanchismo con un fuerte acento de odio de clase. Se formaron inmensas fogatas en los hogares y policlínicos de la Fundación Eva Perón donde se quemaron miles de libros, frazadas, sábanas, cubrecamas, platos y cubiertos porque llevaban el sello de la institución. La Ciudad Infantil, conocida y admirada en el mundo como un ejemplo de contención y educación de la infancia desvalida, fue asaltada por las tropas. Sus casitas que reproducían los edificios clásicos de una ciudad y un comedor que alimentaba a centenares de niños por día fueron aplastadas por los tanques y sus piscinas fueron cegadas con cemento. El decreto 4161 del 5 de marzo de 1956 pretendió prohibir al peronismo en todas sus formas y expresiones. Decía en uno de sus artículos: "Se considerará especialmente violatoria de esta disposición la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones 'peronismo', 'peronista', 'justicialismo', 'Justicialista', 'tercera posición', la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales Marcha de los Muchachos Peronistas y Evita Capitana y los discursos del presidente depuesto o su esposa" (4).El resultado de tan absurdo decreto fue el incremento del orgullo por su identidad peronista de los militantes de la resistencia.El último sueño de Eva Perón fue la construcción del Hospital de Niños mejor equipado y más grande de Sudamérica, que comenzó a construirse en un predio de 94.000 hectáreas en el barrio de La Paternal sobre la calle Warnes. Los "libertadores" evaluaron que aquello iba a ser un monumento a la obra de Evita y decidieron desistir de la construcción del nosocomio infantil, prefiriendo salvaguardar sus miserias políticas a la atención de la salud infantil. El lugar fue abandonado en avanzado estado de construcción y lentamente fue siendo ocupado por familias que lo fueron bautizando como el "albergue Warnes".Casi como alegoría, un presidente de origen peronista, pero que había "evolucionado" hacia el autodenominado "neoliberalismo", el mismo que fue a visitar a su lecho de enfermo al almirante Rojas y se despidió con un recordado beso, fue el encargado de demoler, entre otras cosas, lo que quedaba del esqueleto del Hospital Pediátrico María Eva Duarte de Perón.
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