*Ramiro Rech
Debo confesarles que en medio de los muchísimos festejos por el Bicentenario del país me siento personalmente un poco confundido.
Viendo, leyendo y escuchando todos lo que se dice estos días pareciera que debo preguntarme si realmente soy argentino.
Pertenezco al noventa por ciento de los argentinos que nunca bailó malambo, folclore o tango y soy uno más de los millones que cotidianamente escuchamos música extranjera o nacional con influencia extranjera.
Soy parte de la enorme mayoría que no leyó a Borges (lo intenté tres o cuatro veces y me aburrí tremendamente -quizás porque no lo entendí, lo que en éste caso no me parece una limitación-) y leyó muchos libros de autoayuda.
Soy uno los muchos que no recuerda haber comido locro y que no siente ningún deseo apremiante de hacerlo, mientras disfruto las “foráneas” pizzas o pastas.
Como tantísimos otros, no siento por los europeos un afecto menor que por el de nuestros “hermanos latinoamericanos”.
Aunque he leído mucho en mi vida, soy uno de los millones de compatriotas que ignora gran parte de la historia argentina (lo cual, confieso, no me genera vergüenza).
Prefiero mil veces el café al mate y no me gusta el truco, que sólo lo juego “para no quedar afuera” en las reuniones.
Eso sí: me encanta el fútbol, aunque creo que Pelé es mejor que Maradona (como en todo el mundo, excepto en Nápoles y acá).
En éste contexto macabro me pregunto: ¿seré argentino?
Si es por lo que se ve en los festejos del Bicentenario, pareciera que no.
Sin embargo, por alguna extraña razón, tengo la sensación de que no existe “el argentino”.
¿En Jujuy bailan Tango o en Capital Chamamé?
¿Gardel tomaba mate?
¿El “Che” era futbolero?
¿Perón comió locro?
¿Favaloro jugaba al truco?
A nadie le importan demasiado las respuestas a éstas preguntas y nadie negaría la indudable representatividad argentina de estos personajes.
Si algo hizo grande nuestro país fue la fenomenal diversidad cultural y la perfecta coexistencia de personas provenientes de muy diferentes lugares del mundo.
Si queremos saber si alguien está haciendo algo bueno por nuestra nación, juzguémoslo por sus obras y no por sus costumbres, sus gustos o su mayor o menor “nacionalismo”.
Quizás el hecho de haber estado rodeado de inmigrantes (hijo de italiano, nieto de alemanes y esposo de macedonia) haya acentuado mi escepticismo hacia el nacionalismo o el patriotismo superficiales y me haya convencido de que el progreso de una nación consiste en la suma de los progresos individuales de sus habitantes y del compromiso social que éstos asuman.
El progreso individual sólo es posible con creatividad, trabajo y preparación.
El compromiso social radica en el respeto a la ley, la asunción de las responsabilidades personales y la participación en la vida comunitaria.
Si además alguien quiere usar escarapela, no tengo objeciones.
Hasta la próxima…
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