*Por Julian Licastro
En el plano personal, toda desaparición física remite a lo inevitable de la propia, recordándonos la finitud de la vida, y la necesidad de darle sentido por la relación con los otros, mediante un humanismo no individualista sino comunitario. En el plano colectivo, la desaparición de un líder con verdadera influencia en la sociedad, patentiza los límites del poder aún de las personalidades más fuertes, y señala que la historia, la buena historia, es la única dimensión que otorga una continuación de la trayectoria política en el tiempo y la praxis militante del devenir.
Por estas razones, debemos destacar la compasión, en el más alto sentido de un compartir los sentimientos de respeto mutuo, humildad y solidaridad, de quienes sufrimos la fragilidad de la condición humana. Y, en el campo de las luchas por la libertad, saber que los grandes objetivos de realización de un pueblo, son obra de una sucesión ordenada de varias generaciones, que actualizan y trasvasan los contenidos de un proyecto de destino nacional. En esa larga evolución se tienen que asimilar las lecciones del pasado y agregar las correcciones e innovaciones que demanda el presente. Así el populismo inicial, justificado por el quiebre de las viejas estructuras, se va transformando en movimiento nacional y popular, mediante la elaboración de una doctrina no dogmática, el compendio de una programática efectiva y, sobre todo, la educación y capacitación de una amplia franja de cuadros políticos, sociales y técnicos.
Sin esta evolución el populismo se detiene y puede retroceder hasta el estilo autoritario, que ha deformado el corazón de tantas buenas intenciones de cambio. Por el contrario, en la maduración que anhelamos, la organización vence el desgaste natural del tiempo, y los ideales viven siempre, aún después de etapas de represión y oscurantismo. El criterio de verdad es, sin duda, la voz del pueblo, por medio de la cual se manifiesta el espíritu universal de la providencia. Por eso es prematuro decir que se ha agotado todo un movimiento histórico y ha surgido otro; y es más prudente afirmar, como rezaba un cartel anónimo en la Plaza de Mayo: “Néstor con Perón, el pueblo con Cristina”.
Es cierto, el homenaje a Kirchner vino de la mano del apoyo total a la Presidenta , con una espontánea, emotiva y pacífica demostración de fuerza afectiva, en el mejor espíritu de la celebración del bicentenario: hechos ambos nunca imaginados por la profecía del odio, derrotada por la esperanza del amor social que se llama solidaridad. Plebiscito sin marketing publicitario ni veleidades de candidaturas sin arraigo ni contenido, frente al reconocimiento y el agradecimiento del pueblo llano, expresado sin interferencias mediáticas en miles y miles de testimonios sencillos y concretos.
Sólo la unidad detrás del orden constitucional, no reducido a lo formal, sino abierto al perfeccionamiento de una democracia participativa, puede garantizar la continuidad y profundización de un modelo que, aún con matices, restaura lo esencial del peronismo: dignidad nacional; justicia social e igualdad de oportunidades; desarrollo económico con identidad cultural y creatividad tecnológica. Ahora, por suerte, con el florecimiento de la tesis continentalista de Perón, Vargas e Ibáñez del Campo, cuya frustración a cargo de los sectores dominantes de Argentina, Brasil y Chile, posibilitó los golpes de 1955, 1966 y 1976.
Pero hoy está UNASUR, vigente y encaminada, más allá de todo aquello que aún falta hacer, como reaseguro de nuestras democracias ante las transnacionales y su guerra de monedas, mercados y recursos. Es el proyecto que hizo a Néstor Kirchner estadista, al par que en lo interno recuperaba la política -no la tecnocracia- en tantoherramienta de trasformación; y la ubicaba en el centro de la escena como vía real de debate y participación popular, especialmente de las nuevas generaciones. De allí el rebrote, inusitado para algunos, de una juventud ávida de manifestarse e involucrarse en los avatares que definirán el porvenir de nuestra patria.
Éste es el juicio de quien tuvo el privilegio, quizás inmerecido, de acompañar a nuestro líder fundador en la difícil época de su tercera presidencia, por el camino de la lealtad. Y por el hecho objetivo de no haber pertenecido al círculo de dirigentes que rodeó de inicio a Néstor y Cristina, entonces desconocidos para muchos viejos militantes. Sin embargo, nuestra presencia hoy en la despedida de un compañero singular, por su propio estilo de discurso y conducción, quiere referenciarlo a todos aquellos argentinos que, con sacrificio heroico y más allá de aciertos y errores, no vacilaron en jugarse la vida por sus ideales.
Quienes sobrevivimos, con una experiencia adquirida en la lucha, que es nuestra modesta parte de sabiduría, tenemos la obligación ética y política de estar dispuestos a contribuir en la formación de las nuevas generaciones que toman ya la bandera irrenunciable de la conciencia nacional. Para que la Argentina crezca desde el dolor y por el amor, sin arrogancia ni olvido. Con pasión, sin violencia; y con unidad substancial fortalecida por el respeto a la diversidad, la disidencia y la oposición democrática. Buenos Aires, 29 de octubre de 2010.
Gentileza: Juventud del Partido de la Victoria - Linea Fundadora Padre Carlos Mujica
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