domingo, 17 de abril de 2011

VOLVER A LA ARGENTINA

Escribe Adrian Freijo para el
Semanario Noticias y Protagonistas

Tenemos que perder el miedo. Llamar a las cosas por su nombre no puede ser un riesgo en el país. Tenemos derecho a exigir que nos devuelvan un país que fue honesto y progresista, y hoy es una caricatura de sí mismo.
Algunos hombres amamos la política porque amamos nuestros derechos.
Y la política es un derecho. Hacerla es un derecho, elegirla es un derecho, guardarla dentro del alma o exteriorizarla en forma de militancia es un derecho.
Pero también la amamos porque es un deber, y amamos nuestros deberes. Deber de hacer algo por los demás, deber de perfeccionarla y ser cada vez mejores para ella, deber de prepararse y no improvisar... Deber moral, por sobre todas las cosas.
La política actual es denigrante de la persona humana. Triunfan los más vivos y quedan en el camino los más puros. Emergen los oportunistas y se hunden aquellos que han sostenido sus valores aún en las circunstancias más adversas.
En la política argentina, basta con ser deleznable para ver el éxito a la vuelta de la esquina. No es para puros, no es para quienes piensan en sus semejantes, no es para los que creemos que en democracia debe primar la decisión de las mayorías. Porque la democracia argentina ya no es para mayorías.
Los partidos políticos han desaparecido, dejando su lugar a un sinnúmero de sellos partidarios vacíos, descartables, miserables. Los dirigentes saltan de sello en sello, de ideología en ideología, a cambio de un cargo, dos puntos más en una encuesta o, generalmente, unos pocos pesos. Mar del Plata no es la excepción.
Nunca en los últimos procesos electorales se respetó la voluntad de las mayorías. Siempre -con motivos más o menos creíbles- los elegidos terminan haciendo lo que les conviene personalmente, en vez de cumplir el mandato de la gente.
El mandato de la gente: ¿a quién le importa el mandato de la gente? El impresentable concejal Lucchesi acaba de impetrar su segunda traición en apenas dos años. LLegó con Arroyo, al día siguiente se fue solo. Tocó todos los timbres peronistas para ver quién lo recibía, y terminó con Pulti.
Ricardo Palacios tuvo que dejar su banca por un caso de corrupción. Porque la incompatibilidad de cargos, usufructuando el beneficio de ambos, es corrupción acá y en la China. Un tiempo de espera, una sociedad desatenta, ¡y a volver, que aquí no ha pasado nada! Al mismo lugar, y a la misma banca.
Pero además salió corriendo a "operar" políticamente en el barrionuevismo, apenas pocas horas después de mostrar su catadura brindando a los gritos por la muerte de Kirchner como si el aún tibio cadáver no perteneciese a un ser humano. Y fue bien recibido; y comenzó la tarea de convencer a Barrionuevo y compañía de la conveniencia de designar a Carlos Fernando Arroyo como candidato a intendente del Peronismo Federal, para lo que no hesitó en descalificar a todos aquellos que no representaban su interés, al que definió afirmando que “esto es lo que quiere el Intendente, y con Arroyo está todo arreglado”.
¿Que Arroyo no es peronista? ¿A quién le importa? Es un hombre dúctil al poder (siempre lo fue) que "hace de malo" pero siempre está ahí, cerca. Demasiado cerca.
Barrionuevo -que hoy ama a Duhalde, aunque en 1999 apoyó la candidatura de Pulti a cambio de un par de concejales y en contra del proyecto de Duhalde, que era encabezado por quien suscribe y que doce años después sigue firme en el mismo lugar y junto al mismo líder-, tampoco le presta importancia a esas cosas de "ser peronista".
A Dios rogando, y con el mazo dando. Todo es así: Pulti con Kirchner, Pulti con Duhalde (Barrionuevo-Arroyo-Palacios), Pulti con Scioli, que no es Cristina (¿o sí?), y todos para uno y uno para todos.
El peronismo de Mar del Plata tiene hoy un desafío casi absurdo: demostrar que es el peronismo. En eso estamos, y de ese camino no nos correremos, por poderosos que se crean quienes pergeñan estas maniobras. Porque en realidad, no son poderosos. Los protagonistas de una política fuerte, son fuertes. Los protagonistas de una política débil, son débiles. Los protagonistas de una política miserable, son inexorablemente miserables.
Nosotros somos peronistas y nunca pretendimos ser otra cosa. Es probable que no podamos darle a la ciudad un gobierno peronista, pero que no quepa duda de que vamos a dejar un partido fuerte, depurado de sinvergüenzas y unido. Y a la democracia es más importante dejarle un partido fuerte que un gobierno miserable.
Pero estas cosas tienen siempre un correlato. Que le cuesta al país “sangre, sudor y lágrimas”. Vea si no es así. La noticia se conoció hace unas semanas y venía de La Rioja: no se conseguían trabajadores para la zafra de aceituna porque nadie se animaba a perder la prebenda de los planes sociales. Hoy los diarios dan cuenta de una información similar originada en Mendoza. ¡Cuánto dolor! ¿Qué han hecho con nuestra Argentina?
Todos sabíamos que esto iba a pasar y, como siempre nos ocurre, los peores pensamientos terminan convirtiéndose en realidad. Cuando hace un cuarto de siglo, desde nuestro programa de radio clamábamos para que la dirigencia se diese cuenta de que la creciente connivencia de políticos y funcionarios policiales con la droga y la delincuencia iba a terminar en una sociedad insegura, mafiosa e impotente y con cientos de miles de jóvenes perdidos para siempre, se conformaban con decirnos locos. Hoy, una población aterrada da cuenta de que también entonces, quienes temíamos lo peor, estábamos en lo cierto.
Cuando abandoné el proyecto menemista -apenas tres meses después de su comienzo- gritando en soledad que se destruía al país de la mano de la corrupción y de un modelo económico excluyente para millones de argentinos, los mismos que iban a ser víctimas de todo aquel delirio “primermundista” prefirieron, una vez más, justificarse en que aquellas denuncias eran obra de un loco. El resultado está a la vista.
¿Es que siempre nos vamos a dar cuenta tarde?, ¿siempre la granada nos va a explotar entre las manos sin que atinemos a ponerle a tiempo la espoleta?
Esta no es mi Argentina. Yo no nací en un país de drogones, vagos y corruptos; mucho menos en una nación de delincuentes. Quiero que me devuelvan mi Argentina, y quiero que vayamos casa por casa a buscar a los que nos la robaron y le hagamos sentir el escarmiento.
Porque tenemos derecho, porque queremos vivir en paz y porque si no tenemos el coraje de hacerlo no merecemos ser hijos de "aquella" Argentina, y tendremos que conformarnos con vivir en "esta" Argentina. Y seguir tildando de “locos” a los que nos avisan que caminamos hacia el abismo, a quienes no negocian con la oscuridad y a quienes no abonan el “sálvese quien pueda”.
Y cuando nos demos cuenta, estaremos irreversiblemente en un abismo al que caeremos a pesar de haber transitado un siglo completo con carteles que nos anunciaban su presencia.
Asi de simple y así de urgente.

De acuerdos y acuerditos

¿Se puede acordar el futuro de un partido político o una ciudad pensando sólo en repartir cargos por doquier? Evidentemente no. Sin embargo, ésta parece ser la tendencia irreversible de la construcción política argentina.
El “¿qué hay para mí?” es una constante en cada conversación en la que se busca avanzar en una alianza y aun construir el propio espacio. La política como conchabo parece haber llegado para quedarse, y lo que es peor, incorporarse a la cultura institucional de las agrupaciones.
Cuando observamos los procesos democráticos en países acostumbrados a los acuerdos y alianzas, nos damos cuenta de que la solidez de éstos radica en la comunión de ideas y proyectos.
Brasil (tal vez el mayor ejemplo de gobiernos de coalición en América del Sur), Francia o Suecia han podido avanzar sin riesgos institucionales mayores gracias al convencimiento de su dirigencia de que el camino está en las ideas y proyectos. Chile, aun embrionariamente, parece transitar el mismo camino.
En nuestro país ocurre todo lo contrario. Hasta pocas horas antes del cierre de inscripciones electorales, nadie puede asegurar que quien aparecía a la derecha no termine acordando por izquierda, y quienes eran vistos como enemigos irreconciliables no se conviertan por arte de magia en socios de ruta.
Recordábamos más arriba un dato ciertamente estremecedor: en los últimos 20 años, jamás se respetó en nuestro Concejo Deliberante el voto de la gente.
Los vergonzosos hechos que esta semana ponen en la mira al concejal Lucchesi no son otra cosa que una constante en la vida institucional de Mar del Plata.
No es entonces exagerado pensar que la desidia de la gente frente a la política es un efecto buscado por quienes la prefieren lejos, distraída y ausente.

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