domingo, 2 de octubre de 2011

ANTON PIRULERO

Por Adrian Freijo para
Noticias y Protagonistas



¿Yo, señor?, ¡sí señor!, ¡no, señor! Pues entonces, ¿quién lo tiene? Las preguntas sin respuesta del añejo juego infantil se repiten hasta el cansancio en una Argentina ya acostumbrada a las mentiras y al silencio.
Hace aproximadamente dos años, rompiendo con una costumbre personal y profesional, asistí a la conferencia de prensa que en el despacho principal de la comuna brindaba el entonces jefe de Gabinete de Daniel Scioli, su hermano José (a) Pepe, hoy devenido en denarvaísta. El motivo de la misma era anunciar para ese mismo verano (¿?) el traslado de los boliches de Alem a la escollera sur. Como siempre ocurre, el funcionario se extendió en precisiones, inversiones, planes y plazos que iban a cumplirse ajustadamente en base a la capacidad inagotable de un gobierno convertido en pura acción.
Por supuesto que nada de eso se concretó -lo que, a mi juicio, ha sido una suerte, aunque me tranquilizaría mucho más que se anunciase el abandono definitivo de semejante disparate-, pero la administración provincial sigue enumerando obras que se ajustarán al tiempo previsto, al presupuesto previsto y a las características previstas, ya que seguimos frente a un gobierno… convertido en pura acción.
Pero mi presencia en el lugar se debía a otra cuestión; horas antes había recibido un llamado de una fuente que podía considerar más que sólida, que me había dicho: “ojo: detrás de este proyecto se esconde la decisión de sacar de Mar del Plata la Base Naval”. El tema no era menor; alredor de la sede de la Armada se movilizan aproximadamente diez mil fuentes de trabajo, directa e indirectas, y más allá de cualquier consideración estratégica, no parecía muy lógico producir semejante daño en una ciudad que viene “enorgulleciéndose” reiteradamente de liderar todos los índices de desocupación de la Argentina.
Le pregunté directamente al funcionario, que primero se sorprendió, después se enojó, y por supuesto negó que el tema estuviese siquiera en evaluación.
Dos años después, tenemos la confirmación de que la Base se va de Mar del Plata.
¿Lo sabía entonces Pepe Scioli? Por supuesto que sí. Ya por entonces era claro que una base militar no puede convivir en un mismo sitio con un centro de nocturnidad y con una terminal de cruceros. Acercar miles de personas –escondidas en el anonimato de una multitud- a un área de alta seguridad no cabe siquiera en la cabeza de los gobernantes argentinos.
¿Lo sabía el intendente? Por supuesto que sí. El avance de los proyectos lúdicos y el ya por entonces avanzado esfuerzo de su administración para recuperar la potestad sobre los balnearios de Playa Grande indicaban a las claras que la decisión para el lugar ya estaba tomada: las playas, para Aldrey Iglesias; la nocturnidad, para recaudación del municipio, y el puerto deportivo (que de eso se trataba), para los negocios de algún motonauta nostálgico y ávido de buenos negocios.
¿Lo sabían los periodistas? Sí, lo sabían; era un secreto a voces, pero no se animaban a preguntarlo y preferían el silencio cómplice a cambio de alguna de las muchas pautas comerciales del Gobierno Scioli. Es triste pero es verdad; y ya no falta demasiado para que la sociedad también le reclame a la prensa por sus “omisiones” que no conocen límites. En nuestra Argentina se ha matado “sin que la prensa se entere”, se ha robado “sin que la prensa se entere”… y se han programado robos -como en este caso- “sin que la prensa se entere”.
No hay alternativa: o el periodismo nacional -y el local, por supuesto- es muy imbécil, o es muy malintencionado. Cualquiera de las dos opciones lo descalifican, aunque éste sea un tema para un análisis más profundo en otro momento.
Hoy Pepe ya no está en el Gobierno, el intendente ni siquiera pertenece al mismo partido que entonces, y los periodistas han seguido felices por la vida, seguros de que el tiempo transcurrido haría olvidar esa y tantas preguntas “no hechas” en su momento. Y Mar del Plata, entre silencios, negocios y complicidades, perderá un centro estratégico, y con él a miles de fuentes de trabajo. Aunque ahora, abierto el juego y mostradas las cartas, los que ayer negaban los hechos hayan comenzado a jurar que la partida del asentamiento naval “no va a afectar a un solo trabajador”.
Mentiras, ayer, hoy y siempre.
Mientras nada se hace para recuperar el puerto industrial y comercial –que para cualquier sentido común tendría que ser el centro de atención-, se avanza en la construcción de esta especie de Puerto Banús berreta al que no llegarán cruceros internacionales salvo para reaprovisionamiento, en el que la nocturnidad tendrá la expresión más absurda del descontrol, el puerto deportivo (de simple recalada) servirá para negocios particulares lícitos y de los otros (festival de descontrol para narcotraficantes), y los balnearios se convertirán en tragamonedas para pagar el silencio mediático ante tanto desbarajuste.
Y se habrá dado el primer paso. Porque el otro, el que viene para el próximo lustro, es la desaparición del puerto pesquero de la ciudad y su traslado a la región patagónica.
El negocio final cierra cuando todos los “poderes jurisdiccionales” queden satisfechos con lo que puedan llevarse de esta patente de corso en la que han convertido a nuestra ciudad. Los particulares y su angurria, la provincia y sus delirios empresariales mitad oficiales y mitad privados, y la nación y su viejo sueño de concentrar la pesca en la zona sur del país. En eso están, y ya han dado los primeros pasos.
Y que ningún funcionario municipal, provincial o nacional salga ahora a decirme, como Pepe Scioli hace dos años, que esto que afirmo es un disparate que ni siquiera está siendo analizado. Ninguno, por favor.

Volveremos, volveremos…

El puerto deportivo no es un proyecto nuevo en Mar del Plata. Ya durante la gestión de Mario Russak -en tiempos de democracia- se había hecho un intento por concretarlo. El por entonces secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan, había traído a la ciudad el proyecto de la mano del entonces secretario Daniel Scioli, quien juraba tener los inversores dispuestos a llevarlo adelante.
¿Por qué no prosperó? Porque la Marina -como las demás fuerzas armadas- tenían por entonces una relación impecable con el presidente Carlos Menem, y a él recurrieron para explicarle las consecuencias que semejante decisión podía tener sobre el ya por entonces delicado panorama social de la ciudad.
Le dijeron, además, que el Reino Unido podía tomar como una provocación que la base de submarinos –que pretendían trasladar a Puerto Belgrano- se acercase tanto a las aguas del Atlántico Sur.
Y Menem -que de estrategia sabía poco, de pesca nada, pero de eso de no hacer olas, mucho- abortó inmediatamente un intento que había autorizado anteriormente.
Es claro, sin embargo, que alguno de los interesados de entonces no abandonó la idea y ahora, con poder propio en la provincia y con un Ejecutivo nacional que cambió diálogo por hostilidad en lo referido al mundo militar, toma nota de que el momento ha llegado, las condiciones son óptimas y el negocio es ahora o nunca. Todo cierra, y además, y como siempre, la sociedad mira impávida hacia otro lado.

“No tiene lógica alguna”

Esa fue la respuesta de Pepe Scioli ante mi pregunta acerca del proyecto para trasladar la base de submarinos. “¿A usted le parece que un Gobierno como el nuestro, que hace hincapié en la defensa de las fuentes de trabajo y que cree en el desarrollo estratégico, podría aprobar una medida semejante?” sostuvo; “además, una decisión de ese tipo depende del Ministerio de Defensa de la Nación, y estoy seguro de que jamás analizaría llevar adelante una cuestión así”, deslindó.
Sin embargo, y para abrir el paraguas, culminó con una afirmación absurda a la luz de lo adelantado del proyecto nocturnidad-cruceros: “Nosotros le hemos pedido al Ministerio un estudio acerca de las condiciones de seguridad que garanticen que puedan convivir las actividades nocturnas y turísticas con las propias de la base” (¡!). Insólito: primero anuncian el traslado de boliches y la construcción de la terminal de cruceros, y después preguntan si esas actividades pueden convivir con las militares.

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