Por Alfredo M. Olivera
para el Diario La Prensa de Bs.As.
Si hay un lugar común largamente extendido en la Argentina de hoy ese es el que refiere a una identificación casi absoluta entre el fenómeno juvenil, aquí y ahora, y la conformación del espacio kirchnerista. ¿Esto es mecánicamente así, o se trata de una exageración rayana con el desacierto?
En una época que, a escala universal, glorifica la fuerza, la frescura y el potencial de las nuevas generaciones (en contraste obligado con múltiples fracasos anteriores), no parece ilógica la apuesta de quienes, entre nosotros, buscaron de este modo superar su condición minoritaria inicial.
Los K –de ellos se trata- hasta el deceso del líder patagónico (a pesar de memorar épicas setentistas “desarmadas” utilizando a Héctor Cámpora como símbolo de una apertura hacia el muchas veces meneado trasvasamiento generacional), no habían dado en el clavo. Creían que, con el simple hecho de querer arrebatarle al alfonsinisno la bandera de los derechos humanos, alcanzaba. No fue así, aún a pesar de las sobreactuaciones y apelaciones discursivas reiteradas. ¿Y entonces?
El bajón del 28J explicitó tales dificultades hasta que dos circunstancias, hasta allí impensadas, generaron un esbozo de romance patagónico con los sectores de menor edad: por un lado, lograron que sus atropellos para con la prensa independiente (a partir de una aún cuestionada ley de medios) fuesen asimilados a una idea de reparación histórica frente a un denunciado ‘poder concentrado’; por otro andarivel fortuito, llegó la lamentada desaparición física de Néstor Kirchner. Esta ofició de ocasión ideal para un vendaval de adhesiones al, recién allí, valorado ‘proyecto nacional y popular’. Ella, con aliento camporista, va por más.
Toda etapa que se nutre de energía juvenil es, por definición y siempre, expresión de transitoriedades que solo a través de adecuaciones permanentes pueden aspirar a convertirse en carriles históricos perdurables. ¿De esto se trata? Veamos.
No basta con apelar a adhesiones carismáticas cristalizadas; una formulación conceptual con destino al enriquecimiento de savias sucesivas ofrece una característica imposible de soslayar: si no se somete casi a diario al cotejo entre hechos y palabras corre el riesgo de menguar en algún punto su impulso frente a públicos de ordinario exigentes y propensos al pensamiento crítico. El historicismo excesivo y/u horizontes que parezcan tan lejanos como los espejismos pueden esfumar los mejores propósitos. Pero, ¿alguien cree que la juventud no la votó?
No se trata de eso: en las primarias obtuvo adhesiones múltiples, en también múltiples segmentos etarios. Lo que aquí se procura dilucidar es la profundidad de un fenómeno que aún no ha superado la prueba de espesura y/o calidad que –para bien o para mal- sí tuvieron los autodenominados revolucionarios del primer peronismo o de la meneada década del setenta,. ¿Existen pruebas para esto?
Hace pocas semanas concluyó un proceso eleccionario en 13 centros de estudiantes universitarios: en ninguno de ellos se impusieron las expresiones juveniles del kirchnerismo; estas fueron en todos los casos superadas por agrupaciones de izquierda alejadas del proyecto gubernamental, o bien reconocidamente radicales o de centro. Se dirá –y es cierto- que entre la militancia de algunos sectores barriales con elevadas dosis de desocupados (¿solo los ni?), existen no pocas expresiones de entusiasmo con Cristina.
Pero ya mismo en la juventud sindical del hijo de Hugo Moyano hay quienes dudan de la voluntad de cambio de ciertos dirigentes del oficialismo. Es verdad que la Jefa manifiesta estar atenta siempre al signo de los tiempos: bate el parche con Tecnópolis y, por eso mismo, no desconoce el cachetazo electoral sufrido por los suyos, procurando que su sueño no resulte un mito o una fantasía temporalmente limitada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario