*Eduardo Cao
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Y después qué?. La pregunta es ineludible arriba, en los cenáculos del poder político más allá de pertenecer al oficialismo o a la oposición, y abajo, nosotros, los simples habitantes que tenemos pendiente la materia de convertinos en ciudadanos.
Claro que si los políticos en general, los que en los supuestos republicanos nos representan, tienen dudas sobre lo que ocurrirá en el país luego del 28 de junio, qué otra sensación más que de escepticismo podemos tener quienes debemos entrar al cuarto oscuro acompañados con nuestra percepción de la realidad.No es, por supuesto, el mejor escenario para cumplir con el precepto de alcanzar la ciudadanía. Confunden las señales que nos llegan desde el poder estructural, el que fue elegido en las elecciones anteriores. Confunden y complican a los argentinos que todavía estamos buscando el futuro venturoso que nos prometieron siempre y que nunca alcanzamos.La razón de esta frustración argentina tiene sus causas. Y no siempre hay que buscarlas en los gobernantes o en los políticos, sino en nuestra propia idiosincracia.Sin algo nos distingue, es que no dos, sino varias veces son las que tropezamos con la misma piedra. Se insiste y si no, se protesta y se acusa al otro de lo que, en definitiva, se es coresponsable. Mal que nos pese, nos deslumbramos con pasajeras situaciones de bienestar para algunos, pero nunca nos preguntamos, como ahora por fin estamos tratando de hacer, sobre el después, aunque ese futuro se cuente en días, meses o años. Ejemplos sobran en las últimas décadas."Es la coyuntura, estúpido...". Casi con seguridad ésa sería la respuesta de alguno que otro connacional, ocupado en vivir el hoy. En el porvenir "Dios proveerá". Lo escuchó alguna vez?En la Argentina se actúa por reacción, nunca por acción. "Queremos que se haga esto" es, casi siempre, una afirmación para evitar que nos despojen de algo. Una reacción. El "queremos que se haga esto" es el compromiso que se debe asumir cuando con el voto elegimos a tal o cual representante. Eso es acción y hay miles de maneras legítimas y legales para castigar a quienes no cumplen con ese mandato. Escasa, salvo excepciones que confirman la regla, se habla de República y de instituciones. Y esos son dos conceptos fundamentales en lo cotidiano aunque no estén acompañados con luces de colores, ni espejitos idem...En el de República está implícita la democracia, el sistema que, a los tumbos y con desviaciones, hemos adoptado luego de la terrible y sangrienta experiencia de mediados de los 70.Pero no hay una sola democracia. Por lo menos hay dos y la que nos viene de esta última etapa no es la mejor. Porque en la que transitamos, delegamos aciertos y errores en quienes elegimos para que nos representen y en quienes deben actuar como garantes de que se cumplan las condiciones del contrato entre dos de los poderes del Estado y la ciudadanía. Decidimos tomar ese camino, sin tener en cuenta que existe otra democracia: la de las instituciones, la de la República que queremos ser. Es cierto y está escrito en la Constitución, que el Pueblo no gobierno sino a través de sus representantes.Sin embargo, somos nosotros los que elegimos a quienes nos representan.Las instituciones son aplastadas por el poder de turno. Allí se debe hacer foco para comenzar a recorrer el camino de la República en serio. La que nos permita terminar con la injusticia social y jurídica. También con las mentiras, el destrato, la subestimación de nuestra capacidad de analizar lo que nos rodea. DESPUES DEL 28 Volvemos a la pregunta inicial. La democracia en la República verdadera, con sus instituciones funcionando en serio, nos daría la repuesta: nada que nos debiera preocupar. Ni en lo personal, ni en lo social, ni en lo político, ni en lo económico.Pero esa está lejos de ser nuestra realidad actual. Se habla de triunfos pírricos, de renuncias ante la derrota, de la defensa del pretendido modelo... y de que continúe todo como está. Para lograr esas pretendidas metas, se adelantan elecciones por ley inamovibles en su fecha, se inventan "candidaturas testimoniales", se hace funcionar "la caja" con nuestros dineros tributados o confiscados, se "aprieta" a gobernadores e intendentes que dependen de fondos (otra vez nuestros dineros) que les corresponden pero que les llegan como dádivas. Son apenas las irregularidades institucionales que aparecen en la superficie, que se conocen a diario, elucubradas por autoproclamados salvadores de la Patria. Como si los argentinos de treinta y cinco para arriba no supiéramos en qué transforman el país los que han venido "a salvar la patria".Ponemos en la balanza las probabilidades y, sin duda, los que al final pagarán son las instituciones. Primera conclusión: nosotros. Segunda conclusión: nuestro futuro, y el de las generaciones que nos sucedan.Estamos ante la disyuntiva de votar para sentirnos partícipes por un momento, o de ser partícipes a través del voto para el futuro. Elegir en serio. Comprometernos.De esa manera, participando desde ahora al 28 de junio y desde el 29 por siempre, daremos valor a las instituciones tan vapuleadas. Y convertiremos al habitante en ciudadano y al país en la República de la Constitución y de sus instituciones. Esa es -debería ser- la mayor preocupación cuando se vote. E intentar que los augurios del día después se diluyan en la férrea defensa de las instituciones republicanas que habremos ejercido y demostrado 24 horas atrás.Si eso ocurre, habremos dado un gran paso hacia el ser ciudadano.
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