*Enzo Prestileo
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Los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen. Por eso, haciendo un repaso de los gobiernos que tuvimos los argentinos en los últimos ochenta años, no caben dudas de que el argentino es un pueblo corrupto, incapaz, vago y egoísta. Son abrumadoras las pruebas, por más que tantos personajes públicos se empeñen en repetir lo contrario.
La expresión “políticamente correcto” se refiere a las cosas que deben decir los personajes públicos si pretenden aceptación social. No es algo suficiente, pero sí imprescindible. Y no hay nada más políticamente correcto que ponderar la humildad, el sacrificio, la solidaridad o la dignidad del pueblo argentino.Y decimos personajes públicos porque la afirmación no se refiere exclusivamente a políticos y/o economistas, como se podría pensar en primera instancia. No, también es válida para periodistas, artistas y hasta deportistas. Aquellos que no respetan esta premisa se exponen a ser prejuzgados y condenados de manera terminante. Sólo tres o cuatro personas, en estos últimos ochenta años, podrían haber escapado a esta regla de hierro: Eva y Juan Perón, Maradona, Gardel. Quizás Discépolo. Pero, si por algo se destacaron estos ídolos paganos, antes que por contradecirlo, fue por hacer de ese precepto la ley de todas las leyes.Es patética la imagen de los políticos de estos días tratando de despegar a los líderes opositores de sus seguidores. Es así que para Carrió los dirigentes peronistas son la peor escoria sobre la superficie terrestre. Pero quienes una, otra y otra vez los eligen para gobernar su pueblo, su provincia o el país son humildes y sacrificados hombres y mujeres de a pie, cuyo único propósito en la vida es, o parece ser, sufrir y votar líderes corruptos.La gripe porcina nos ha proporcionado últimamente algunas muestras gratuitas de la infinita solidaridad del pueblo argentino, otra de las virtudes que cada cinco minutos algún candidato a algo o periodista nacional y popular se encarga de destacar. Los pobres mexicanos que no pueden disimular su mexicanidad al hablar se han visto expuestos, en las últimas dos semanas, a las discriminaciones más increíbles. Por cierto, los argentinos podemos tranquilizar nuestra conciencia: también otros pueblos han demostrado ser tan “solidarios” como el nuestro.Todavía están frescas en la memoria de todos las imágenes de aquel pobre chinito (¿o coreanito?, qué más da) llorando en la puerta de su autoservicio el día en que Duhalde decidió que no tenía ganas de esperar dos años más a que se vaya el gobierno de la Alianza para ocupar por las malas el sillón que se le negó por los votos. Los muchachos peronistas del populoso Conurbano que, punteros mediante, reciben órdenes del prócer de Lomas de Zamora, lo saquearon a él y a otros de sus propios vecinos en lo que se nos ofrecía por TV como una muestra de desesperación fatal y final de millones de hambrientos que, misteriosamente y sin que ninguna solución concreta se planteara para paliar el hambre, cesó ni bien De la Rúa subió al helicóptero.El corralito, otro de los inigualables inventos argentinos, dejó al descubierto otra de nuestras hilachas. El natural instinto de supervivencia que impele a cualquier persona a defender lo propio con uñas y dientes dejó en claro que el propio bolsillo es la única institución de la Democracia por la que somos capaces de dar la vida.Otra de las lindezas que nos pinta de cuerpo entero es nuestro ejemplar comportamiento en las canchas de fútbol. Podemos linchar a un referee por no haber visto la jugada con nuestra óptica. Pero con nuestro simpático vecinito que arroja piedras, botellas y pilas a diestra y siniestra nos sentimos tan solidarios como con los pobres soldaditos de Malvinas (soldaditos a los que, vale recordar, dimos miserablemente la espalda cuando volvieron de aquel infierno). Y después, si nuestro equipo perdió por tercera vez consecutiva, iremos a su lugar de entrenamiento para hacerle saber a los jugadores que si no ganan el próximo partido van a tener que tener más cuidado de no resbalar en la bañera. Toda una muestra de civismo.Después, claro, podríamos hablar de cómo cuidamos el espacio público. ¿De quién es la culpa de que las playas parezcan, después de la caída del sol, enormes basureros a cielo abierto? Esto para no hablar del mar mismo, de los ríos, lagunas, lagos, bosques, calles, subtes, trenes, veredas, parques y plazas. Esto no es igual en todos lados, cualquiera que haya viajado un poquito por el mundo civilizado lo sabe. Hay gente limpia y gente sucia. Nosotros, pruebas al canto, somos gente sucia.La lista de virtudes que los que se llenan la boca hablando las mil maravillas del pueblo argentino parecen olvidar, incluye también al deporte nacional de evadir impuestos, tener empleados en negro, colgarnos de la electricidad y la televisión por cable, colarnos en cuanta cola podamos, rebajar la calidad de los alimentos (agua en la leche, en la cerveza o en los pollos congelados; gelatina en los fiambres, menos gramos en los envases, paleta por jamón, etc.), sacarnos de encima los billetes falsos con la cajera inexperta, especular con los precios de lo que escasea, etc. Vender, en fin, gato por liebre.No será el argentino, con seguridad, el pueblo más condenable del mundo. Pero está lejos de ser tan virtuoso como demagógicamente se empeñan en destacar los personajes públicos como paso previo inevitable para pedir luego el voto, el rating o simplemente el aplauso.La decadente educación pública ha tenido mucho que ver con que este pueblo haya descarrilado hasta chapotear en el lodo, con más de la mitad de sus integrantes sumergidos en una pobreza que amenaza con consolidarse y volverse estructural.Sin embargo, hay una razón diferente a todas las expuestas que hace presagiar que esta situación puede volverse permanente; es el hecho de que aquellos que hoy, y en el noventa por ciento de las últimas dos décadas, han detentado el poder, dependen en buena medida de que este pueblo siga siendo, inculto, atrasado, corrupto y mendigante.Ese reaseguro de los habitantes del poder lleva a pensar que va a ser muy difícil que las cosas cambien.Algo tan impensable como conmocionante debería ocurrir para que este triste presente abra la puerta a un futuro mejor.Hasta tanto ese fenómeno no se haga presente, habrá que aceptar que quienes aspiren a destacarse públicamente no hagan más que seguir sobándonos el lomo con palabras tan melosas como huecas y falsas.Dar el ejemploLas elecciones que se aproximan son también fuente de constatación de la grandeza de nuestro pueblo. Votos más, votos menos, millones son los que aceptarán elegir candidatos que de antemano avisaron que su candidatura es falsa. Las clases medias y altas, las que atiborran los contestadores telefónicos de los programas de radio para expresar su supuesto asqueo por tanta degeneración política, son incapaces de aportar un día de su tiempo para garantizar la transparencia del acto electoral. Hasta podría reducirse a media jornada de labor si la famosa solidaridad fuera tal, y hubiese voluntarios suficientes como para compartir entre dos el tiempo de cada mesa de votación. Pero no, esos mismos contestadores que vomitan hastío y hasta repugnancias por las formas (y los fondos) del poder, se llenan de patéticas excusas que deberían avergonzar hasta a sus mismos emisores. “¿Perder todo un domingo?, ¿encima gratis?” Sin palabras.Imaginemos que muchos famosos encabezaran una cruzada de responsabilidad cívica por una vez en su vida. Por lo menos los famosos que dicen creer en el valor de estas cosas. ¿Qué pasaría si anunciaran que serán fiscales –para todos los partidos, si es necesario, para no crear polémica- Víctor Hugo, Lanata, Tinelli, Susana, Morales Solá, Nelson Castro, Fontevecchia, Magdalena, Van der Kooy, Leuco y varios otros que son escuchados y leídos con atención por millones? También podrían hacer ese pequeño sacrificio cívico. Pero no. En el fondo, son parte de este maravilloso pueblo.No obstante, la cantinela del fraude, de las heladeras y los lavarropas compravotos, el robo de boletas y tantas otras cosas, seguramente estarán a la orden del día desde el lunes siguiente a la elección.Una vez más, nuestro maravilloso pueblo habrá sido estafado por sus diabólicos dirigentes.
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