Escribe Rodolfo Olivera para el Semanario
Noticias y Protagonistas
“Fue culpa del tsunami”, argumentan. Con el mundo en vilo diez días por una eventual catástrofe nuclear, abundaron opiniones encontradas: ¿desastre “natural” o irresponsabilidad humana? Mitad para cada lado. Ahora, hay otros casos, sin prensa, en los que no hay duda posible. Casos en los que la desidia humana roza la insensatez.
Vladimir Putin es un hombre inteligente, de eso no tengo la menor duda y lo he sostenido en esta misma página. Se puede estar a favor o en contra, pero dudar de su habilidad política y firmeza en la conducción, es negar una evidencia. Ahora, él fue una pieza más en el engranaje de la ex URSS por y para la que trabajó durante años como funcionario de la mitológica KGB. Esa URSS donde la actividad nuclear fue prioritaria, y donde aún hoy quedan a la vista -y riesgo- la debilidad tecnológica, la falta de previsión, la parálisis presupuestaria, la irresponsabilidad social del programa. Que continúa desaprensivamente, que no resuelve peligros latentes, que apuesta doble pero prefiere que no se conozca.
Me he planteado: ¿es válido hablar de un cierre definitivo y total de las centrales nucleares? No puedo dar una rotunda respuesta afirmativa, pero sí puedo exigir el máximo de seguridad posible y todas las previsiones razonables antes de seguir por esta vía. Se me ha dicho, en reunión de amigos, “el tsunami arrancó vías y descarriló trenes: ¿debemos abandonar el ferrocarril como medio de transporte?”; y otro más entre cerveza (él) y picada (ambos): “es como cuando cae un avión, para entonces murieron miles en las rutas y las calles”. Lo que no deja de ser cierto en ambos casos, al menos en parte. Pero ni quiero clausurar todos los reactores, ni mantenerlos obsoletos, ni construir donde hay más riesgos. Como en tantas cosas, pareciera no entenderse el aristotélico equilibrio que no dice hacé o no hagas, sino “hazlo bien”.
No es el caso ruso, ahora -recién ahora- algo preocupados por el caso Fukushima. He aquí que por segunda vez en un año decidieron cerrar la planta de Volgodon, al sur de Rusia (cerca de Irán), por una nueva falla en el generador que elevó sensiblemente los niveles de radiación en los alrededores de la planta. Dos veces en un año, sin terremotos ni tsunamis. Volgodon es la primera planta nuclear construida después de Chernobyl. Léase: con semejante experiencia, se animaron a hacer otra y la hicieron mal.
La ciudad cerrada
Chernobyl es conocida por todos. El complejo Mayak lo es menos, pero aún los menos entendidos que hayan seguido éstas páginas habrán sentido su nombre. Ahora bien, de Séversk nadie dice nada, y es donde se encuentra uno de los mayores basureros nucleares del mundo: el Tomsk-7, en un complejo químico abundante en contenedores de hexafluoruro de uranio (UF6) proveniente de Francia, que viajaron por mar desde Le Havre (París) hasta San Petesburgo y allí se alojan desde hace años en la que se conoce como “la ciudad cerrada”. Pero no fue cerrada por un desastre natural, sino porque “naturalmente” en cualquier momento se produce un desastre
Sépalo: están al aire libre, sin protección; en condiciones, digamos, unas cien veces peores que la central de Fukushima, en un sector de la ciudad de 120.000 habitantes donde a seis cuadras hay edificios en los que vive gente. Hay documentos fílmicos que la Agencia Ecológica de Siberia, a través de su director Alexei Toropov, quiere difundir; y Putin, obviamente, se lo niega y lo amenaza. ABC de España logró editar un corto de diez minutos y hacerlo pasar por una cadena de segunda línea en Francia.
Tomsk-7 fue la mayor factoría de producción de plutonio del mundo. Su reactor dejó de funcionar hace cinco años, pero hoy es el mayor depósito nuclear del planeta. Residuos que el vicegobernador de la región, Segei Tochilin, llama “materias primas para almacenar y reciclar”, con licencia de la firma francesa Areva. Pero tuvo que admitir que se recupera sólo el 15%, por lo que el otro 85% es residuo radiactivo neto con impacto hasta los 24.000 años. ¿Cuánto hay? Hasta el momento, oficialmente son 700.000 toneladas. Juzgue usted.
Los faros de Siberia
Alguna vez el gobierno soviético decidió construir una cadena de faros para las largas noches del Ártico en las deshabitadas costas siberianas. Faros que debían tener autonomía, al menos la suficiente para no requerir presencia humana permanente. Encontraron rápidamente la solución: dotarlos de generadores nucleares, y se fueron a sus casas (bien lejos). La URSS cayó, los faros estaban solos, nadie los controló; y buscadores de metal los asaltaron para llevarse lo que encontraran como botín. Algunos murieron por la radiación (por eso se enteraron en Moscú).
En Cabo Philissar se encontró el generador radiactivo de un faro, apenas a medio sumergir en la costa del Mar Báltico. La Agencia Internacional de Energía Atómica pudo detectar más de diez en las mismas condiciones: todos los faros usaban un Generador Termoeléctrico de Radioisótopos (GTR), un simple generador eléctrico que se alimenta por desintegración radiactiva. En ellos, valga aclararlo, no puede producirse una fusión del núcleo ya que no hay reacción en cadena ni fisión. Pero sí pérdida posible si no existen controles; y más todavía, si la soledad abre la puerta a los salteadores.
El Organismo Federal de la Federación Rusa (Rosatom) tuvo que admitir que se han producido graves lesiones y quemaduras a los leñadores y pastores de la zona. Noruega viene pidiendo desde inicios de los ´90 la retirada de todos los GTR (casi 250) de los que en veinte años apenas si logró que Moscú recuperara un tercio.
Ahora, el Ártico
Usted pensará “aprendieron la lección”, y abonará calculando “más ahora con lo que ocurrió en Japón”. Lamento decirle que no; es más, apuestan doble. Hoy Rusia tiene planeado construir una flota de centrales nucleares. Sí, como lo lee: centrales nucleares flotantes y sumergibles en el Océano Glacial Ártico, para disponer de energía y poder extraer el gas y el petróleo que se supone existe en el fondo del mar. El programa lleva por nombre Russia Arctic Nuclear Stations, son plantas de 70 MW cada una con dos reactores a bordo de plataformas gigantes que pertenecen a la empresa estatal Gazprom, tendientes a operar en los mares de Barents y de Kara. Según sus cálculos, sólo necesitarán mantenimiento cada catorce años (!).
Dicen que sacaron la idea de pequeños reactores motorizados sobre orugas y remolques, arrastrados por camiones de gran tonelaje. Son los mismos camiones con los que llevaron cinco mil contenedores con los derechos a Séversk. Si los pueden llevar y manipular por tierras blandas, dijeron, ¿por qué no aprovechar la experiencia en el mar ahora que se descongeló?
Maravilloso. Mientras una parte del mundo está pensando cómo a partir de una energía de bajo impacto ambiental (por ejemplo eólica) se puede generar otra y almacenarla (quizás la de hidrógeno), otra parte se preocupa por ver cómo una energía peligrosa (nuclear) puede ayudar a extraer otra más contaminante todavía (petróleo), y hacer más y más negocio. Si pasa algo, no será culpa de un Tsunami sino de la insensatez
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