sábado, 25 de junio de 2011

A 33 AÑOS DEL MUNDIAL 78, CUANDO EL PUEBLO ARGENTINO VIVIO UNA INMENSA ALEGRIA EN MEDIO DE TANTA TRISTEZA

Por Victor Hugo Morales



Más allá de las tantas polémicas y denuncias sobre varios aspectos del Mundial '78, vale rescatar en estado puro aquella emoción forjada por un equipo de espíritu indomable, vencedor de Holanda en la final en un gran partido. Quizás alejado del estilo que podrían ofrecerles los tres más extraordinarios jugadores de entonces, el surgente Maradona y los ya consagrados Bochini y Alonso, el seleccionado de Menotti poseía una templanza y una actitud que quedó simbolizada en la gran figura del torneo: Kempes. No fue un equipo que alcanzara el brillo soñado, pero los atributos anímicos, la persistencia de su entrega, la bien usufructuada condición de local que no todos los organizadores pudieron hacer prevalecer en los mundiales, lo llevaron a una consagración celebrada. Quien firma esta nota recuerda la caminata desde River hasta el centro de la ciudad, casi sin advertir los kilómetros recorridos, arrastrado por la multitud como una hoja empujada por el viento. Era justo para el deporte más popular de un país que se había perdido, por distintas razones, de consagrar a los grandes jugadores de su historia. Al final, la genética terminó haciéndolo posible. Consecuencia natural de aquellos, los muchachos del 78 prolongaban la estirpe nacida con el propio siglo, auténtica cuna del fútbol mundial junto a la leyenda de los orientales del otro lado del Río de la Plata.
No hubo grandes partidos y fue necesario esperar nada menos que hasta las instancias finales para apreciar la verdadera dimensión del equipo. Debut con triunfo justo y apretado ante los húngaros, revoleando el poncho ante Francia, caída justa ante Italia en Buenos Aires, olvidable empate ante Brasil en la fría noche de Rosario, victoria complicada ante la exigente selección de Polonia. Sólo contra Perú y Holanda, Argentina llegó al nivel de los buenos campeones. El tiempo trajo polémicas de diversa índole. El partido ante los peruanos y lo que sucedía con el genocida gobierno militar cayeron sobre la conquista, depreciándola durante algunos años. Cabe después de tanto tiempo el beneficio de creer más en que la Argentina estaba en condiciones de llevarse a Perú por delante y que la mayoría de los integrantes del plantel, como buena parte de la sociedad, desconocían el grado de locura al que habían llegado Videla y el resto de los militares. Podrían objetarse declaraciones en el exterior, previas al torneo durante las giras, con cierta defensa del régimen ante acusaciones que provenían de países europeos. Pero es impensable que supieran lo que realmente estaba sucediendo. Por eso vale la pena considerar aquella conquista destrabando las discusiones de las que de una forma u otra todos hemos participado, para tomar genuinamente las atajadas del Pato Fillol y los goles del Matador Kempes; el esfuerzo titánico de todos y la fe y la voluntad con la que esos muchachos encararon la escalada más alta de la historia del fútbol del país, hasta ese año. Y aunque sea tan triste la contradicción entre aquella alegría del 25 de junio y los asesinatos que se cometían, metafóricamente tapados por los gritos de la multitud, el fútbol de entonces sólo disparó contra los arcos rivales. Es tiempo de celebrarlo recortándolo del trasfondo siniestro de un país que por ese entonces no había parido su dolorosa verdad.

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