Por Jose Luis Jacobo Director
del Semanario Noticias y Protagonistas
La decisión de Marcelo Artime, presidente del Concejo Deliberante marplatense, de descolgar el cuadro de Pedro Giachino, héroe de la reconquista de Malvinas, por manifestaciones vertidas por un ex detenido desaparecido en el capítulo local del Juicio por la Verdad, ofrece costados francamente cuestionables.
En primer lugar y a todo evento, hace ya meses que no hay función en este juicio nacido por ley para identificar aquellos lugares que se habrían utilizado para arrojar los cuerpos de los detenidos desaparecidos asesinados. ¿Cuánto tardó, entonces, la versión en llegar a conocimiento de Artime? La versión, ¿se basa en elementos fácticos, o en la apreciación basada en recuerdos que malamente podrían ser caracterizados de exactos o precisos? En este juicio han abundado los testimonios falaces y las inducciones a reconocimientos que ningún proceso democrático resistiría.
Tal como ya señalé en una columna anterior, el denominado Juicio por la Verdad, en la versión Falcone/Portela/ Sivo, se ha regido por una formulación a la soviética, aupada por el fiscal de cámaras Daniel Adler .Tal como en los juicios de Moscú, se ha omitido prolijamente toda cuestión que no esté alineada con la idea previa de aquello que se busca condenar. En aquellos juicios ordenados por Josef Stalin, se llevó a todos los acusados a confesar sus supuestos «crímenes». Tras la disolución de la URSS en 1991, fue reconocido que los métodos utilizados para obtener esas «confesiones» consistían en golpear a los acusados diariamente, mantenerlos de pie y sin comida durante días y amenazarlos con arrestar y ejecutar a sus familias. De esta manera se provocaba el colapso nervioso del acusado, que finalmente cedía. Por ejemplo, se sabe hoy que el hijo adolescente de Lev Kamenev fue arrestado y acusado de terrorismo, todo esto con el objetivo de presionarlo a confesar. En otros casos, ante militantes endurecidos en la persecución zarista (y poco impresionables con la tortura), se les convenció de aceptar la humillante confesión pública insistiendo que este paso era necesario para que la URSS subsistiera y que la nueva situación les obligaba a aceptar la dictadura de Stalin como "un mal necesario" al cual debían someterse por el bien del comunismo. Estos acusados, no obstante, también eran ejecutados invariablemente después de su confesión pública.
Aquí se supera el extremo y se condena a un muerto. Se construye sobre una descripción de su foja de servicios una fábula y se coloca un testigo de ocasión, que notablemente recuerda haber sido torturado sin que su perpetrador criminal siquiera ocultase su rostro.
Marcelo Artime, ex militante de UPAU, ex secretario de la Juventud del gobierno de Mario Roberto Russak, ex subsecretario de Gobierno del mismo Intendente, asume de contestatario tardío. Como autócrata baja el cuadro que él mismo subió, burla los procedimientos democráticos del propio Concejo y se refugia en el Legislativo, huyendo de su responsabilidad frente al reclamo y al interés general por una explicación sólida. Una acción paupérrima de coraje y conciencia republicana.
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