jueves, 23 de junio de 2011

DISCEPOLO, GIACHINO Y SERGIO SCHOKLENDER

Por Mauricio Ortín, Profesor de Filosofía (UNSA)para
El Tribuno



El tango “Cambalache” es, desde su primera representación pública, una obra clásica del cancionero popular. Nunca pasa de moda. Pinta, como ninguna, una época particularmente ardua para los argentinos (la de los años treinta). Su vigencia se justifica, sin duda, por su excelencia estética; más, también, por el hecho de haberse constituido en un breve y crudo ensayo sociológico sobre el comportamiento humano universal.
Siempre, en cualquier momento y lugar del acontecer histórico, se pueden encontrar situaciones que nos remitan a esos versos de Discépolo. Las afirmaciones de “Cambalache” son categóricas y, desde un inicial pesimismo sujetado, vertiginosamente desembocan en uno extremo.
“Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé...” es, todavía, el punto de vista contrariado, aquel que siempre ve “el vaso medio vacío” frente al optimista que lo ve “medio lleno”.
Ahora bien, decir: “Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue”, es cruzar otra frontera anímica, la de la impotencia del que ve el vaso vacío. Vacío de moral. Que se expresa, fundamentalmente, en la incapacidad o -peor aún- en el desinterés ciudadano de distinguir, condenar o premiar socialmente a los que, por sus actos, lo merecen.
Para Discépolo siempre existió gente decente y de la otra, la diferencia del “ahora” con el “antes” es que: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador...” y “No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao”.
Enrique Santos Discépolo nació 27 de marzo de 1901 y murió el 23 de diciembre de 1951. Es obvio que no escribió pensando en la Argentina del 2011. Sin embargo, “Cambalache” tiene la entidad propia de toda obra de arte que se ha independizado de su creador. En este sentido, es totalmente lícito tomarla como metáfora de lo que nos pasa.
Así, por ejemplo, vale establecerlo con el escándalo que involucra a la Fundación de Madres de Plaza de Mayo. Hecho que nos es presentado por el Gobierno y sus medios afines como la defraudación que el “maldito” Schoklender hizo a Hebe de Bonafini, cuando, en mi opinión y según la ley, la única defraudación efectiva es la que hizo la Fundación (Schoklender incluido) Madres de Plaza de Mayo (en connivencia con el Estado nacional) al conjunto de los argentinos.
Simplemente no cierra y es altamente sospechoso que el Gobierno kirchnerista haya utilizado como principal brazo ejecutor de la obra pública a una institución constituida por ancianas que no tienen la menor idea de construcción de casas ni de manejo empresario alguno (siguiendo ese criterio, mañana podrían darle a De Bonafini la construcción de una central atómica).
Ser parricida tampoco es la mejor carta de presentación para manejar, a discreción y sin control del Estado, 765 millones de pesos de los fondos públicos. Hebe de Bonafini es responsable, no una víctima, de Schoklender. A su vez, Cristina de Kirchner es responsable de entregar esos fondos a De Bonafini y no una víctima de esta.
Víctimas somos los ciudadanos que fuimos robados. Sin embargo, el canciller Héctor Timerman dijo: “Hay que ser muy malparido para no estar a favor de Hebe de Bonafini”. También cuando De Bonafini llamó “turros que reciben sobres con plata” a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Alejandro Rossi, diputado nacional, en un intento por absolverla, la declaró: “El referente moral de la Argentina”.
Hace unos días y a solicitud de organizaciones de Derechos Humanos, el presidente del Concejo Deliberante de Mar del Plata retiró el cuadro del capitán Giachino, héroe de Malvinas, del recinto de sesiones. Pedro Edgardo Giachino murió en combate el 2 de abril de 1982, en la toma de Puerto Argentino.
Un año antes, el 30 de mayo de 1981, el hasta hace tres semanas factótum de la fundación kirchnerista que preside Hebe de Bonafini, Sergio Schoklender, asesinaba a sus padres. Sí, es así nomás, “la Biblia y el calefón

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