Por Adrian Freijo
para Semanario Noticias y Protagonistas
Pocos años han dejado elementos para el balance como este 2011 que ya se va. Política, economía y sociedad vivieron estos doce meses cosas que las marcarán para siempre.
Fue un año que alumbró con el impacto de la muerte de Néstor Kirchner aún muy fresco; esa sola circunstancia lo convertía en distinto a todos los que le precedieron en este tiempo democrático, ya que la muerte del conductor de una etapa no acontecía desde aquel lejano 1974 en el que Juan Domingo Perón se fuera para siempre.
Las circunstancias eran distintas: Cristina era a todas luces un animal político de pura raza, y su imagen poco tenía que ver con aquella trágica de una Isabel que no tenía idea alguna de lo que ocurría en el país que le tocaba gobernar.
La duda, en todo caso, estaba centrada en cuánto impactaría en el ánimo de la Presidenta la muerte de su compañero de vida y su mentor político. Poco deberíamos andar para comprender que, más allá del dolor sincero y reiteradamente demostrado en público, Cristina mantenía toda la fuerza personal e institucional para seguir adelante y además comenzar a construir aceleradamente su propio espacio de poder. Y si tuviésemos que elegir “el tema” del año, no dudaríamos en hacerlo por éste: la velocidad con la que la jefa de Estado se convirtió en jefa de partido, jefa de Gobierno... y jefa de todo.
Supo tomar nota de las debilidades propias de un peronismo tan atomizado como la oposición y de la cáscara vacía que representaba aquel “pejotismo” póstumo al que se había aferrado Néstor tras la derrota de 2009.
No creemos equivocado sostener que para la nueva conducción hubiese sido infinitamente más complicado lidiar con la transversalidad de lo que fue hacerlo con el peronismo organizado según la vieja tradición. Mientras aquél representaba un conglomerado anárquico, de flojas individualidades pero exageradas apetencias –que no pudieron sostener de pie ni durante ni después del conflicto rural- el justicialismo, aún desgajado, seguía siendo aquella elefantiásica estructura que vive confrontando pero que se une cuando percibe cerca el poder y el dinero.
Y a billetazos y promesas, la Presidenta fue consiguiendo alineamientos y lealtades, tibias al fin, que le permitieron utilizar con envidiable inteligencia el “tiempo de luto” que le otorgaron los argentinos. Vio claramente las calles por las que debía transitar y no demoró un solo instante en emprender la ruta.
La primera estación se llamaba Hugo Moyano. Ahora, el líder de la CGT no disfrutó nunca del papel y el poder que su difunto marido le permitía. Sabiendo como sabía “la jefa” del rechazo social hacia el camionero, fue limándolo de a poco en un juego de “frio, tibio, caliente” que muestra con transparencia el manejo de los meandros políticos que caracteriza a la fina esgrima presidencial cuando la mandataria no se empecina en buscar, entre mandobles y estocadas, enemigos por todas partes.
La Cristina racional que desmanteló a Moyano poco tiene que ver con la obsesiva e histérica que sigue desgastándose en una inútil pelea con los medios.
“Reubicado” el líder sindical, Cristina fue por los caciques del conurbano. Su olfato le permitió percibir sin duda alguna que los otrora soberbios intendentes peronistas de los grandes conglomerados tenían, por primera vez, miedo. Percibían que alguien venía por ellos y observaban con furia controlada que muchas candidaturas alternativas crecían en sus propias narices.
Para empeorar la situación, quien podía aparecer como el “palenque ande ir a rascarse” seguía mirando para el costado, mostrando su tibieza y avisándoles día a día que lo único que le importaba era el propio pellejo. Daniel Scioli –quién, si no…- podrá ser un líder alrededor de quien nuclearse en aguas serenas, pero jamás se pondrá al frente del naufragio cuando un tiburón de las dimensiones de Cristina navega de frente.
Y la jefa terminó por ponerlos de rodillas. Y de paso frenó el pretendido crecimiento de las “alternativas progresistas” que ronroneaban seguras del mimo presidencial sin comprender que, al menos por ahora, eran sólo una carta para gritar el retruco… por si acaso.
En lo que puede considerarse un moderado fracaso, Cristina fue por Macri. Y si bien el triunfo del modosito proyecto de presidente fue aplastante, hay que reconocer que entre silencios, distancias y gestos, la Presidenta salió bastante indemne de la pelea. La noche del triunfo machista, calzoncillos y teléfono mediante, se las ingenió para aparecer en el centro del escenario con una imagen de acercamiento y moderación que los entendidos comprendieron como una pose pero hizo estallar en aplausos al gallinero. Fue el inicio de una etapa de buen talante que se mantendría intacta hasta el discurso de reasunción en el que apareció en plenitud la política confrontativa, amenazadora y necesitada de un enemigo a la vista para tranquilizar a la estudiantina que la acompaña, y a sus propios fantasmas.
Lo demás es conocido: el apabullante triunfo de agosto –tan sorprendente que supo esconder una desprolijidad institucional que nos ubica en los umbrales de África- y la consolidación de octubre con un 54%, que le otorga un margen de acción que muy bruta debería ser para no aprovechar. Y Cristina, ya se sabe, no tiene nada de bruta. Pero, también se sabe, tiene demasiado de… Cristina. Y eso, si nos guiamos por algunos antecedentes, puede llegar a ser preocupante.
Ahora hay que gobernar con condiciones distintas en el país y en el mundo. Y para ello es fundamental no equivocarnos en la visión de la propia economía. Pero de eso hablaremos en la segunda entrega de este balance.
Es la costumbre, estúpido
La designación de Amado Boudou como candidato a la vicepresidencia desató miles de especulaciones y muchos más miles de expectativas. Muchos –aún por estos barrios a la vera del Atlántico- se hicieron los rulos y comenzaron a posicionares para un 2015 en el que el hombre “va a ser Presidente sin duda alguna”.
Pobres ingenuos y mediocres observadores. Boudou representa lo que los Kirchner siempre han querido tener como acompañamiento a su obsesión por la concentración del poder: la nada. Scioli en 2003, Cobos en 2007 y Boudou en 2011. La representación de la tibieza casi pusilánime los dos primeros, y la esencia misma de la frivolidad sin aparato político ni apoyo real este último.
Scioli fue domesticado a los gritos por Cristina en aquella tan recordada como avergonzante jornada en el propio Senado de la Nación cuando lo retó como a una criatura díscola e indefensa. Cobos sufrió todos los desprecios institucionales y personales que un hombre puede soportar y mantuvo su cabeza gacha hasta el final en una actitud que no sabemos si a él lo avergonzó, pero creemos que a todos nosotros sí. Y a Boudou, cuando en su incontenible vocación de figuración y negocios se le suelte la cadena y crea que está en condiciones de ser algo más que un Tula moderno que en vez de bombo toca la guitarra, lo van a acomodar de un cachetazo que si lo agarra arriba de la moto termina por generar un desastre.
¿Que no? Espere, guarde este artículo y después me cuenta. No se engañe: con los Kirchner, si sos alguien… no sos nada.
Todos unidos triunfaremos
El kirchnerismo es conceptualmente la nada. Algo de una nostalgia dañina, mucho de negocios fáciles, una pizca de progresismo forzado, un relato más o menos acomodado a las necesidades y mucho de una visión tan voluntarista como antigua del rol del Estado en un mundo que se va quedando sin fronteras y en el que el capital ya no se sabe a quién pertenece. Por eso la aplicación real del pretendido modelo termina limitándose a un intervencionismo berreta sobre las cuentas particulares de la gente menos poderosa. Lo demás –lo importante- camina por andariveles que están muy lejos de las crispadas manos de Guillermo Moreno. Y lo demás, aunque no lo crea, es el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario