domingo, 17 de junio de 2012

EL FUTBOL Y LA MUERTE. PODEROSO CABALLERO

Por Adrian Freijo
para Noticias y Protagonistas
 
 
 
 Un muerto más en una cancha de fútbol de la Argentina muestra que también en este rubro la vida tiene muy escaso valor en nuestro país. La justicia lo sabe, y nada hace para evitarlo.
Si bien no existen datos fidedignos, la cantidad de víctimas de la violencia en el fútbol ha llegado a la friolera de 270 muertos por enfrentamientos, una cifra que coloca al más popular de los deportes en un lugar de privilegio en las estadísticas criminales del país.
Como en muy pocos casos de la historia delictual argentina, los autores materiales de centenares de homicidios han sido siempre conocidos y han regresado infinidad de veces a la escena del hecho sin que los que supuestamente estaban buscándolos hiciesen nada por detenerlos. Y en los pocos casos en los que han sido metidos tras las rejas, ha sido por delitos conexos y notoriamente menores con respecto al que supone quitar la vida a un semejante. Extorsión, lesiones, daños, hurtos y otras yerbas fueron las figuras penales elegidas para demostrar que “algo se hace”, cuando en realidad sólo se busca hacer carne aquello que lleva inscripto en su anillo uno de los responsables de este estado de cosas: “Todo pasa”.
Julio Grondona ha pagado el precio de la eternización; le perdió el respeto a aquello que le dieron para cuidar y se ha enfrascado en una lucha por la continuidad de su poder (que no es poco, por cierto) como expresión de la soberbia alocada que cualquier investidura despierta cuando se ejerce en una sociedad acostumbrada a no respetar al semejante, incumplir la ley y endiosar a cualquier mercachifle que porte una tarjeta con escudo y membrete.
Para él la muerte es tan sólo una estadística y no se le cruza por la cabeza que alguna medida de fondo debería tomarse frente a un flagelo que a esta altura es realmente insoportable. Cuenta para ello con la complicidad de un poder político que ha resuelto poner en manos de estos irrecuperables la protección de sus propios intereses de dominio en partidos, sindicatos, clubes, instituciones… y el propio Estado.
La sociedad entre dirigentes de tan variopintos intereses se sostiene entonces en “negocios” como la droga, la piratería asfáltica, el apriete y el chantaje, cuando no en temas tan graves como el homicidio por encargo o el secuestro de personas. Las crónicas policiales de la última década recogen la permanente participación de estos “hinchas caracterizados” en muchos de estos delitos, aunque rara vez sean aclarados por una policía que es parte del negocio, o castigados por esta justicia nuestra de cada día que ya no tiene más corruptelas o mediocridades que mostrarnos.
Un estudio realizado por la UBA arroja datos realmente escalofriantes en sus aspectos cuantitativos pero de una obviedad esperable en los cualitativos.
Según este trabajo, el 25% de los hechos violentos en el fútbol se producen dentro de los estadios; el 27%, en las inmediaciones, y el 21% durante los viajes que la barra hace hacia el lugar del partido.
La conclusión es clara: en las jornadas futboleras existe un callejón y zona liberada en la que los violentos actúan a su antojo sin que nadie muestre interés alguno por evitarlo.
Y estos números adquieren mayor claridad cuando nos expresan que el 19% de las muertes se han producido antes del partido, el 20% durante, y el 53% después del mismo, lo que pone en evidencia que para estos sectores marginales (e insistimos que claramente identificados), el hecho deportivo es potenciador de una violencia que ciertamente llevan en sus almas. En buen romance, estas bestias asumen como “culminación” de un día de fútbol, el crimen.
Y en contra de lo que interesada e irresponsablemente sostienen los dirigentes, la prensa y las autoridades, no son las divisionales de ascenso o el fútbol del interior los que generan más casos de violencia criminal: el 53% de las víctimas pertenecen a instancias de la Primera “A” de la AFA, mientras el 47% restante se divide entra las del ascenso, las regionales y las locales.
Por lo demás, el 50% de las víctimas provienen de Capital Federal y Gran Buenos Aires, mientras que la otra mitad, al resto del territorio nacional, correspondiéndole a Mar del Plata el “honor” de ser una de las más destacadas, ya que el 5% de los muertos del total nacional proviene de nuestra ciudad.
Como último dato estadístico es importante agregar que en sólo el 13% de las muertes ha participado alguna fuerza policial, y apenas en el 18% el crimen aparece como consecuencia del enfrentamiento entre hinchadas rivales, lo que pone en evidencia que el 60% de las muertes en el fútbol argentino son productos de violencia en la interna de cada barra brava.
Este dato escalofriante desnuda la magnitud del poder y los negocios que se resuelven dentro de cada una de estas agrupaciones criminales que actúan con absoluta impunidad y mueven miles de millones de pesos por año.
¿Qué hacer frente a semejante realidad? En una sociedad civilizada, la respuesta sería de una sencillez irreprochable: meterlos presos. Pero es que no somos una sociedad civilizada ni tenemos dirigentes, jueces y gobernantes que expresen interés alguno por construirla. Eso nos deja muy pocos caminos: el habitual del acostumbramiento, tal cual nos pasó con la corrupción, la pobreza, la mentira como forma de hacer política, la inseguridad y tantas otras cosas; o la actitud “heroica” y por cierto autoritaria de prohibir el fútbol que, además de ser una pasión nacional, es un elemento generador de trabajo y ganancias y por sobre todas las cosas… un deporte.
Estamos en problemas; también en esto estamos en problemas. Y nada hace pensar que los responsables tengan intención alguna de resolverlo.
“Armas para todos”

A partir del trabajo de la UBA, se observa que el 39% de las muertes fueron causadas con “armas de fuego”; la segunda categoría que agrupa más casos (22%) está compuesta por “otro”, categoría que agrupa las muertes producidas por derrumbes, accidentes, pirotecnia, muertes naturales relacionadas a situación de violencia y/o por trasgresión a las normas en los estadios. En tanto, “arma blanca” como “represión policial” concentran cada una el 13% de los casos, golpe de puño o patada 7%, y el restante 6% corresponde a golpe con objeto contundente.
Esto indica a las claras la nula eficacia de los controles y cacheos previos a los partidos, si tomamos nota de la facilidad con que las barras ingresan armas de fuego o blancas, cachiporras, palos, cadenas o cualquier otro objeto contundente.
A modo de conclusión sobre estas lecturas estadísticas referidas a las muertes en el fútbol, habilitan a poner en cuestión muchas de las medidas que se han venido impulsando desde hace por lo menos más de dos décadas en materia de seguridad en espectáculos deportivos. Todo ha resultado de una ineficacia absoluta; tanto, que tenemos derecho a afirmar que para nada casual.
Los responsables de una situación semejante se convierten entonces en partícipes necesarios de un estado de cosas cada vez más impropio de una sociedad que se supone amparada por las leyes y tutelada por el Estado.

Violencia y consecuencias


El Club Alvarado de nuestra ciudad ha demostrado una capacidad de convocatoria muy poco común en todo el fútbol de nuestro país. Ello pudo haberlo colocado en la cima de un viejo sueño nunca concretado, que es el de una Mar del Plata futbolera abroquelada detrás de una institución local.
Sin embargo, los muchos hechos violentos en los que se vio involucrada su “barra brava” consiguieron aislar al club y de nada servirán los esfuerzos de los dirigentes ni los logros deportivos si los marplatenses no sienten que pueden ir seguros a la cancha y apoyar al equipo.
Se perderá una oportunidad que no sólo es deseable para Alvarado sino también para una ciudad que por su enjundia y ubicación nacional necesita hacer pie de una vez y para siempre en el deporte de mayor raigambre entre sus habitantes.

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